lunes, junio 28

Verano del sesenta y siete

 Aquel año el verano había llegado casi sin avisar. De pronto las tardes se alargaron; mientras los cuerpos iban pidiendo telas livianas, colores alegres y sol a la orilla del mediterráneo. En junio todo cambiaba. Recordaba la época en la que la escuela cerraba por la tarde, precisamente por ese calor temprano, que anunciaba una nueva estación. Desde que llegó a Barcelona, ése era un mes en el que podía ocurrir cualquier cosa, sobre todo si tenías dieciséis o diecisiete años. Porque entonces, ese gran misterio que nunca acababa de descubrirse podía estar a punto de hacerse algo tangible, palpable.
Cuando se acercaba la fecha, los grupos de chiquillos recorrían las calles, buscando todo aquello que, por el paso del tiempo, pudiera ser lanzado a las llamas. Antes del gran día, se amontonaban en las plazas y en cualquier rincón más o menos escondido del barrio, sillas, aparadores desvencijados, sillones con las tripas al aire, mesas, mesillas y demás cachivaches inservibles, susceptibles de convertirse en cenizas, por obra y gracia del fuego purificador. Año tras año la misma tónica; la tradición se repetía de forma invariable, porque siempre había alguien que se iniciaba en el ritual.

Reconocimientos que se agradecen

             Otro instante de emoción. Tarde del veintidos de junio. Centro de adultos Victoria Alba de Jerez. En el acto de final de curso, al que acuden más de cien personas; personas que en su día no pudieron acabar sus estudios primarios, o incluso no los iniciaron. Entre ellos muchísimas mujeres, la mayoría. Mujeres que esa tarde se había esmerado en su arreglo y aparecían guapísimas, como para una fiesta. Al fin y al cabo qué mejor celebración que esa: estar aprendiendo y disfrutando con descubrimientos que las hacen sentirse mejores, más valoradas, pero sobre todo más felices.
Cuando escuché mi nombre y salí a recibir la placa, me emocioné. La enseñanza de adultos tiene un significado especial para mí, porque me recuerda lo que siempre hizo mi madre en mi propia casa: enseñar lo que sabía a las personas que no habían podido ir a la escuela. Por eso me sentí muy orgullosa y honrada con ese regalo tan especial que se me hizo.      
Mi agradecimiento a tanto entusiasmo por algo tan humilde como mi libro. Recibo el cariño y la admiración, teniendo muy claro quien soy y de dónde vengo. Al fin y al cabo, en lo fundamental, me siento una de ellas. Creo que es eso lo que transmito y de ahí el acercamiento que se da.


miércoles, junio 23

Las consecuencias del ajuste económico


Me parece bien argumentado y valiente, y por eso quiero compartirlo con vosotros. Lo escribe Antonio Gutiérrez, diputado del PSOE, presidente de la Comisión de Economía del Congreso y ex secretario general de Comisiones Obreras.

"En cuanto asoman las crisis proliferan más las ocurrencias que las ideas. Recurrentes ocurrencias sobre nuevas reformas laborales que lo único que renuevan, con contumacia, es la degradación del trabajo. Porque, como la energía en el primer principio de la termodinámica, el empleo ni se crea ni se destruye con las normas laborales, si acaso inducen su transformación y si es para hacerlo más endeble, facilitarán también su precaria creación en épocas de bonanza y su masiva destrucción a las primeras de cambio (del ciclo económico).
La organización del trabajo en una economía es el corolario de su estructura productiva y no al revés. El fordismo no surgió en la agricultura norteamericana durante su expansión al Oeste sino en las fábricas de automóviles y a raíz de que Henry Ford decidiera fabricarlos en serie.
A su vez, la inversión productiva es la que genera los empleos adecuados a los bienes y/o servicios que se vayan a producir y los demanda en la cantidad necesaria para optimizar el capital invertido. Una industria tecnológica requerirá empleos cualificados y una subcontrata de construcción sería ruinosa si nutriese su plantilla a base de arquitectos. La primera mantendrá a sus técnicos por bastante tiempo, porque los desarrollos de su producción necesitarán un buen periodo hasta abrirse hueco en el mercado; la segunda ocupará al grueso de sus empleados mientras dure la obra. Posiblemente esta obtendrá beneficios más rápidamente que aquélla, pero la productividad por hora trabajada, la generación de valor añadido, la competitividad en los mercados nacional e internacional y los mayores beneficios a la postre, aunque se hagan esperar un poco más, serán más plausibles en la industria que en la subcontrata; y contribuirá a la generación de riqueza en el país, más solvente y más sostenible en todos los órdenes.
                                           La viñeta de Forges

La confusión entre ganar competitividad en un mundo cambiante y acumular beneficios abundantes, con la mínima inversión y en poco tiempo, como manda la más pura tradición del capitalismo español, ha latido siempre tras las innumerables reformas laborales habidas desde antes incluso de aprobarse el Estatuto de los Trabajadores. En su reforma parcial -y brutal- de 1985 se consagraron hasta ¡16! modalidades de contratación temporal aunque las tareas a desarrollar fueran permanentes. "Los empleos temporales de hoy serán los fijos de mañana", nos espetó el presidente del Gobierno de entonces a cuantos osamos advertirle del destrozo en el mercado laboral que iba a comportar su reforma sustituyendo fijos por eventuales.
En apenas tres años pasamos de tener una tasa de temporalidad del 13% al 30% y en esa dualidad seguimos veinticinco años después. Y no porque se dejaran de hacer reformas, sino precisamente porque se han hecho muchas más al menor bache de la economía pero siempre con el mismo interés de abaratar el factor trabajo como vía principal para recomponer la tasa de beneficio. Reformas, paradójicamente, para mantener el mismo patrón de crecimiento y competitividad. Eso sí es alimentar el inmovilismo frente a la globalización.
Al menos fueron tres los momentos decisivos para modernizar la estructura productiva de nuestro país que se desaprovecharon con otras tantas reformas lampedusianas: a principios de los ochenta con la impropiamente llamada reconversión industrial; al ingreso en las Comunidades Europeas, "preparada" con la precarización laboral de 1985; en la fase de convergencia hacia la Unión Monetaria con Gobiernos del PP que cebaron la burbuja inmobiliaria y arruinaron la reforma pactada en el 97 entre patronal y sindicatos para conjugar, por primera y única vez, flexibilidad y estabilidad laboral. Ahora puede anotarse el cuarto, cuando el inteligente e inapelable empeño del Gobierno socialista de alentar la Economía Sostenible está a punto de abortarse con la reforma aprobada en su Consejo de Ministros el 16 de junio.
Inexplicablemente, el proyecto de reforma sufrió una metamorfosis asombrosa entre el primer borrador, más equilibrado, del viernes 11, y el decreto aprobado tres días después, quedando un desaguisado que abarata todos los despidos, que subvencionados podrán saldarse con 12 días de indemnización para los objetivos y los facilitará con tan solo alegar "situación económica negativa" de la empresa, sin que haya incurrido en pérdidas y sin necesidad siquiera de aportar acreditaciones fehacientes; limitando al mismo tiempo a los jueces a basarse en la "mínima razonabilidad" para que tengan que sentenciar con manga ancha a favor del empresario.
Sin embargo, puede costar 20 días por año trabajado y hasta nueve mensualidades indemnizar a un trabajador si se despide al reorganizar el trabajo en la empresa para adaptarlo con más flexibilidad a nuevas circunstancias de la producción. Algunos cambios de última hora trastocarán la negociación colectiva en lugar de racionalizarla y otros apenas servirán para reducir la temporalidad.
Jalear a un gobernante con los tópicos sobre la estatura política para que impongan medidas difíciles aunque sean duras suele ser una argucia embaucadora, acuñada por las derechas para confundir a Gobiernos de izquierdas, que no pocas veces se la han tragado. Lo difícil es gobernar con justicia, lo fácil es hacerlo injustamente; y es comprensible que no queriendo admitir que se es injusto se utilice el eufemismo de la dureza. Duro es decirle a ciertos grupos de presión que ya no puede ni debe esperarse que el Gobierno de un país avanzado ampare y subvencione viejas formas de producir por mucho que ganen algunos con ellas a costa del empleo y del progreso industrial del país; difícil es encauzar el emplazamiento a empresarios y trabajadores para mirar de frente al futuro que hace más de un decenio que está pasando por delante de nuestras narices"



Y para darle un poco de humor a todo esto...



Convencer, presionar, manipular...

Sin ánimo de seguir con el debate..., o sea, únicamente como una nueva aportación, este corto muy bien realizado, sobre la controvertida cuestión del velo.

lunes, junio 21

Punta Candor: literatura y realidad

Querida Ángeles: Siento que se pasa el mes de junio y no encuentro el tiempo para, de una forma relajada, ponerme a hablar contigo de esas cosas que me pasan o pasan cerca de mí y que me hacen pensar en ti.
Este fin de semana estaba invitada al cumpleaños de mi amiga Lolita, una venezolana que vive en Jerez y que quería celebrar sus cincuenta años en un lugar especial. Para ello eligió una de las zonas costeras más salvajes de la provincia de Cádiz: las playas situadas entre Rota y Chipiona, donde, por suerte, no ha llegado la especulación urbanísticas, aunque sí algunas malas prácticas más o menos irregulares, ya que en terrenos totalmente rurales y pegados a la playa, algunas familias han conseguido tener un lugar para pasar el verano. Desde luego no se trata de chalets de ricos, ni siquiera hay muchas casas que se puedan considerar confortables. Simplemente, cada cual ha hecho de su capa un sayo y se lo ha montado para disfrutar de ese pequeño paraíso. Algunos han conseguido que se les considere legales, otros pagan multas al ayuntamiento para poder continuar allí…, en fin, situaciones más que ilegales, alegales.
Bueno, el caso es que lo que te quería contar es el destrozo que han empezado a hacer con un rincón hermoso que ya conocía antes de venir a vivir a Jerez. Una pena, Ángeles. Se llama Punta Candor, nombre precioso, por cierto, ¿no crees…?
Punta Candor es una playa de arenas doradas, al sur de la localidad de Rota, uno de esos espacios privilegiados, que ignoro por qué, ha permanecido virgen hasta ahora. Tuve noticias de la existencia de este rincón por una novela de Almudena Grandes: Los aires difíciles. Se publicó en el año 2002 y cuando llegó a mis manos, en ese mismo año, te puedo asegurar que, a pesar de sus dimensiones, (más de 500 páginas.) me lo bebí casi de un trago.
La historia que nos cuenta Almudena tiene dos protagonistas principales: un hombre y una mujer que, por cierto, no tienen nada o casi nada en común, sólo que en un momento concreto, han decidido cambiar de aires, largarse de la gran ciudad donde han pasado la mitad de sus vidas, y eligen lo que yo llamo la frontera sur: Cádiz. Se instalan en un pequeño pueblo blanco, a pocos kilómetros de Jerez, donde el hombre va a ejercer como médico. En la novela no aparece el nombre de ese pueblo, pero sí el de Punta Candor, la playa donde daba largos y tranquilos paseos Sara, la protagonista femenina. A mí, no sé por qué, me llamó la atención ese nombre, ya te digo, es que me parece muy sugerente. Pero no sólo eso, sino que las descripciones que hay sobre el ambiente: las casas blancas, la luz cegadora de esta costa… y claro está, el viento, ese viento de levante tan familiar para la gente de la zona…, todo eso, unido a la narración de dos historias vitales interesantísimas, me captó totalmente.
Hasta tal punto esto fue así que he pensado muchas veces que este libro actuó sobre mí como una llamada. Por entonces yo tenía claro eso de cambiar de aires, de marcharme a un lugar más acorde con mis necesidades vitales, pero lo que no sabía muy bien era a dónde. El atractivo de las imágenes que adivinaba mientras leía el libro, hizo que enfocase mi búsqueda de casa en Jerez. El primer verano, en el 2004, disfrutamos mucho paseando por esa playa, descubrimos su belleza salvaje y su tranquilidad.
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       Nos sorprendimos por ese monumento natural que son los corrales; una especie de red, formando parte de la naturaleza, aunque según dicen, construida por los pueblos antiguos que han pasado por aquí, probablemente los Romanos. Se trata de una construcción pensada para la pesca, con una altura aproximada de un metro. Piedras, perfectamente encajadas entre sí, y que recorren una buena extensión entre Punta Candor y las playas más cercanas al pueblo de Rota. A pesar de su antigüedad, aún siguen siendo usados por los mariscadores de la zona, y sirven a la gente menuda y a muchos padres, para pasar las largas horas de las tardes de verano entretenidos, cubo en mano, esperando encontrar algún fruto del mar que llevarse a la boca.
Los corrales de la época romana 

 De eso hace ya casi cinco años, tiempo suficiente como para que la codicia y la especulación urbanística, que ya ha acabado con tantos kilómetros de costa en este país, esté entrando a pasos agigantados en el lugar.
¡Ay, que ya se me había olvidado por qué te estoy hablando de este tema! Sí, ya recuerdo. Pues que eso, que el sábado, buscando la casa donde teníamos el cumpleaños, pasamos por Punta Candor en coche y me quedé atónita. Las grúas y las excavadoras están acabando con el paisaje natural, para convertir aquello en una urbanización de lujo. No hay entrada a la playa desde donde antes podíamos acceder sin problemas. De hecho el lugar estaba irreconocible. ¡Qué pena, querida amiga! Me imagino que también a Geles todo esto que te cuento le parecería un atentado. Sí, amiga, el dinero lo puede todo y seguramente el Ayuntamiento Roteño tiene muchas dificultades para sobrevivir, así que no se le ocurre otra solución que cargarse un litoral que ha sido, hasta ahora, un mirlo blanco dentro de este desastre que nos rodea.
Mira, precisamente quería contar un encuentro literario que hubo hace pocos días con Almudena Grandes en la Fundación Caballero Bonald. Fue precioso, Ángeles. La sala estaba a rebosar porque es una escritora muy popular, y además casi vecina, porque también ella se quedó en Rota cuando conoció el sitio hace unos años. Así que aquí pasa todo el verano y está como en su casa
Fue un placer escuchar a un crítico literario y profesor de literatura que es un experto en su obra. Disfruté porque no sólo nos ofreció una síntesis sobre las características de su obra, que ha clasificado perfectamente en dos períodos, sino que estableció un contacto muy espontáneo con la autora. Almudena se mostró, como siempre, dicharachera, campechana, como ella dice que le gusta estar: en pantuflas. Estoy segura de que hubiera gustado.
Hablaron de la sinceridad de los escritores, de lo importante que es tener una mirada y una voz propia, de escribir de lo que se conoce y de lo que se siente… Me gustó coincidir con la escritora en eso que resulta muy evidente en sus artículos de prensa, sobre todo, pero también en sus novelas. Si tienes los ojos abiertos, si sabes observar lo que te rodea, encuentras historias que contar en cualquier sitio. A ella también le interesa la gente más que las ideas. Con esa premisa, esta escritora ha sabido hacer un retrato perfecto sobre las mujeres de su generación, sobre todo de las que han nacido y se han educado en la gran ciudad. No es difícil encontrarla en alguno de sus personajes femeninos de esa primera época: en Malena es nombre de tango o Atlas de Geografía Humana. Algunos de sus relatos cortos resultan tan cercanos a cualquiera de nosotras… tan emocionantes… Recuerdo uno de ellos, que se convirtió en una película: El vocabulario de los balcones, que me impactó especialmente.
Bueno, querida Ángeles. Estarás pensando que te estoy dando la lata, vaya, que me estoy poniendo repelente; pero no puedo evitar compartir contigo esos momentos que tu sabrías disfrutar tanto como yo, y la verdad es que ha venido como anillo al dedo. Hablar de Punta Candor me resulta difícil sin que venga a mi memoria ese libro al que le tengo un especial cariño: Los aires difíciles. Seguro que su autora también estará conmigo en eso de que nos están robando nuestra playa preferida. ¡Ah!, que se me olvidaba. Las puestas de sol son indescriptibles. Esta es una de las fotos que hice el sábado. ¡FANTÁSTICA!
Y hoy es el primer día del verano de 2010 y todavía no hace calor. Ya tendremos tiempo de quejarnos.


Un beso, amiga.


TERESA

lunes, junio 14

El beso de María: una historia de amor de película

Me conmueve este hombre octogenario. Sus azulísimos ojos aún brillan, cuando relata con sumo detalle las terribles peripecias de una larga y fructífera vida. Su sonrisa transmite autenticidad y franqueza. Diríase que a estas alturas de la vida se siente bien consigo mismo; satisfecho de su lucha y de lo que ha conseguido. Correctísimamente vestido: traje gris no muy oscuro y cuidadosamente planchado, camisa azul claro y corbata. Todo un caballero del que cualquier señora de esas que no quieren seguir viviendo solas, podría prendarse. Y no sólo porque físicamente es muy atractivo, a pesar de sus 87 años, sino porque se expresa con mucha soltura, con vocabulario muy cuidado y voz firme.
Manuel presume de su fortaleza y flexibilidad. Hace Taichí diariamente y se le ve sano, así que le han renovado su carnet de conducir; vaya, todo un buen mozo.

miércoles, junio 9

El Corpus: impresiones desde una terraza de verano

Cae la tarde en uno de esos pueblos blancos andaluces, a la vera de la frontera portuguesa. Las calles poco a poco van poblándose de parejas jóvenes y maduras; matrimonios con niños, grupos de adolescentes estrenando las primeras galas veraniegas… La enorme iglesia, se eleva sobre una especie de montículo al final de la calle, aunque a su alrededor se puede disfrutar de recovecos y placitas, donde sentarse a tomar unas tapas, o un helado, mientras observas el ir y venir de la gente. 

De pronto, el camarero avisa de que algo va a ocurrir y pide a la clientela que despeje la terraza. Adivino que se trata de una procesión, porque a lo lejos suena cada vez con más claridad una banda de música. Tomo conciencia de que estamos en la semana de El Corpus y que estoy en el sur, donde todavía esas fiestas religiosas tienen una presencia en la vida cotidiana.
Ejemplo de umo de los altares que suelen ponerse en las calles el dia de El Corpus  

El comentario de una mujer, vecina de mesa, me hace reflexionar: Cuando pase la Custodia me levanto, exclama. 

¡Es verdad…! Pienso… Nunca había asistido a un acto religioso con una cerveza en la mano. Es un contrasentido, al menos para mí. Pero no veo que la gente se sienta incómoda, ni haga nada especial. Todos siguen su particular fiesta. A mi lado, una pareja de mediana edad, con dos niñas de unos diez o doce años, ni se miran a la cara, y por supuesto, no se dirigen la palabra. Cada cual en lo suyo, y las pequeñas igual: jugando a la maquinita. 

Ya han doblado la esquina de la calle las primeras niñas, vestidas de blanco. La imagen no puede ser más añeja y al mismo tiempo más familiar, ya que cuando yo era chica, las niñas y niños que habían hecho la Primera Comunión ese año, acudían a la procesión con todas sus galas.

La fila de los más pequeños, transcurre con total corrección y seriedad. Ellas, con sus preciosos trajes de organdí, con más o menos adornos. Algunas parecen emular a una novia, por el diseño del vestido: cuello barco, o quizás palabra de honor, como se dice ahora. Calzan zapatos blancos de distintos estilos: bailarina, abrochados al tobillo con una hebilla… y casi todas llevan guantes blancos. Curiosamente, se las ve cómodas dentro de toda esa parafernalia. Pienso que, probablemente, acaban de desasirse de una minifalda cortísima y un top de esos que dejan el ombligo al descubierto. Lo mismo ocurre con los varones: desde un sencillo traje de marinero, blanco o azul marino, hasta el más ostentoso, el que lleva hombreras doradas y demás abalorios que dejan claro el grado o estatus del que lo lleva. Atrás quedó la austeridad del Concilio Vaticano II con sus túnicas franciscanas. De nuevo me sorprendo y sonrío, entre divertida, nostálgica.



“Tres días hay en el año que relucen como el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión”. Así rezaba un dicho popular en los años cincuenta y sesenta. ¡Qué lejos queda todo eso! Y sin embargo, cuando vives en Andalucía te das cuenta de que hay cosas que no cambian tan de prisa; hay tradiciones que siguen vivas, aunque al verlas en directo te parezca estar asistiendo a una escena de alguna película de Berlanga: los sacerdotes y monaguillos vestidos como antaño, con todo el boato que la celebración requiere. Los representantes de las distintas hermandades o cofradías de la población; trajeados ellos, y ellas, luciendo sus vestidos de verano. Las observo y pienso que no están acorde con la situación. Pareciera que se hubieran preparado para un desfile de modas, por lo escotado y ceñido de sus vestidos. Sólo una va enfundada en un traje de chaqueta negro perfectamente pensado para una ceremonia de tal calibre.


Observo la banda de música. Muchachos de ambos sexos, se desgañitan, interpretando una de tantas piezas creadas para estos rituales, en los que, realmente la participación es mínima… ¿Tal vez menos de un diez por ciento de la población...?

En la cola de la procesión, sin orden ni concierto, las mujeres van cantando, acompañando al sacerdote, que unos metros más adelante, y bajo palio traslada al templo principal de la población, la Custodia plateada, símbolo principal de este día. Escuchándolas, y viendo la seriedad con que desfilan, me acuerdo de mi infancia y pienso cuanta inocencia hay en todo esto. Quiero creer que muchas de ellas, y algunas personas que las anteceden en la comitiva, sean verdaderos y conscientes católicos; y sin embargo, tengo mis dudas de que así sea. Más bien tiendo a cavilar sobre estos fenómenos religioso festivos con un puntito de descreimiento y de crítica.

Pero vuelvo al relato. La plaza vuelve de nuevo a su estado anterior. La cerveza corre, los chocos, los pinchitos, las huevas aliñás… y el camarero, que va contando y compartiendo los goles del Betis, con un cliente que,  con los auriculares en los oídos, ignora totalmente lo que pasa a su alrededor, incluida a su propia mujer. El muchacho se dirige con total camaradería al hombre, como si lo conociera de toda la vida (quizás es así) Hasta tal punto llega el interés de ambos por el partido, que el resto de clientes quedan en segundo lugar, lo mismo que la mujer que acompaña al parroquiano. Pero ella… ni se inmuta: la fuerza de la costumbre, pienso. 

Las niñas del vestido blanco corren ahora, haciendo caso omiso al revoloteo de la falda y del taconeo de las suelas de sus zapatos. Las madres presumen y comentan entre ellas, los detalles de la tarde. Y los marineritos, ya no tan serios, se reúnen con sus familias para volver a los Lewis, a sus bermudas y a sus zapatillas Nike. Quizás dentro de un tiempo, no demasiado, vuelvan al templo con galas parecidas. Siempre hay algo que celebrar y la Iglesia parece ser el centro de la vida para muchos… por el momento.