miércoles, junio 8

Silencio asesino

“Es casi imposible mentir cuando se habla enfadado, lo decimos mal, pero decimos  lo que pensamos. (…) Castigar con el silencio es más peligroso que con palabras. El silencio es asesino. Es un pozo sin fondo porque cuando se intenta salir ya no  hay marcha atrás, se trata de un camino sin retorno cierto. Pertenece a la familia de la ira, pero puede ser más dañino que ella”.
                                                                       (La ciencia del lenguaje positivo)

¿Qué me pongo hoy? Se preguntó frente al gran espejo de su dormitorio. Abrió el armario, al que habían llegado, como cada temporada, las prendas de verano, incluso las que hace años que ni siquiera se pone. No hacía calor, así que pensó en algo ligero, pero no demasiado fresco. Encontró el pantalón marrón claro de estilo masculino y pensó: ¿me seguirá entrando? Pues sí, y además le quedaba tan amplio como cuando se lo regaló María. Nunca compraba ropa de tonalidades terrosas y ocres.
Sin saber por qué nunca se había sentido bien enfundada en esos colores. Lo suyo era el azul en todas sus gamas y matices, hasta llegar al malva, que era el preferido. Ahora tenía que encontrar la prenda superior que ligara con el pantalón y la encontró: un blusón con escote en pico, manga corta y dos aberturas en los lados. Era perfecto para combinar: tonos verde caqui y beis con un dibujo floral. Se lo probó… Ummmmm. No me veo, pensó. 
Estaba elegante, pero no era su estilo. Recordó aquella prenda de punto color crudo que tanto le gustaba y que era difícil ponérsela porque en verano daba calor. Una especie de guardapolvo muy largo, con manga corta, para llevar sobre un vestido de tirantes cuando hace fresco. Recuerda que cuando la vio por primera vez en el cuerpo de su amiga, le pareció muy bonita. Nada más decírselo, ella se la regaló; como quien no quiere la cosa... Así era ella. Se la colocó y vio que le quedaba muy bien con la ropa elegida. El espejo le devolvió su imagen, pero también le recordó que iba vestida de otra persona, de María. De arriba abajo. Sólo los zapatos eran propios. 
Salió a la calle y mientras caminaba ligera por la ciudad, no podía quitarse de la cabeza la imagen del espejo. Era una huella dolorosa lo que cubría su cuerpo ya maduro. Y pensó en tantas prendas de ropa, objetos domésticos y abalorios con los que su amiga la había querido agasajar. Una estela que permanece, tras más de dos años de silencio incomprensible y que sigue doliendo. ¿Qué se puede hacer con los vestigios de una amistad que parecía real y que, de pronto, sin mediar un conflicto, una mala palabra, una deslealtad, queda en el más absoluto olvido?
Esta mañana ha encontrado la cita que le he empujado a poner en palabras esas sensaciones y sentimientos tan cotidianos y tan repetidos desde hace ya más de dos años.

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