sábado, enero 28

No siempre seremos jóvenes

Sentada frente a la tele me quedo enganchada a unas historias que cada vez me resultan más próximas. En la misma semana he visto dos películas estupendas que tratan del tema de la vejez. Una de ellas habla de un viejo profesor de filosofía, que tras quedarse viudo, entra en una espiral de tristeza y falta de motivaciones para vivir cada día, que incluso lo lleva a querer suicidarse.  El encuentro con una joven llena de vitalidad y alegría le devuelve las ganas de vivir. El escenario donde transcurre la historia es un ambiente cosmopolita (París) y la situación social del hombre no puede ser mejor, vive en un impresionante piso dentro de la ciudad y tiene su casita en la costa para pasar el verano. La otra historia no tiene nada que ver en cuanto al contexto. Un hombre llega de un pequeño pueblo del País Vasco a la ciudad donde vive su hijo, con el que apenas tiene contacto.  En principio nada se dice sobre las razones que le llevan a instalarse en un pequeño piso, donde vive la pareja con un adolescente. No obstante, ese no es el tema central de la historia, sino la incapacidad de comunicación del padre con el hijo y viceversa; la extrañeza y soledad con la que vive el hombre en la gran urbe, sin saber en qué ocupar su tiempo. En este caso, es una mujer la que se cuela en la triste vida de Héctor (ese es su nombre) sin que él pueda evitarlo, porque ella sabe lo que quiere y se empeña en acompañarlo en su soledad y mostrarle que se puede ser viejo y, sin embargo, tener ganas de relacionarse, de divertirse… de vivir, en definitiva.  
     
Aunque son dos historias con escenarios físicos y humanos muy distantes entre sí, hay algún que otro denominador común, que es lo que me ha hecho reflexionar y lo que me ha llevado a compartir esa reflexión con mis lectores.