miércoles, septiembre 12

Mi calle olía a pan caliente (1ª parte)

Mi calle olía a pan caliente, sobre todo a primera hora de la mañana, cuando, después de la pequeña bronca de cada día para que saltara de la cama, salía corriendo como alma que lleva el diablo, Carrera Alta adelante hacia la calle Jiménez,  donde estaba la escuela de doña Mercedes. Como todas las niñas,  llevaba el  babi blanco abrochado en la espalda, con su cuello  y  su lazo azul marino, rematando el modelo. Me pregunto cómo se las compondrían las madres para llevarnos siempre tan relimpias, teniendo en cuenta que no había agua corriente en las casas…, al menos en la Carrera Alta nadie tenía agua; bueno, para ser más exacta, Visitación la de Currico tenía un pilón con un chorro de agua que daba gloria verlo. Como mi madre tenía mucha amistad con ella, a veces íbamos a lavar algunas cosas que tenían urgencia. De eso me acuerdo bien, y de lo cariñosa que era Visitación. Pero eso ya era al final de la calle, muy cerca del pilar. Qué hermosura de agua caía por aquellos caños, fresquita en verano y calentita en invierno. Y cómo han dejado perder todas las fuentes del pueblo. Una pena. 
Teresa hace unos 10 años, sentada en el pilar de la Carrera Alta

Han pasado tantos años que me resulta difícil recordar los nombres, los apodos y las caras de la gente.  Hoy, una joven que nació cuatro años después de marcharme de allí me ha hecho pensar en cómo ha cambiado todo con la gran huida de los años sesenta. Ella no sabía nada sobre mí ni yo sobre ella: eso es un síntoma.  Pero sus palabras me han hecho volver la mirada a esos días e intentar que mi memoria haga su trabajo: tengo que rescatar ese mundo infantil, porque al fin y al cabo su rastro es muy evidente en mi personalidad.  Sigo siendo aquella niña de la Carrera que corría cada mañana a la escuela con su babi blanco, sus trenzas recién peinadas, la cara lavada en la palangana de porcelana blanca,  y siempre con una cartera de madera donde guardaba el plumier, la libreta y la Enciclopedia de Álvarez.
¡A lo que iba, que se me va el santo al cielo! La Carrera Alta empezaba en el Pelotar y terminaba en la calle Jiménez, debajo mismo del viejo castillo. 
Entrada actual de la escuela
calle Jiménez
Como he dicho, la calle olía a pan caliente, o al menos es lo que primero me viene a la memoria sensorial. Y es que en muy poco espacio había dos hornos que abastecían a todo el barrio, incluídas las zonas colindantes, como las cuevas, detrás mismo de la Carrera, el Terrero, una calle empinadísima que salía justo enfrente de mi casa, perpendicular a  la Carrera y desembocaba llegando ya a la Rambla.  
 Los hornos estaban regentados por dos familias a las que apreciábamos muchísimo. Uno de ellos estaba casi casi enfrente de mi casa, lindando con María la de Baltasar el Albardonero, que era una mujer muy graciosa y que tenía dos hijos: Domingo y Bartolomé y una hija: Mª José, que se marchó muy pronto de allí. Mª José, por cierto, me contó mi madre que era algo así como mi canguro, cuando yo era muy chica. Pues eso, Mª José me cuidaba mientras mi madre atendía la tienda que regentaba desde muy joven.  Después de muchos años, jubilada, ha vuelto a Bedmar y es una persona cariñosísima y muy lista, porque casi sin ir a la escuela escribe unas poesías maravillosas y las recita mejor.
Domingo el de María la del Albardonero. Todo un gal

Mª José en la actualidad






















Mi madre me hablaba de Antonio el hornero y de su mujer, a la que todo el mundo conocía por Sebastiana “La gorda” Por lo visto eran una pareja muy peculiar. Él muy aficionado a la juerga y a tomarse unos vinos con mi bisabuelo Gerónimo,  también un vividor donde los haya. Sebastiana,  una mujer de su época, y según parece muy enamorada de su hombre, al que ayudaba en las tareas que requería el negocio. Yo no los conocí, al menos a él, que murió joven y dejó la panadería a su hija: Mª Dolores. Así que mi relación fue con la segunda generación y con sus hijos. 
Cristóbal y Mª Dolores, en plena faena
En el horno no sólo se cocía el pan. Era un lugar de relación, donde el churreteo de cada día iba y venía; o sea, que se cocían muchas cosas. Pero cuando tenía más vida era en las épocas de elaboración de dulces, especialmente en Navidad. Aunque la mayoría de mujeres preparaban los mantecaos y las magdalenas en sus casas, en grandes lebrillos de barro,  en la panadería se colocaban en latas y se introducían en el horno. Para diferenciar unas de otras, se señalaban de forma muy curiosa: habas secas, judías blancas, garbanzos…, clavadas sobre la masa de los dulces, o encima de la lata; cosa que no siempre era eficaz, porque solía haber algunas peloteras por las confusiones que tal sistema producía. Pero no llegaba la sangre al río. 

Lo cierto es que en esos días a mí me gustaba mucho estar entre las mujeres enterándome de todo lo que allí ocurría. En mi memoria guardo muchos momentos de la casa de Mª Dolores y Cristóbal, con los que siempre he mantenido una relación muy afectuosa. Se marcharon a Barcelona en el año 63 o 64, más o menos. Yo, que era una niña todavía,  lo viví como una pérdida tremenda, sobre todo porque me había encariñado mucho con Esteban,  el pequeño, que sólo tenía dos años y me costó mucho desprenderme de él. 
El pequeño Esteban en la puerta del horno
El segundo horno estaba en la otra acera, dos casas por debajo de la mía. En medio vivía mi tía Mª Ramona, hermana de mi abuelo materno, a la que llamaban Mª Ramona la de Pedro Jacinto, seguramente porque ese era el nombre de su marido, al que perdió siendo muy joven. Era una casona muy grande y destartalada, como casi todas las que se construían entonces, pero era también un lugar de acogida para mi madre en las noches del frio invierno. Yo recuerdo a mi tía como una mujer afable, sin aspavientos, poco dada a los gestos exagerados. Murió con más de 90 años y con un estupendo aspecto de anciana siempre pulcra,  de pelo blanco recogido en un moño. Casi todos sus hijos emigraron: tres de ellos se había ido a Cádiz en los años cincuenta y los otros dos varones se marcharon a Barcelona en la misma época que mi familia. Alfonso, el padre de Pedro Jacinto, casado con Micaela,  y el otro se llamaba Santiago. También tuvo una hija: Mª Francisca,  que, como ella, enviudó muy joven. Vivieron juntas hasta que un hijo de ésta se marchó también a Cádiz y ella lo siguió. Así que mi tía, con seis hijos vivos pasó gran parte de su vida completamente sola. Fue una de las que se mudaron a la rambla, siendo ya mayor. La casa de la Carrera la compró Juan Perenales.
La tienda de Josefa La Arguñana en la actualidad
Imagen actual
 Vuelvo de nuevo al segundo horno de la Carrera Alta. Era una casa grande, de tres plantas y una ancha fachada, todavía visible, enfrente mismo de la Arguñana.  
Toda la planta baja estaba dedicada al negocio. Tenían una tienda muy bien surtida, y la panadería.  La familia propietaria sólo regentaba directamente la tienda. Águeda la de Juan Medina tenía mucha traza para el negocio y se pasaba el día detrás del mostrador. Su marido: Juan de Dios, era de la familia de Amezcua. Un hombre dedicado a los negocios de compra venta de fincas, y qué sé yo, porque lo cierto es que no estaba casi nunca en casa y tampoco era hombre de campo.  El trabajo de la panadería lo hacían personas contratadas. De esta familia todavía recuerdo las largas noches de invierno, junto al brasero, contando las monedas que se habían recogido a lo largo del día y empaquetándolas. 
La casa de Águeda y Juan de Dios en la actualidad

Tenían confianza con mi madre y yo la acompañaba a estas visitas tan curiosas. Y también recuerdo las animadas charlas, siempre dirigidas por Juan de Dios, que era una persona de fuerte personalidad y muy locuaz. Curiosamente, tanto este matrimonio, como el de Mª Dolores y Cristóbal me parecían muy enamorados; sobre todo ellas. Eso lo recuerdo perfectamente. No he olvidado  el día que Juan de Dios apareció con una cocina a gas butano. 
Era la primera vez que veíamos una cosa así y Águeda nos la enseñaba con cara de extrañeza y admiración, porque aquello le iba a facilitar muchísimo el trabajo de la cocina.  Loly y Pepita eran las dos hijas de este matrimonio. Loly algo menor que yo, pero con la que solía ir a jugar a las habitaciones de encima del horno, especialmente en invierno, porque estaban muy calentitas. Pepita era de la edad de mi hermana, o sea, unos seis años más pequeña. La recuerdo muy espabilada, graciosilla y creo que era rubia. Se marcharon a Granada hace muchos años y allí siguen.  
Está claro que ese olor a pan caliente me viene de la relación tan estrecha que hubo entre mi familia y los dos hornos de la calle. Hasta tal punto era así que para no quedar mal con ninguno de ellos mis padres compraban pan indistintamente en uno o en otro. No sé si lo organizaba a días alternos o qué, pero los vales con los que retirábamos los panes, los teníamos de ambas panaderías. 
 Y es que la mayoría de la gente no tenía dinero en efectivo. Los que sembraban trigo, como mi padre, lo llevaban al molino, recogían la harina y se la llevaban al horno. A cambio, nosotros teníamos unos vales con los que podíamos disponer de pan todo el año, sin desembolso en moneda. Así funcionaban las cosas no hace tanto tiempo… ¿O sí…?  No me hago a la idea de que de eso hace ya cincuenta años más o menos… muchísimo, sí.

11 comentarios:

  1. ¡Qué bellos recuerdos Teresa! Siempre es un placer leer lo bien que narras.

    Un beso grande.

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  2. Mi calle olía a pan caliente..., Unnnnmmm qué rico, casi me llega el aroma, con lo que me gusta, y es que el de entonces quién lo pillara!!!.
    Encantada de estar asomada de nuevo a tu ventana ¡qué bien que estés de vuelta!. Lo que publicaste en días anteriores divino, y las fotos para mirarlas sin pestañear...
    Abrazote para tí y los asomantes.

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    1. Sobre todo las fotos son un regalo. La gente está colaborando mucho y es de agradecer, porque ilustrar el relato con los verdaderos protagonistas es una alegría.
      Gracias

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  3. Querida Teresa, por octava o novena vez he intentado poner un comentario en tu bló. No sé qué pasará esta vez. Parece que no le gusto mucho. Te decía en él, que un rato después de leerlo, mientras trataba de poner el comentario, todavía podía oler a pan caliente y que me encantan tus crónicas porque no podemos saber hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos. Básicamente era eso, y enviarte un beso y un abrazo.
    Hace 37 minutos · Me gusta

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    1. Gracias Silvia. Trata de resolver ese problema, que la verdad es que no se comprende. De todas formas gracias por tu interés. Aquí estoy haciendo una especie de arqueología y en el grupo de facebook de mi pueblo está teniendo mucho éxito.

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  4. Todos estos comentarios los he copiado de Facebook. Es lo que mis paisanos sienten al leer este relato. Gracias a todos por colaborar de varias formas, informando y mandando fotos.

    Isabel Bayo Gámez. Tere eres genial, me encanta

    Lucia Caballero Lorente ayyyyyyyyyyy que agustito me he quedado ,leyendo otra vez,tus relatos....Siempre me emocionan

    Juana Romero Medina ¡¡¡¡Uhhmmm¡¡¡¡hasta aquí llega el olor a pan recien horneado.Qué bien retratas tus recuerdos infantiles, llenos de sensaciones.Cómo me gustaba ver sacar el pan del horno, pala en ristre ; el hornero con su delantal, afanado en su trabajo, era un misterio para mí.¿Qué fue de estas panaderías?Yo también las visité de pequeña.

    Loly Delgado Dela Torre. Me encanta todo lo que pones !!

    Monica Narvaez. Mi madre vivia en el llano donde la pelijas y el romano, iba a la escuela de doña mercedes gracias a este relato he podido acercarme un poco a su infancia porque aunque ella nos contaba cosas no lo hacia a menudo. Gracias por estos recuerdos de infancia son preciosos

    Monica Narvaez. soy nieta de vicente el bala y maria dolores la del lunar

    Teresa Fuentes Pues yo era muy amiga de tu tia Mª Antonia que es la que nació el mismo dia y año que yo. A tu madre y a tu padre los recuerdo perfectamente.

    Monica Narvaez. Yo se lo diré a mi tia un saludo tere me ha gustado mucho tu relato y me ha hecho recordar el tiempo que vivimos en bedmar unos años despues

    Juan Linde Troyano. Tere el Sabado tube la ocasión de estar con esa amiga tuya Maria Antonia, y con las hermanas Encarna y Cati hijas de Canastero y Corcheta, esas tambien las conoces seguro.

    Teresa Fuentes. Pues claro que las conozco. Voy a subir una foto de ellas.

    María Jiménez Minchán. Tere, no se si sería para la misma época, pero mi abuelo también tenía una panadería en la carrera. Era "Santillos". Mi madre,abuela y todas mis tías (que eran también un montón) le ayudaban.

    Teresa Fuentes Maria: Santillos entró en la panadería de Cristóbal y M. Dolores años después, yo creo que más allá del 75. Yo los traté, pero ya llevaba muchos años en Barcelona y volvía de vacaciones. Lo que no sabía es que tenian nietos tan mayores. Es que el tiempo pasa...

    Monica Narvaez. Creo que el hijo pequeño de santillos es quinto mio anda que no hemos jugado alli en la carrera alta ni na

    Teresa Fuentes. A todos, os invito a enviarme fotos, para ilustrar la segunda parte del

    Anita Herrera Rodriguez, Tere me ha encantado tu relato de la carrera alta lo he leido con mi hija delante y me a visto como me emocionaba y como recordaba todo lo que tu as escrito Tere si yo soy hija de MARIA CUADROS

    Teresa Fuentes. Gracias Anita. Sólo si me mandas una foto tuya y con tus hermanos lograré recordar vuestras caras, por favor, mándamela, que me hace ilusión.

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  5. Teresa, lo leí en su día y he vuelto a leer ahora esta entrada tan hermosa. Ya ves, también en esto coincidimos, también mi calle tenía panadería... bueno, tres en concreto.
    Quiero darte las gracias por todos los buenos ratos que paso cuando leo tu blog, por los comentarios tan generosos que escribes en el mío y desearte de paso una Feliz Navidad, con la música de fondo de las zambombas de Jerez.
    Por cierto, todas las fotografías que tengo están a tu disposición.
    Un abrazo
    Pueblana

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    1. ¡Qué ilusión me hace recibir tus palabras, Pueblana! Es cierto que tenemos bastantes cosas en común y seguramente por eso nos seguimos mutuamente. A veces, tus relatos del mundo rural me parecen tan cercanos, tan cercanos... como el otro día, cuando me emocioné tanto leyendo lo de la ventana con los postigos rotos y sin cristales. Tal eran las ventanas de mi casa, te lo aseguro. Por eso me siento tan feliz leyéndote y viendo esas maravillosas imágenes que pones. Muchas gracias por tu ofrecimiento. Lo tendré en cuenta. ¡Ah! Seguro que vas a tener más lectoras a partir de ahora. He recomendado tu blog en una página de Facebook de un grupo cerrado de mi pueblo y ya ha habido varias mujeres que han leído tu última entrada.
      FELIZ NAVIDAD también para ti.
      Un abrazo

      TERESA

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  6. Ya me gustó en su día y ahora lo has mejorado con los matices y la ilustración fotográfica que le has añadido.Se me ocurre una palabra, ZAMPABOLLOS; para un pueblo tan pequeño no veas la cantidad de panaderías y buenos panaderos que existían.Y es que se consumía más pan que ahora; había que llenar los estómagos y el producto estrella era el pan; el más asequible para las maltrechas economías.¡Y que rico era¡.....Algunos aún lo tenemos como producto estrella en la mesa.Pero me gustaba más esperar la nueva " horná" allí, viendo a los panaderos untarlo con esa brocha que le daba brillo.Ah, "los vales" eran tambien un recurso muy cotidiano para comprarlo.Las panaderías ya forman parte de nuestra historia local.
    Un abrazo calentito, como el pan "casero".Juanita

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    1. Tú siempre poniendo la guinda. Se agradece, porque me da trabajo. He tenido que rebuscar las fotos que ya las tenía en carpetas para colocarlas. Creo que ahora está más completo.
      Un beso

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