viernes, julio 12

El metro de Correos

 ¡Santo cielo! Hacía años que no veía esta salida de metro. Ahora, a través de google, me entero de que ya hace tiempo que está cerrada. Claro, por eso, cuando he pasado por allí en los últimos años todo me parecía tan diferente. Más bien pensaba que quizás yo había tenido un sueño, pero que nunca había existido. Pues sí. la estación de Correos fue real. Y yo tuve una experiencia, con tan sólo quince años, que también fue real. Creo que fue así:


Acababa de aterrizar en la ciudad y sólo dos días después encontré un trabajo en un laboratorio. Era un trabajo muy sencillo. Sólo me ocupaba de llenar una caja con varios productos de belleza. Otra persona se encargaba de cerrar la caja y prepararla para enviarla a las tiendas donde se distribuía para la venta. Que yo recuerde, sólo estuve un día. Pero después de tantos años, las imágenes que aparecen en mi memoria son poco claras. Sin embargo, la sensación de desasosiego que sentí ese día, rodeada de otras muchachas jóvenes a quienes no conocía, eso sí lo recuerdo. El miedo, el miedo. Un miedo indefinido. Eso es lo que sentía. Había llegado hasta el laboratorio yo sola, había memorizado la estación de metro donde tenía que salir y las calles por las que tenía que caminar hasta llegar al trabajo. Vaya, que estaba convencida de que lo tenía todo controlado. Pues no, no lo tenía controlado, pero eso lo supe después. Al acabar la jornada salí de allí decidida a volver a casa, dando por sentado que mi memoria me llevaría por las mismas calles por las que llegúé. Qué fácil. Y entonces ocurrió algo que no había previsto. Al cruzar un semáforo perdí la orientación. Creo que lo que ocurrió se debió a la estructura de las calles del Example barcelonés, una cuadrícula perfecta que aparentemente resulta muy fácil, pero que puede confundirte, si no estás atenta.

Y eso fue lo que pasó. En lugar de cambiar la dirección, seguí todo recto por la misma calle donde crucé el semáforo y cuando quise darme cuenta estaba perdida. Cada vez estaba más desesperada.

Me daba cuenta de que no tenía claro en qué linea de metro había llegado, ni como se llamaba el barrio donde vivía con mis tíos. La verdad es que ahora no entiendo cómo no se les ocurrió a los adultos ponerme por escrito todos los datos, por si ocurría algo. Entré en la primera linea de metro que vi, pero no tenía ni idea de la envergadura de ese medio de transporte para mí totalmente desconocido. Supongo que subí en el primer vagón que pasó. No tengo recuerdos nítidos, ´sólo ha quedado en mi memoria el estado de desconcierto y el miedo que pasé. Yo preguntaba, pero claro, no tenía datos muy claros, así que me iban mandando de un sitio para otro y yo seguía igual de desorientada. Por supuesto que no había posibilidad de una llamada de teléfono. ¿Quién tenía entonces teléfono en casa? Mis tíos no. ¿Cómo podía ponerme en contacto con ellos? Y lo peor es que también en casa estarían preocupados por mi tardanza. Se imaginarían que algo así me habrá pasado, pero tenían las manos atadas, no podían hacer nada. Pero parece que no me perdí del todo, claro. No recuerdo qué fue lo que ocuriió; qué o quien resolvió la desorientación , pero volví a casa sana y salva. No sé a qué hora. No recuerdo. Tampoco si me echaron una bronca o al contrario. Quizás me consolaron al verme tan asustada. Pero lo cierto es que la estación de Correos es la que ha quedado en mi memoria porque al salir a la calle me quedé impactada.

Ante mis ojos estaba el puerto de Barcelona, con aquellos enormes barcos de carga, el mar y el ir y venir de vehiculos por aquel paseo que separaba el puerto de la estación de metro mas antigua de la ciudad. Aquella imagen me impactó
¿Cómo no me iba a impactar si acababa de llegar de un pueblo donde había sólo un coche y dos autocares que iban y venía desde la capital una vez al día. Todo era nuevo y grande, muy grande para mi. Y pensé: Teresa, estás perdida. ¿Cómo vas a volver a casa? Lo único que se me ocurrió fue pensar en un muchacho de mi edad que llegó a Barcelona en el mismo tren que yo. En el trayecto estuvimos hablando un buen rato y me dijo que trabajaba en Correos. Inocentemente pensé que al menos conocía a alguien a quien podría pedir ayuda en caso de urgencia. Un pensamiento absurdo
en una ciudad de millones de habitantes y sin saber yo ni el nombre del chico. No hizo falta, según parece. Algún alma caritativa me devolvió a mi casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario