martes, enero 26

Para mayores de cuarenta y tantos...

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente, sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco...
No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida! ¡Es más!¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.
¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica. ¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?




¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.
Mi cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos! 

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.


Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado. 
Eduardo Galeano (escritor)


Subscribo totalmente las palabras de Eduardo Galeano y las comparto con vosotros. 

miércoles, enero 13

El taller de costura

Querida Ángeles: Empieza 2010 y el país entero recibe la bendita lluvia que tanto hemos pedido en los últimos años. Tenemos un invierno de esos que los mayores suelen recordar con nostalgia, pero la verdad es que ya está lloviendo sobre mojado y mucha gente reza para que salga el sol de una vez. Hoy Jerez tiene esa luz de norte que tú conoces; algo a lo que no estamos acostumbrados por estas tierras.
Esta tarde me apetece compartir contigo mis recuerdos.  Me parece que en alguna otra carta he hecho alusión a alguna de esas experiencias del pasado que a menudo me asaltan y me producen una tremenda melancolía. Pero no creas, no se trata de un sentimiento que me ponga triste, no. Es una sensación muy dulce, que me lleva a mirar fotos y recuperar algunas imágenes perdidas.
Puede ser que volver con cierta asiduidad a mi pueblo de origen, algo que está sucediendo en los dos últimos años, esté teniendo influencia en mi espíritu, por cierto,  de naturaleza melancólica.  Tengo una necesidad de recuperar el pasado; siento una gran curiosidad por recordar cómo era esa Teresa-Tere,  niña-adolescente, de la que me han quedado muy pocas imágenes, ya que en esos años no era fácil tener fotografías. Sí querida amiga, he olvidado muchas cosas, aunque también han quedado en mi memoria algunas ideas sobre mi persona que no sé cómo fueron calando en mí, hasta convertirse en realidades. Una de esas ideas es la que estos días me ha asaltado. Te cuento:
                Siempre he pensado que era una niña-adolescente más bien tirando a feíta… o mejor dicho: sin gracia ni atractivo; sin esos atributos que hacían que mis amigas recibieran mensajes secretos, cartas de un amor un tanto empalagosas, de las que, finalmente todas nos reíamos. Yo no recuerdo haber tenido ese tipo de enamorados, dispuestos a ponerse en ridículo por mí.  Además, guardo alguna foto de grupo, en la que no salgo especialmente bonita, vaya, yo diría que salgo horrorosa, con cara de estar pasando la edad del pavo y un flequillo de esos de escalera que, sin saber por qué,  mi madre me cortaba y se quedaba tan “pancha”. He pensado que sería uno de esos días en los que la cámara tendría mejores ojos para mis acompañantes, algunas de ellas monísimas,  en una tarde de verano, en el parque de un pequeño pueblo de Jaén.  Por eso, esta semana, al recibir un sobre cerrado en el que encontré esta foto que te envío, me quedé tan sorprendida.
                Me ha llegado en un sobre blanco, con una dirección a mano y con su sello;  como esas cartas que ya no suelo recibir, como las que tú y yo nos enviábamos, no hace tanto tiempo. He mirado el remite y he sabido de qué se trataba, ya que era una promesa que algún día se tenía que cumplir. Este verano pasado, encontré a mi maestra de costura, una que tuve durante muy pocos meses, cuando apenas era una adolescente de trece años. No sabía nada de ella desde hace cuatro décadas, más o menos. Nos intercambiamos teléfonos y dirección y me prometió que me mandaría una foto.
En ella, como ves, aparecemos un pequeño grupo de chicas, muy jóvenes. Se trata de un taller de costura; el típico taller dirigido por una  mujer joven, la que aparece al fondo,  detrás de la máquina, con pelo largo. Como te digo, ella es quien ha recuperado esta nostálgica imagen.
 Siempre pensé que era una adolescente a la que nadie miraba, pero ahora, después de verme así, sentada,  hilvanando la aguja y mirando de reojo a la cámara, con esa media sonrisa de interesante… ¡qué quieres que te diga!, pues que me encuentro monísima, vaya, que ha desaparecido esa niña casi invisible que creía ser.
La foto además, me ha hecho recordar una etapa de mi vida que tenía muy desdibujada.  Corrían los años sesenta y tres o sesenta y cuatro y yo había acabado mi etapa de escolaridad. En mi pueblo, ya sabes, no había posibilidad de estudiar Bachillerato, así que mi madre tuvo que buscar una alternativa para no verme desocupada en la casa y para prepararme para la vida que en principio me estada reservada: sería una mujer, ama de casa,  y por tanto, tenía que aprender a coser, como todas las muchachas en esos años.
 Si te digo la verdad, a mí no me atraía nada esa posibilidad, y menos todavía ir a coser con unas niñas que ni siquiera conocía de nada. Yo tenía otros planes… bueno, más que planes,  sueños. Me gustaba estudiar y hubiera dado cualquier cosa por marcharme, como otras chicas a un colegio interna, o a un instituto de la capital. Así que lo de ir a coser simplemente lo soportaba estoicamente, me adaptaba a las circunstancias, ¡qué otra cosa podía hacer! 
Sin embargo, creo que en los meses que duró mi estancia en el taller aprendí no sólo a coser dobladillos, a hacer ojales, a sobrehilar, a hilvanar… en fin, esas cosillas que luego ayudan tanto en los arreglos de pantalones y faldas.  Creo que fueron meses de descubrimientos. La relación con otras muchachas, algunas de ellas mayores y de otros ambientes diferentes a los que yo estaba acostumbrada,  me introdujo en el mundo femenino. He recordado las pícaras conversaciones entre nosotras, cada vez que pasaba un muchacho por la calle; las risas y bromas, que en realidad era la forma que teníamos de vivir el descubrimiento del sexo masculino, de la atracción que ellos ejercían sobre nosotras, y viceversa. Las hormonas hacían su trabajo, pero en nuestra imaginación y fantasías era el amor. ¡Era fácil enamorarse entonces…, tan inocente y blanco todo…!
… Y también me ha llegado la música que se escuchaba en la radio. Los discos dedicados era el programa más escuchado en las casas, y desde luego en los talleres de costura. El consultorio de Doña Elena Francis, las radio novelas…
Un sobre de las cartas a Elena Francis
Otro mundo, vaya. Sonrío al recordar las canciones de Manolo Escobar. He podido recordar una que era la que escuchaba en el año 1964 en los programas de discos dedicados. Esa la cantábamos a coro las muchachas del taller. Y mira que a mi no me ha gustado nunca este cantante, pero... era la estrella del momento.

Otra cosa que ha sido interesante de todo esto es que la maestra, una mujer que ahora tiene 66 años y que se acuerda de todo, me dijo que yo iba a coser por la tarde, porque las mañanas las ocupaba aprendiendo a escribir a máquina. Querida Ángeles,  ¡Qué sabia era mi madre! Fue un comentario que me hizo mi hermana, al contarle yo mis descubrimientos. Y tiene razón. Ella pensó en alternativas; me abrió puertas para poder ganarme la vida trabajando como secretaria en algún sitio. Probablemente presentía que no nos quedaríamos para siempre en el pueblo y que iba a necesitar otras habilidades para sobrevivir en otro contexto. Y fue así. ¡Quien me hubiera dicho entonces que me iba a ver dando clases en la Universidad!
Querida Ángeles. Entre la foto del taller de costura, y ésta en la que aparezco dando una conferencia en una universidad chilena, hay un abismo de cuarenta años. Las miro y pienso en que eso de que el destino de cada cual está escrito no me convence. Cada uno escribe su propia historia. Si a la niña del taller de costura le hubieran dicho entonces que a los cincuenta años iba a estar dando clases y conferencias, no lo hubiera creído, a pesar de que, como ya te he dicho, ella tenía sueños. Pero ¿cómo imaginar algo que no se conoce...?  
Dando una conferencia en la Universidad. Santiago de Chile  (a la derecha de la imagen)
Sí, mi madre, desde luego tuvo mucha culpa; fue una visionaria  y yo le seguí la corriente, porque no descansé hasta verme sentada en las aulas de la Facultad de Historia en Barcelona. ¡Gran día  aquel! Y cuánto he tenido que luchar para salir adelante, cuántas cosas he tenido que  superar, para sentirme parte de un mundo tan diferente al de mis primeros años de vida. Pero su sueño y mi sueño se cumplieron y esa linda jovencita de ojos claros y misteriosos, muy cerca ya de los sesenta años,  sonríe agradecida y satisfecha por tantas cosas vividas… y ¡por qué no decirlo!, está feliz, porque al cabo del tiempo ha descubierto que también ella fue hermosa y seguramente visible, aunque nunca se atrevió a sospecharlo,  y menos a creérselo.
Un abrazo, querida amiga y hasta muy pronto.


Teresa