martes, agosto 28

LA VERDAD DE UN ESPACIO

Aquellos que nunca sintieron la verdad de las hoces silbando en mitad de la cebada, ni olieron la luz del pan de la pobreza, ni escucharon la voz del aire vespertino agitando las granzas en la era del verano, ni hallaron el óxido de la emigración abierto en la carne humilde de las máquinas abandonadas en mitad de un corralón, ni se sentaron encima de un panal tras caerse de bruces sobre una cagarruta, ni nacieron a la vida en un pueblo de posguerra, ni rozaron la mancha eterna del sudor escrito en las viejas camisas de franela colgadas en el sueño de una España gris que cubría de silencio a los perdedores. El dolor de aquel tiempo aún no se ha evaporado y sigue horadando el sol de mis entrañas. Aquellos y aquellas que nunca defecaron entre las sombras azules de un corral o en la penumbra ocrácea de una cuadra, ni tocaron la hierba dormida en las aceras de un pueblo olvidado en el vino de posguerra, ni abrazaron los tallos agrestes del centeno, ni subieron costales de trigo fermentado a la oscuridad violeta de las cámaras, ni sintieron crujir el alma de los carros cargados de bálago en la amanecida...
Quienes nunca escucharon la voz del pregonero agitando el murmullo de las callejuelas, su voz de tabaco horadando las esquinas. Aquellos y aquellas con corazón de asfalto que nacieron instalados en la era de internet, en mitad de una urbe de un millón de almas, rodeados de parques y esbeltos edificios, que no olieron la mugre añil de las carteras ni el olor de la carne en bodegas de penumbra, vienen ahora a contarme qué fue el mundo rural, la áspera vida de aquel ámbito agreste que, debido a su edad, nunca conocieron. Y encima lo exaltan ninguneando a aquellos que vinimos al mundo, por suerte o por desgracia, en mitad de un espacio pobre, campesino, oloroso a boñigas, a barro y a miseria que la memoria infantil cauterizó y regurgitó a través de la poesía, de la soledad, el silencio, el miedo, el frío que a veces me habita al hablar, o resucitar, el perdón, la tristura, el dolor de aquella época que ellos y ellas por suerte no habitaron y, sin embargo, hoy creen que han descubierto olvidando que el tiempo, aferrado a la memoria, no es solo inocencia y también melancolía, sino plena conciencia de lo que un día vivimos y sabemos que nunca, jamás, regresará.
Alejandro López Andrada, 26 de agosto, 2018

1 comentario:

  1. Una caricia de melancolía son tus palabras, palabras hermosas y sin vanidad que no han librado a mis cincuenta y cinco años de un nudo en la garganta, de esta congoja al verme rodeado de mi propia realidad, de mi propio punto de partida. Yo fui uno de tantos afortunados que creció jugando por los caminos anchos del campo...y lo vivido....aún me sigue enseñando a vivir.

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