lunes, diciembre 7

La matanza que yo recuerdo

Los chiquillos esperaban con ansia la llegada del día de la matanza. Era una especie de ritual que se repetía año tras año. Cuando los fríos hacían acto de presencia y todo anunciaba esa alegría de los villancicos,  los mantecaos, la magdalenas, la lotería…los niños de San Ildefonso cantando con su soniquete repetitivo,  entonces era el gran momento, toda una fiesta. 

 Ese día todo el mundo se levantaba al alba.
A esa hora el rocío mañanero cubría los campos y los charcos de las calles eran pequeños espejos de hielo, que no se deshacían hasta bien entrada la mañana, cuando el sol llegaba a La Carrera y al Terrero.La lumbre había permanecido encendida toda la noche. Grandes troncos de leña de olivo ardían bajo la caldera, que año tras año volvía a su uso, para luego quedar abandonada en la cámara, esperando una nueva matanza.  Las mujeres y las niñas se ocupaban de pelar montones de cebollas para la morcilla. 
La cocina desprendía un olor muy característico; no agradable, precisamente, pero era lo de cada año, el avance del gran día, los preparativos necesarios y la caldera hirviendo, hasta dejar la cebolla a punto. Las niñas disfrutaban de esa posibilidad de pasarse media noche en vela, junto a las mujeres y las viejas vecinas, que acudían a ayudar cuando era necesario.  
El matarife llegaba al amanecer y se le ofrecía alguna cosilla para que calentara el estómago y entrara en calor. El aguardiente corría de mano en mano, entre los hombres de la familia, encargados de ir a buscar el marrano y pelear con la fiera, hasta que uno de ellos, el más experto, clavaba el cuchillo y el chorro de sangre acababa con los grandes gruñidos del bicho. 
 Los primos, que se reunían todos para esta ocasión en casa de la abuela Teresa,  se escondían detrás de las mujeres, o se subían a la escalera y entre los barrotes de hierro de la baranda, asomaban sus rojas naricillas,    como sin querer ver, tapándose los ojos y dejando dos dedos abiertos, como una rendija para poder observar cómo del animal manaba la sangre de un rojo oscuro y muy espesa. 
Era un espectáculo que nunca se perdían, algo morboso, pero muy excitante. Luego, las  mujeres movían la sangre… eso de la sangre a las niñas les daba una cosilla…La parte del cerdo más buscada por los niños de la casa era la vejiga. Una vez limpia, se convertía en el mejor balón para jugar al fútbol, en un tiempo en que no todos podían comprar una pelota y mucho menos de reglamento.   
Inflando la vejiga
Ese primer día, mientras el cerdo permanecía abierto y colgado en el portal,  era cuando las mujeres de la familia, con la abuela al frente, hacían las morcillas. Todos esperaban el momento de probar aquel rico manjar oscuro y un poco picante. 
 
 Se invitaba a los vecinos más próximos, especialmente a las mujeres más viejas, que sabían muchísimo de los ingredientes y aliños que había que poner. Ese día no se hacía más comida, porque todos se podían acercar a la caldera y mojar las sopas que quisieran. Además, se aprovechaban determinadas partes del animal y se asaban en las ascuas; eran las chincharras, un nombre muy sonoro y que había olvidado. Era un banquete, que acababa con la cocción de las morcilla, una vez embutidas. 
La fase final: cociendo la morcilla
El segundo día era el momento de despedazar todo el animal: los jamones, los tocinos y las costillas se salaban en la cámara, al fresco. Se preparaba el lomo y se guardaba en la orza, cubierto con la propia grasa que desprendía al freírlo. El resto de la carne, se trituraba con aquellas máquinas, que tenían una manivela y se aliñaba para elaborar los chorizos y las butifarras. Antes, todas las chiquillas colaboraban en la limpieza de las tripas del marrano; eso sí, con agua hirviendo, para que quedaran totalmente desinfectadas.
Curiosamente, no nos daba asco extraer de los intestinos toda la porquería. Así que las mismas tripas, servían para embutir aquella deliciosa masa de carne roja, o de un color pajizo o crudo, que era la de las butifarras. Aquello era totalmente ecológico; se aprovechaba todo. Ahora seguro que las tripas son de plástico o de un material parecido. Lo último era la fritura de los chicharrones, de donde se extraía la manteca para luego hacer los mantecaos de la Navidad.      
La noche final era cuando se celebraba el fin de fiesta: la Pajarilla. Era una buena ocasión para reunirse toda la familia e invitar a los allegados, o personas con las que se tenía algún compromiso. Esas noches eran muy divertidas y los niños montábamos nuestra particular fiesta en la cocina de la abuela. Allí lo que menos importaba era la comida. Eran momentos propicios para la fantasía, el juego, las risas, los bailes, los teatrillos; instantes que quedan en la memoria de la infancia y que sólo los rescata la nostalgia de alguien que se acuerda de que ya estamos en época de matanza, o estas redes sociales que todo lo destapan.    
No puedo dejar en el olvido una de las costumbres más interesantes que recuerdo. Pasados los primeros días de la matanza, las madres nos mandaban, como si de un emisario se tratara,  con un plato lleno de productos del marrano, cubierto por una servilleta o un paño. Era el PRESENTE y consistía más o menos en una morcilla, un trozo de tocino, costillas, algo de chicharrones, manteca… en fin, un poco de todo. Era una forma de agradecer favores, de reciprocidad vecinal en la que todos participaban y a mi particularmente me encantaba. De hecho, eran las niñas las encargadas de llevarlo por las casas. A cambio, nosotras recibíamos algo,  podía ser una peseta, o diez reales… no mucho, pero era un aliciente; además de disfrutar de la cara de satisfacción con que la receptora del presente recibía la visita.

17 comentarios:

  1. Una vez más reflejas mis recuerdos de esos dias , tengo muy presente un olor caracteristico mezcla de especias mezcladas para elaborar los chorizos y morcillas , gracias

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  2. Una vez más reflejas mis recuerdos de esos dias de matanzas

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  3. La matanza está descrita perfectamente y muy bien ilustrada, como tú sabes hacerlo.
    El tema no me gusta aunque era y aún es, la costumbre.
    Recuerdo de pequeña que mi padre compró un pavo,vivo por supuesto,inocente de mí, lo adopté como mascota. Iba a verlo a la azotea de mi casa cada día y cuando llegaba del cole le daba de comer.
    Un día, Navidad supongo, mi hermana Mercedes tuvo la mala uva de decirme que lo que había en el plato era mi pavito Rulín. No veas la llantina que cogí. Por supuesto no lo comí y a mi padre nunca más se le ocurrió comprar un pavo vivo.
    Un beso, Teresa.

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    1. Rosa María: Gracias por tu comentario. A mi amiga Maga tampoco le gusta eso de los cerdos, la sangre, las tripas... y ha hecho el esfuerzo de leer el relato y comentarlo. Lo cierto, es que hace algunos años, los niños que viviamos muy cerca de la naturaleza teniamos una relación muy natural con estas cosas. Además, en los pequeños pueblos, no había muchas ocasiones para salirse de la cotidianeidad más aburrida y estas fiestas nos sacaban del tedio.

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  4. Me ha gustado muchisimo. Enhorabuena. ¡que bien lo cuentas!.
    Transitamos por la vida, aprendemos a ponernos la corbata y hacernos el "nudo" y terminamos desnudos otra vez en la niñez ¿no?

    Un abrazo
    SOY YO

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    1. No sé si tú lo habrás vivido, porque te fuiste demasiado pequeño a la gran ciudad. Pero yo con mis primos y mis hermanos (niños y niñas) lo pasaba fenomenal.

      Gracias

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  5. No, no lo vivi, pero lo que estamos descubriendo -y tu lo recreas- es que ese mundo perdido nos haría falta ahora para amortiguar la cisis.
    En el mundo actual practicamente ha desaparecido el capital humano que tienen las sociedades pobres para saber hacer y producir para autoconsumo que en momento de aguda crisis como la actual amortiguaría el descenso a los infiernos.
    Y no va a ser fácil recuperarlo, en algunos casos imposible, quedan pocos abuelos que lo trasmitan, además. Va a ser y esta siendo muy dura esta larga "noite de pedra".
    SOY YO


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  6. Yo sí lo viví.Tú lo has descrito de forma certera; no te ha faltado detalle alguno.
    Al alba nos despertaba un gruñido muy agudo , casi parecía un aullido, que nos encogía el corazón.Pero nos producía morbo;allí estábamos los chiquillos, en pijama, revoloteando y olisqueando todo lo que hacían los mayores.A mí me producía una sensación rara cuando bajaba, es que las cocinas de la matanza solìan estar abajo, y veía a los mayores tan contentos, ajenos al rugidodel animal, y muy afanados, mientras el matarife, que era mi padre( y tenía mucho prestigio por su precisión en los cortes)agarraba al marrano, que así lo llamábamos; yo solo tenía ojos y oídos para el gruñido, ya sordo y débil que que anunciaba que era el final.Qué bravura y dignidad; hasta el final se defendía moviendo las patas.El agua hirviendo le esperaba en la artesa.Qué habilidad tenía mi padre para raer con rapidez, la gruesa corteza y dejarlo limpio de pelaje; me maravillaba que no se quemara-Al día siguiente, deshacían al animal; así se llamaba el despiece-Era el día en que nos comíamos las "chincharras" asadas en la lumbre.Vamos que eran los trozos de solomillo o de lomo alto.Lo recuerdo como algo exquisito que nos cocinaba mi padre, con sal y pimienta, y con unos cortes especiales que él les hacía para que se hicieran rápido pero que no se quemaran.También era un gran momento gastronómico cuando se" probaba" la carne de morcilla y de chorizo.
    Yo aún no he olvidado hacer chorizos.Pero desde que vivo en la costa se acabó; se necesita el clima de la sierra o el frío de Sª Mágina ¿verdad?
    Otro momento para el recuerdo que nos has brindado,Teresa,Besos.Juanita

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    1. Gracias. Sabía que añadirías algún detalle. Por ejemplo lo de las "chincharras"; una palabra que no recordaba y que la voy a colocar en el texto, con tu permiso.
      Un beso

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    2. Tere lo de chincharras tampoco ami me suena de nada,si los chicharrones que luego se le añadian a las migas,yo tambien vivi toda esa epoca solo que la primera matanza que se hizo en casa estaba para irme a la mili.
      Juanita puede ser hija o nieta de los buscavidas.Para el proximo relato acuerdate de los que no montabamos a caballo ni se hacian matanza en casa, eramos muchos y tenemos derecho a salir.Un abrazo

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    3. No, amigo anónimo, quien seas. Juanita no es de esa familia, que supongo que son los que vivían al lado del pilar de La Carrera. Seguramente su padre también tenía esa habilidad y por eso lo hacía él mismo. En mi casa no, en mi casa venían los especializados, que, como tantas veces, no recordaba el mote. Gracias por decírmelo. Lo mismo que los matarifes. En Bedmar no se decía así, pero el relato quería hacerlo más universal.
      Un abrazo y, si no te molesta mucho, por favor, firma con tu nombre. Es más bonita la comunicación.

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    4. juan linde troyano10 diciembre, 2012 20:52

      DOS HORAS LLEVO BUSCANDO COMO HACERLO, SI VALE ASI PARA LA PROXIMA LLA LO SE.

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    5. juan linde troyano10 diciembre, 2012 21:14

      No queria ser anonimo

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    6. juan linde troyano10 diciembre, 2012 21:25

      Lla puedes perdonar no era mi deseo salir como anonimo.

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    7. Gracias Juan.¡Qué bien que intervengas! Pero no te pongas así, que a mí precisamente no me interesan mucho los que van a caballo... jajaja
      Un abrazo

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  7. Recuerdo que de niña las vivía con agrado. Los sabores y los juegos con mis primos entrando y saliendo de la gran cocina es lo que más me gustaba; el olor a sangre era ya otro tema.

    Ahora creo que no podría ver una en directo, estoy muy sensibilizada con el dolor animal.
    Un beso grande.

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  8. Es verdad que cuando nos hacemos mayores nos volvemos más sensibles a ciertas cosas. Yo no puedo ver la sangre y la violencia me horroriza.

    Un beso

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