martes, agosto 25

Tiempo de arena: Inma Chacón

En el lecho de muerte, María Francisca clama desesperadamente por sus hijos. La tensión es enorme: nadie de los presentes conocía que la joven hubiera tenido descendencia. Su madre niega sus palabras, pero sus tías no dejarán de preguntarse qué hay de verdad en ellas. Comienza así una apasionante inmersión en la historia de las mujeres Camp de la Cruz, Mariana, Munda y Alejandra, herederas de un hacendado español, y de sus irreconciliables diferencias vitales en la búsqueda de la felicidad. La masonería femenina, la lucha por la igualdad y la tradición frente a la modernidad a finales del siglo XIX y principios del XX son algunos de los temas que jalonan este relato apasionante que no dejará indiferente a ningún lector. [Contraportada]  Planeta – Círculo de Lectores | 1ª edición | Noviembre 2011 | 430 pp. 
Llegué a esta lectura casi sin esperarlo. La primera noticia que tuve sobre la novela fue gracias a la reseña publicada por María en su blog De todo un poco, donde su entusiasmo sobre la historia creada por Inma Chacón me llevó irremediablemente a anotarla para futuras adquisiciones. No suelo comprar publicaciones galardonadas con premios literarios, al menos hasta que no haya pasado un tiempo prudencial para poder valorar en la distancia la repercusión de la obra. Manías. Sin embargo, no tardé en hacer una excepción cuando encontré Tiempo de arena en el catálogo de Círculo de Lectores. Una vez en casa, mientras valoraba diferentes lecturas de autores españoles, me surgió la duda sobre la selección de esta novela o Trece rosas rojas, de Carlos Fonseca. Hasta que llegó el comentario perfecto: Tatty me avisaba de una próxima actividad conjunta en El universo de los libros, en la que los lectores podían elegir entre Inma Chacón o Blanca Miosi. No tuve que pensarlo mucho. Ahora, unas semanas después de terminar esta narración finalista del Premio Planeta 2011, es el momento de haceros partícipes de mi opinión.  

Tiempo de arena es una novela protagonizada por mujeres, desde las primeras líneas —en las que ya se intenta atrapar al lector con el aparente delirio de una de ellas en el lecho de muerte— hasta el desenlace —un tanto previsible teniendo en cuenta el desarrollo de la trama—. Para conseguir crear ese entorno femenino, basado en el contraste de caracteres dentro de un contexto político convulso, Inma Chacón introduce un vínculo fraternal con el que tener asegurado un enriquecedor planteamiento narrativo, tres hermanas cuyas desavenencias —y algún que otro acercamiento interesado— se sitúan como el motor que da movimiento a los hilos argumentales. Mariana representa la autoridad y la tradición, continuamente preocupada por las apariencias y las habladurías, una mezcla que no pocas veces se convertirá en la chispa que avive el fuego en los conflictos familiares, desde una perspectiva inflexible y despótica. En el lado opuesto se sitúa Munda, defensora de los derechos de los trabajadores y de las mujeres, entregada plenamente a todos los que forman parte de su entorno, apasionada por la cultura y por los libros, y con una concepción idealizada del amor. La tríada de hermanas se completa con Alejandra, la pequeña, a veces involucrada en situaciones difíciles por los enfrentamientos de Munda y Mariana, pero con la capacidad suficiente para ir decidiendo su propio camino, a pesar de las consecuencias que pueden acarrearle determinadas situaciones, especialmente en aquellas protagonizadas por sus sentimientos.

A pesar de todo, la trama propuesta por Chacón, a través de diferentes puntos de la geografía española —con algunas incursiones fuera de estas fronteras—, queda en gran parte focalizada en la unión entre Alejandra y Munda, tanto en el pasado —con el deseo común por la defensa de la mujer y de su formación— como en el presente narrativo, a partir de las palabras pronunciadas por su sobrina María Francisca poco antes de morir: «¡Tienes que encontrarlos! ¡Diles que yo les quería! ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!» (p. 8). Con estas exclamaciones, Xisca —diminutivo con el que es presentada en gran parte de la novela— comienza a formar parte de la trama, en la que si bien de cara al lector no tiene un grado de protagonismo similar al de sus tías, son sus desavenencias e infortunios los que impulsan la esencia que esconde Tiempo de arena. En sus apariciones, Xisca muestra a ratos una personalidad débil y sumisa, fruto de la opresión extrema a la que es sometida por su madre Mariana, quien no tarda en ingresarla con tan sólo siete años en el Colegio de Doncellas Nobles; sin embargo, cierta rebeldía despierta en ocasiones en su interior, mostrando una conducta cercana a la de sus tías, pero que no es capaz de desarrollar con la misma plenitud. 

La apariencia sencilla de la trama resulta no ser tal, desde el momento en que se van proporcionando pequeños detalles que acaban desembocando en una intensa investigación repleta de secretos, mentiras y ambiciones. Todo ello precisa de un amplio plantel de personajes que completen el núcleo familiar de las Camp de la Cruz. Entre ellos, el cura Don Ramón, confidente de Mariana y encargado de manejar algunas de las despiadadas iniciativas engendradas por esta; Shishipao, criada de la familia durante años y verdadero apoyo de Xisca en su desesperanza; Manuel, enamorado apasionadamente de Munda —y correspondido en la misma medida—, una relación basada en la confianza mutua para combatir la ausencia impuesta por la distancia y los conflictos políticos; Jaime Sánchez Mas, hermano del prometido de Alejandra, deseoso de acaparar la atención de Xisca; o Zhuang Shangsheng, un falso emperador de China que luchará por el amor de una de las hermanas a pesar de las circunstancias que complican constantemente su situación. 

Encuentros —los menos— y desencuentros —los más— en una España que se mueve entre los siglos XIX y XX gracias a los continuos saltos temporales con los que van siendo desgajadas cada una de las líneas argumentales. En esta ficción, narrada con un estilo impecable, Inma Chacón ha querido poner de manifiesto algunos temas paralelos a la trama principal, pero que terminan influyendo irremediablemente en ella. Entre ellos destaca la incursión de la mujer en la vida universitaria, parcela con la que se quiere llamar la atención sobre los conatos que surgían en este periodo en la lucha por la igualdad de sexos. Es fácil que el lector se sorprenda al analizar la magnitud de aquellos primeros pasos, sintetizados en unas cuantas frases: «El día en que [Alejandra] asistió a su primera clase en la facultad de Derecho, junto con otras dos jóvenes, tuvo que ser escoltada por dos policías hasta la antesala de los profesores con el fin de evitar las protestas del resto de estudiantes. Allí esperaron las tres al catedrático que las debía conducir hasta el aula donde escucharían sus clases sentadas en sillas cercanas a él y junto al que regresarían a la antesala para no coincidir en los pasillos con sus compañeros varones» (p. 132). Destacan igualmente numerosas referencias a la masonería, como una de las señas de identidad de algunos miembros de la familia Camp de la Cruz, además de presentarse como un contexto más restringido en el que la dominación masculina seguía estando presente, a pesar de la existencia de las logias mixtas: «Munda había tomado conciencia de que la mujer en la masonería seguía siendo un individuo subordinado, tutelado y segregado, tal y como ocurría en el mundo profano. […] En su seno, todavía se escuchaban las voces de muchos hermanos que limitaban la función de la mujer a la de madre y esposa […]. En definitiva, para sus hermanos masones, la mujer seguía siendo “el ángel del hogar”, la figura más rechazada por Munda» (p. 182). No obstante, la incursión de estas asambleas en la historia no quedará en la mera anécdota, sino que se pondrá al servicio de la misma en varios momentos de la novela, aportando algunas claves relevantes de cara a la recta final de esta.

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