sábado, mayo 16

Cine y Literatura


Tarde de cine y de nostalgias: El lector. Un mazazo a la conciencia de todos; no sólo de los alemanes que vivieron la tremenda experiencia del Nazismo, sino para cualquiera con un mínimo de sensibilidad moral. He recordado tantas cosas… Aún tengo el delantal que me bordó mi amiga Ángeles, con la portada de la novela. De eso hace ya unos años. 
El libro fue un gran descubrimiento y una lectura de esas que te dejan huella y que se va extendiendo como una mancha de aceite entre las amigas y conocidos.Creo que se lo recomendé y lo compró…, o no sé si lo leyó en una de esas ocasiones en que nos encontramos en mi casa. Lo cierto es que, como a tanta gente, le provocó verdadera necesidad de compartirlo, de discutir, de dialogar sobre el tema central: la responsabilidad individual y colectiva y tuvimos una larga conversación sobre Hanna, su protagonista: una mujer fría, totalmente alienada por el poder, sin la más mínima capacidad de discernimiento sobre el bien y el mal. Una verdadera psicópata, ya que carecía de sentimiento de culpa. Pues ¡mira por dónde! que finalmente han hecho una película, por cierto, muy lograda, porque prácticamente es una copia del libro. Y me he alegrado, me he alegrado de que se trate algo tan delicado y tan trascendente y que se le de publicidad, ya que la actriz principal ha conseguido un Oscar por su genial interpretación. 
 Al principio, parece que se trata de una historia de amor atípica, entre un adolescente que descubre la sexualidad con una mujer ya adulta (representa unos 35 o 38 años). Pero pronto la trama da un vuelco y nos encontramos ante una antigua guardiana de los campos de exterminio Nazi; una mujer analfabeta, que se empeña en esconder ese aspecto de su vida, a cal y canto. Hanna era una mujer de una gran sobérbia, incapaz de reconocer esa deficiencia formativa ante nadie y dispuesta incluso a aceptar una culpa que no era del todo suya, antes de confesar su falta de educación escolar. La interpretación es genial. Me ha impresionado su cara inexpresiva, cuando el juez le pregunta sobre su intervención en las matanzas de mujeres en Auswitch: - ¿Qué hubiera hecho usted?, le responde Y era totalmente sincera; daba la sensación de creérselo. No se había planteado nunca si ella tenía que seguir órdenes, fueran cuales fueran, o podía negarse a cometer tales barbaridades, en nombre de su conciencia. 
La verdad es que la historia interpela a cualquiera que esté dispuesto a pensar sobre la responsabilidad. Pone sobre el tapete cómo muchos alemanes volvieron la cara para no ver qué estaba pasando. Pero además del tema de la responsabilidad y la culpa, hay una cuestión que para mí sigue resultando difícil. El libro y también la película entra de lleno en un asunto que no resulta tan fácil para nadie: el PERDÓN. ¿Hasta qué punto tenemos capacidad para perdonar? ¿Hasta dónde se debe perdonar? ¿Todo es perdonable? Aunque la película hable de los asesinos del Tercer Reich, se puede extrapolar a tantas experiencias personales... Yo conozco a más de una persona que no ha podido perdonar a su propio padre, incluso sé de alguien que se negó a ir al entierro de su progenitor, porque éste, en la infancia, había abusado de ella. Mucha gente piensa que a un padre, por el simple hecho de habernos engendrado, hay que quererlo y perdonarle todo. Pero mira por dónde, no siempre ocurre así. Muchas personas que nunca llegaremos a conocer, han quedado tan dañadas por ciertas experiencias, que les resulta imposible perdonar a los causantes de ese dolor. Claro que, ¿cómo perdonar a alguien que no se siente culpable, y que ni siquiera pide disculpas por sus actos? También yo creo que sin conciencia del mal causado y sin una disculpa explícita hacia la víctima, es muy difícil pasar página y olvidar. La verdad es que, por suerte, no he tenido experiencias traumáticas que me hayan puesto en esa disyuntiva, así que intento comprender a quien lo ha vivido, aunque me resulte muy duro. Por eso me produjo tristeza el final de esta historia. Hanna no llegó a pedir perdón explícitamente, porque era demasiado arrogante. Sin embargo, como recordarás, lo hizo a través de sus actos. No tenía otra manera de decir que se sentía en deuda con el pueblo judío, que dejando sus pocas pertenencias a una fundación cultural, dedicada a la memoria del Holocausto. 
 A mí, de verdad, me produce cierta ternura ese gesto tan sencillo de enviar un sobre con algo de dinero a una víctima de la barbarie, en la que ella misma ha participado. De ella no se podía esperar otra cosa, ¿no es cierto? Pero claro, ¿se puede pagar de esa manera algo tan horroroso…? Esa y otras preguntas quedan en suspenso al leer la novela y después de ver la película. Y la verdad es que tampoco es necesario tener respuestas certeras. Al fin y al cabo, en cuestiones filosóficas o éticas, lo más importante es la pregunta. Ojalá que tuviéramos más ocasiones para interrogarnos sobre tantas cosas fundamentales de la vida, “otro gallo nos cantaría”.

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