martes, junio 9

Los otros son más felices

Cuarta novela de Laura Freixas, Los otros son más felices es un recorrido que tiene, según indicó la autora, una raíz biográfica; ella procede de dos familias, una de "la burguesía catalana y otra de clase baja castellana", y la novela lleva a cabo un minucioso retrato de ambos microcosmos. 

Quien hace de puente es Áurea, una mujer que en sus cuarenta se encuentra en Londres con una antigua conocida y se ponen largamente al día, pero el lector sólo accede a la voz de Áurea, en una curiosa torsión estilística a la que se le encuentra rápido el tranquillo.
Áurea, pues, hace un doble recuento, el de su relación con los catalanes Soley, a quienes visita por primera vez en su adolescencia, y el de su familia manchega tanto en La Era, su pueblo de origen, como en Madrid. Como se trata de la reproducción de un diálogo, la memoria fluye de manera discontinua y los distintos temas se van entrelazando en el relato, que tanto se desplaza en el tiempo como en el espacio; y en todas las líneas se verifica un doble juego de descubrimientos y encubrimientos. En toda familia hay secretos y versiones de la realidad que hacen más tolerable o embellecen un pasado oscuro, vergonzante o simplemente anodino; esos secretos salen a la luz de manera gradual, aunque la necesidad de suspenso e intriga tiende a acumular los hallazgos en los capítulos finales del libro. Los otros son más felices abunda, además, en reflexiones sobre el arte -Áurea es pintora y varios otros personajes importantes también- y en descripciones riquísimas en detalles y matices de los cielos, la luz, el color y la textura de los paisajes de Londres, La Mancha, Madrid y la costa mediterránea. La primera parte añade el interés adicional de capturar el pulso de la vida cotidiana en los años de la transición a la democracia en España. Es también la mejor tramada; ese primer encuentro de Áurea con los Soley, que tan importante fue para ella, es el que mejor se ancla en la memoria. El resto se ve perjudicado a ratos por el exceso de digresiones y la creciente sensación de que ya pasó lo realmente importante. Hay que destacar la obstinación de la mirada de Áurea, que madura y reconstruye su identidad casi a pesar de su pasado; y en ese trabajo de buscar, mirar y decidir con autonomía está la línea secreta que anima un relato maduro y cuidado, donde descubrir al otro -a ese otro que solemos presumir más feliz- es, ante todo, descubrirse a uno mismo.
https://elpais.com/diario/2012/01/28/babelia/1327713159_850215.html

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