miércoles, enero 13

El taller de costura

Querida Ángeles: Empieza 2010 y el país entero recibe la bendita lluvia que tanto hemos pedido en los últimos años. Tenemos un invierno de esos que los mayores suelen recordar con nostalgia, pero la verdad es que ya está lloviendo sobre mojado y mucha gente reza para que salga el sol de una vez. Hoy Jerez tiene esa luz de norte que tú conoces; algo a lo que no estamos acostumbrados por estas tierras.
Esta tarde me apetece compartir contigo mis recuerdos.  Me parece que en alguna otra carta he hecho alusión a alguna de esas experiencias del pasado que a menudo me asaltan y me producen una tremenda melancolía. Pero no creas, no se trata de un sentimiento que me ponga triste, no. Es una sensación muy dulce, que me lleva a mirar fotos y recuperar algunas imágenes perdidas.
Puede ser que volver con cierta asiduidad a mi pueblo de origen, algo que está sucediendo en los dos últimos años, esté teniendo influencia en mi espíritu, por cierto,  de naturaleza melancólica.  Tengo una necesidad de recuperar el pasado; siento una gran curiosidad por recordar cómo era esa Teresa-Tere,  niña-adolescente, de la que me han quedado muy pocas imágenes, ya que en esos años no era fácil tener fotografías. Sí querida amiga, he olvidado muchas cosas, aunque también han quedado en mi memoria algunas ideas sobre mi persona que no sé cómo fueron calando en mí, hasta convertirse en realidades. Una de esas ideas es la que estos días me ha asaltado. Te cuento:
                Siempre he pensado que era una niña-adolescente más bien tirando a feíta… o mejor dicho: sin gracia ni atractivo; sin esos atributos que hacían que mis amigas recibieran mensajes secretos, cartas de un amor un tanto empalagosas, de las que, finalmente todas nos reíamos. Yo no recuerdo haber tenido ese tipo de enamorados, dispuestos a ponerse en ridículo por mí.  Además, guardo alguna foto de grupo, en la que no salgo especialmente bonita, vaya, yo diría que salgo horrorosa, con cara de estar pasando la edad del pavo y un flequillo de esos de escalera que, sin saber por qué,  mi madre me cortaba y se quedaba tan “pancha”. He pensado que sería uno de esos días en los que la cámara tendría mejores ojos para mis acompañantes, algunas de ellas monísimas,  en una tarde de verano, en el parque de un pequeño pueblo de Jaén.  Por eso, esta semana, al recibir un sobre cerrado en el que encontré esta foto que te envío, me quedé tan sorprendida.
                Me ha llegado en un sobre blanco, con una dirección a mano y con su sello;  como esas cartas que ya no suelo recibir, como las que tú y yo nos enviábamos, no hace tanto tiempo. He mirado el remite y he sabido de qué se trataba, ya que era una promesa que algún día se tenía que cumplir. Este verano pasado, encontré a mi maestra de costura, una que tuve durante muy pocos meses, cuando apenas era una adolescente de trece años. No sabía nada de ella desde hace cuatro décadas, más o menos. Nos intercambiamos teléfonos y dirección y me prometió que me mandaría una foto.
En ella, como ves, aparecemos un pequeño grupo de chicas, muy jóvenes. Se trata de un taller de costura; el típico taller dirigido por una  mujer joven, la que aparece al fondo,  detrás de la máquina, con pelo largo. Como te digo, ella es quien ha recuperado esta nostálgica imagen.
 Siempre pensé que era una adolescente a la que nadie miraba, pero ahora, después de verme así, sentada,  hilvanando la aguja y mirando de reojo a la cámara, con esa media sonrisa de interesante… ¡qué quieres que te diga!, pues que me encuentro monísima, vaya, que ha desaparecido esa niña casi invisible que creía ser.
La foto además, me ha hecho recordar una etapa de mi vida que tenía muy desdibujada.  Corrían los años sesenta y tres o sesenta y cuatro y yo había acabado mi etapa de escolaridad. En mi pueblo, ya sabes, no había posibilidad de estudiar Bachillerato, así que mi madre tuvo que buscar una alternativa para no verme desocupada en la casa y para prepararme para la vida que en principio me estada reservada: sería una mujer, ama de casa,  y por tanto, tenía que aprender a coser, como todas las muchachas en esos años.
 Si te digo la verdad, a mí no me atraía nada esa posibilidad, y menos todavía ir a coser con unas niñas que ni siquiera conocía de nada. Yo tenía otros planes… bueno, más que planes,  sueños. Me gustaba estudiar y hubiera dado cualquier cosa por marcharme, como otras chicas a un colegio interna, o a un instituto de la capital. Así que lo de ir a coser simplemente lo soportaba estoicamente, me adaptaba a las circunstancias, ¡qué otra cosa podía hacer! 
Sin embargo, creo que en los meses que duró mi estancia en el taller aprendí no sólo a coser dobladillos, a hacer ojales, a sobrehilar, a hilvanar… en fin, esas cosillas que luego ayudan tanto en los arreglos de pantalones y faldas.  Creo que fueron meses de descubrimientos. La relación con otras muchachas, algunas de ellas mayores y de otros ambientes diferentes a los que yo estaba acostumbrada,  me introdujo en el mundo femenino. He recordado las pícaras conversaciones entre nosotras, cada vez que pasaba un muchacho por la calle; las risas y bromas, que en realidad era la forma que teníamos de vivir el descubrimiento del sexo masculino, de la atracción que ellos ejercían sobre nosotras, y viceversa. Las hormonas hacían su trabajo, pero en nuestra imaginación y fantasías era el amor. ¡Era fácil enamorarse entonces…, tan inocente y blanco todo…!
… Y también me ha llegado la música que se escuchaba en la radio. Los discos dedicados era el programa más escuchado en las casas, y desde luego en los talleres de costura. El consultorio de Doña Elena Francis, las radio novelas…
Un sobre de las cartas a Elena Francis
Otro mundo, vaya. Sonrío al recordar las canciones de Manolo Escobar. He podido recordar una que era la que escuchaba en el año 1964 en los programas de discos dedicados. Esa la cantábamos a coro las muchachas del taller. Y mira que a mi no me ha gustado nunca este cantante, pero... era la estrella del momento.

Otra cosa que ha sido interesante de todo esto es que la maestra, una mujer que ahora tiene 66 años y que se acuerda de todo, me dijo que yo iba a coser por la tarde, porque las mañanas las ocupaba aprendiendo a escribir a máquina. Querida Ángeles,  ¡Qué sabia era mi madre! Fue un comentario que me hizo mi hermana, al contarle yo mis descubrimientos. Y tiene razón. Ella pensó en alternativas; me abrió puertas para poder ganarme la vida trabajando como secretaria en algún sitio. Probablemente presentía que no nos quedaríamos para siempre en el pueblo y que iba a necesitar otras habilidades para sobrevivir en otro contexto. Y fue así. ¡Quien me hubiera dicho entonces que me iba a ver dando clases en la Universidad!
Querida Ángeles. Entre la foto del taller de costura, y ésta en la que aparezco dando una conferencia en una universidad chilena, hay un abismo de cuarenta años. Las miro y pienso en que eso de que el destino de cada cual está escrito no me convence. Cada uno escribe su propia historia. Si a la niña del taller de costura le hubieran dicho entonces que a los cincuenta años iba a estar dando clases y conferencias, no lo hubiera creído, a pesar de que, como ya te he dicho, ella tenía sueños. Pero ¿cómo imaginar algo que no se conoce...?  
Dando una conferencia en la Universidad. Santiago de Chile  (a la derecha de la imagen)
Sí, mi madre, desde luego tuvo mucha culpa; fue una visionaria  y yo le seguí la corriente, porque no descansé hasta verme sentada en las aulas de la Facultad de Historia en Barcelona. ¡Gran día  aquel! Y cuánto he tenido que luchar para salir adelante, cuántas cosas he tenido que  superar, para sentirme parte de un mundo tan diferente al de mis primeros años de vida. Pero su sueño y mi sueño se cumplieron y esa linda jovencita de ojos claros y misteriosos, muy cerca ya de los sesenta años,  sonríe agradecida y satisfecha por tantas cosas vividas… y ¡por qué no decirlo!, está feliz, porque al cabo del tiempo ha descubierto que también ella fue hermosa y seguramente visible, aunque nunca se atrevió a sospecharlo,  y menos a creérselo.
Un abrazo, querida amiga y hasta muy pronto.


Teresa

1 comentario:

  1. Esta bien que recuperes la sangría francesa en tus escritos. ¡Ya esta bien de formalismo anglosajon!

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