sábado, noviembre 20

Vida digna, muerte dulce... dudas y dilemas morales

                   Esta carta la escribí el año pasado, a primero de diciembre, pero la he querido trasladar desde "Cartas sin respuesta" a "Cineblogeando", para facilitar su acceso a las personas que se acercan al blog y sólo quieren ver qué peliculas tengo en mi cajón.

Querida amiga: Desde hace más de una semana tenía ganas de ponerme con la carta. Acabando de ver una película, pensé en ti, en la conversación que podríamos haber tenido a raíz de la hermosa y conmovedora historia que compartí con unos cuantos amigos.
Sin embargo, no siempre coinciden mis deseos con las posibilidades que tengo de ponerme tranquilamente a darle a las teclas de mi ordenador, (por cierto, algunas de ellas con las letras completamente borradas, por el uso). Pues eso, que yo necesito mi tiempo de reposo para escribirte; las cartas a las amigas no son cualquier cosa: son una conversación íntima con alguien que está dispuesto a escuchar y que puede establecer contigo un diálogo. Por eso a veces tardo algo más de lo debido en escribirte.
Esta mañana del ocho de Diciembre, cuando todo anuncia la Navidad, es cuando he encontrado ese hueco. Este fin de semana largo he tenido dos amigas visitándome en Jerez. Una de ellas, Cecilia, la conocí hace ya diez años en Chile. Me invitó a visitarla en la Universidad donde impartía sus clases a estudiantes de Trabajo Social. No recuerdo si te hablé de ella, pero fue una estupenda experiencia para mí poder ir a América Latina como docente. Siempre dije que allí, en un mundo tan diferente, me sentí muy relajada, sin los miedos e inseguridades que siempre me atenazaban en muchas de mis clases. Creo que me despojé de todo eso y me sentí con una gran libertad; de ahí que disfrutara tanto en las dos ocasiones que visité el país.
¿Por qué te cuento lo de Cecilia…? Pues porque ha sido con ella con la que he hablado de esta película. Antes, el grupo de amig@s con los que suelo compartir tardes de cine alrededor de una mesa y una copa, hemos reflexionado sobre las cuestiones que plantea la historia del film. La historia es la siguiente:
Juliette sale en libertad después de pasar quince años en la cárcel. Durante esos quince años no ha tenido ningún contacto con su familia, que la rechazó. Su hermana menor, la acoge en su casa de Nancy, donde vive con su marido y dos hijas adoptivas. Debido al largo encarcelamiento de Juliette y a su diferencia de edad, las dos mujeres se sienten como dos extrañas. A pesar de eso, la hermana menor aceptó dar cobijo a la mayor cuando los servicios sociales se pusieron en contacto con ella y le informaron de que salía de la cárcel.
Al principio, Juliette parece distante, alejada del mundo, ensimismada; en sus ojos se adivinaba un sufrimiento difícil de poder transmitir con palabras. Pero Léa, su hermana, se esfuerza por ayudarla y hacer que su estancia en la casa familiar sea agradable. La casa es grande y siempre está llena de amigos. Michel, compañero de trabajo de Léa y seductor empedernido, y una pareja de inmigrantes, Samir y Kaisha, ayudan a Juliette a volver a una vida normal. Poco a poco, las hermanas recuperan la confianza mutua para superar los secretos. Sobre todo el gran secreto: la tragedia que llevó a la cárcel a la protagonista, y que poco a poco va desvelando el film.
En fin, aunque el guión está tan bien hecho que tardas bastante en conocer cuál ha sido el delito que llevó a Juliette a la cárcel, al final nos sorprende con un caso de Eutanasia activa. Quiero decir que, Juliette, que, por cierto, es médica de profesión, acabó de forma consciente y decidida con la vida de su hijo, un niño con una enfermedad incurable, que le hacía pasar por dolores insoportables. Después de comprobar una analítica que confirmaba un pronóstico trágico e inminente, la mujer tomo una decisión: acelerar y endulzar la muerte de su hijo, utilizando sus conocimientos médicos.
Juliette pasó quince años entre rejas, alejada de toda su familia, olvidada y sin apoyos de ninguna clase, ya que sus padres y su marido no comprendieron nada y nunca la perdonaron. Pero la película trata de su salida al mundo y del esfuerzo que tiene que hacer para volver a “reconstruirse” como persona, para “renacer” y encontrar sentido a la vida, con el peso del pasado a sus espaldas.
Una de las cuestiones centrales del filme, es el silencio absoluto de ella; su negativa a defenderse de la acusación; a explicar cuál fue la verdadera razón de su terrible acto..., ¿de amor…? Sabía que eso le costaría larguísimos años de cárcel y el rechazo de todo el mundo, pero no estaba dispuesta a defenderse, porque en el fondo, ¿quizás pensaba que merecía un castigo?, ¿o tal vez sabía que ningún argumento podría satisfacer a nadie, ni a ella misma siquiera?
Ya sabes cómo me apasionan los temas como este; quiero decir, los grandes dramas morales por los que tantas personas pasamos, porque ¿Quién no ha tenido que luchar consigo mismo en algún momento de su vida, ante situaciones dramáticas en la que ninguna decisión nos deja satisfechos del todo...?
Pues con mi amiga Cecilia, mientras paseábamos por Cádiz, en una tarde otoñal, veníamos hablando de las justificaciones que cada cual busca para defenderse de la moral social, de los juicios que muchos se atreven a hacer sobre algunos actos que resultan incomprensibles para la gente bien pensante, los puritanos y los ilusos, seguros de que existen las buenas y las malas personas. Veníamos planteándonos esa falsa dicotomía, en la que ninguna creemos, porque ambas hemos vivido situaciones vitales que nos han mostrado algo sobre nosotras mismas que desconocíamos: ante determinadas circunstancias, todos podemos mostrar nuestra peor cara y hacer cosas poco edificantes.
Recordé la frase de la protagonista de la película, cuando alguien le preguntó: ¿por qué no te defendiste delante del juez…? Esta fue su respuesta:
- ¿Y qué querías que dijera…? ¿Es que hay alguna justificación posible?
Nuestra conversación fue transcurriendo por caminos cercanos al tema de la película y hablamos de otra de las grandes cuestiones que continuamente vuelve a la palestra: el aborto. Cecilia, que es Trabajadora Social, ha trabajado con mujeres en su país y me contaba su experiencia en este sentido. Estaba de acuerdo en que se trata de una decisión íntima y dolorosa para cualquiera y que el debate social está un poco alejado de esa vivencia. Muchas mujeres piensan lo mismo que Juliette, la protagonista de la película. No vale la pena justificarlo, adornarlo con grandes principios éticos. Nadie puede ponerse en el lugar de quien decide algo así. Las razones más o menos objetivas de las mujeres, corren paralelas a un sentimiento de desgarro, de pérdida irreparable. Casi todas hablan de que hay un antes y un después en sus vidas. El duelo, la culpa… y el perdón, que no viene de afuera, sino que tienes que permitirte para seguir viviendo, aunque ya nunca serás la misma.
Eso le pasaba a la protagonista de nuestra historia: Juliette. Su salida de la cárcel no acabó con su pena, con el profundo dolor que la acompañaría siempre, reflejado en sus hermosos ojos claros. Al fin y al cabo ese es el castigo mayor de este tipo de actos: el gran vacío interior y el camino que hay que recorrer hasta encontrar un poco de paz.
Por eso tuvo que pasar un tiempo; el suficiente para que esta mujer mostrase a los demás lo que era: una persona corriente, como cualquiera; sólo que la vida la había puesto ante un gran dilema:
            
              • Si acelerar la muerte de su hijo, para evitarle un enorme sufrimiento, sinsentido. Hacerlo no iba a ser fácil, ni iba a estar exento de un castigo interno (conciencia y dolor) y externo (justicia)
             • O bien respetar el proceso de enfermedad, hasta la llegada de la muerte natural del muchacho.

Esta opción entra dentro de lo que socialmente se considera moralmente aceptable y legítimo. Al fin y al cabo, el valor de la VIDA se ha convertido en una especie de tabú que resulta difícil saltarse. Pero ¿Cuántas madres, teniendo en sus manos la posibilidad de acelerar dulcemente ese proceso, no lo harían?, ¿cómo asistir al deterioro y al sufrimiento de un hijo, sin hacer nada para evitarle ese trance?
Así son los dramas morales: irresolubles. Algo totalmente humano que debería producir, más que tanta palabrería y enjuiciamiento gratuito y puritano, una pizca de compasión y comprensión.
Por eso me resultan tan pesados los debates mediáticos y políticos sobre el derecho a la vida. De vez en cuando saltan a la palestra y vuelven de nuevo los discursos vacíos de tanta gente que sólo entiende las cosas en su sentido más abstracto. Se habla del derecho del no nacido; del derecho a una muerte digna; de la ilegitimidad de acabar con la vida de alguien porque está enfermo y desea acabar con su dolor; de que no somos nadie para tomar ese tipo de decisiones… bla… bla… bla… Detrás de todo eso hay personas que sufren y alguien que, dolorosamente toma una decisión, cuya trascendencia está fuera de toda duda. ¿Cómo podemos estar tan seguros de todo…?

Te recuerda, tu amiga
TERESA

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