jueves, marzo 21

Tristeza y desesperación

No es lo mismo escuchar las noticias, ver las imágenes tan machaconamente repetidas en la TV o asistir a las conversaciones típicas a la hora del desayuno el bar. No es lo mismo. Un muchacho africano de veintiocho años, con aspecto cuidado y sano pidiendo ser escuchado; ni siquiera le importaba mucho quién fuera el interlocutor, sólo quería hablar, a pesar de sus dificultades con la lengua. Pedía trabajo, sólo eso: un trabajo para poder pagar una habitación. Cinco meses desde que llegó España, pasando por Italia, luego la dureza de Barcelona; allí tuvo que dormir en la calle, junto a otros compatriotas, con los que trataba de protegerse de los peligros de la noche. "Aquí mejor", decía. Porque aquí, en Jerez, tiene cobijo en un piso de acogida de una ONG, y tiene un plato diario. Pero se acaba el tiempo, le faltan pocos dias para salir de esa acogida temporal y no puede pagar la vivienda, ni siquiera compartida y se le ve triste, inmensamente triste, sin esperanza. He sentido ganas de abrazarlo, porque he visto en él a mi propio hijo, y he comprendido el esfuerzo que deben hacer los profesionales para controlar las emociones; porque ahora es él, pero luego será otro, u otra; todos ellos con una necesidad apremiante a la que no siempre es posible responder. He notado en mi compañera esa capacidad para tratarlo sin mostrarse impresionada, para actuar de un modo natural, cercana, pero con la serenidad que da la experiencia de estar siempre cerca de la vulnerabilidad. Cuando se ha marchado, el lugar ha quedado impregnado de ese dolor; eso es al menos lo que yo he sentido. He pensado en qué puedo hacer, yo que lo tengo todo, que incluso me sobra una habitación, que tengo suficiente para poder darle un plato de comida. Y entonces estoy segura del privilegio que supone haber nacido en un lugar y no en otro del planeta. Es una bendita casualidad que me ha puesto en el lugar de acoger al otro, un igual, con una pequeña-gran diferencia: él tiene que abandonarlo todo, con la esperanza de encontrar ese lugar mítico de la Biblia: La Tierra Prometida.

2 comentarios:

  1. Hola Teresa, hacía tiempo que quería ver tu nuevo blog y la verdad es que me has dejado anonadada. Es precioso e inteligente a la vez. Gracias por regalarme ese color violeta !
    Me solidarizo con este último artículo y hago mias las palabras de Chambao: "papeles mojaos, se hunden sus sueños...."
    Hasta pronto. Un beso

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  2. Carola: Siento mucho no haber respondido a tu amable comentario. La verdad es que no manejo todavía demasiado bien todas las posibilidades del blog, pero desde luego es agradable saber que lo que escribo le llega a alguien.
    Por cierto, que he perdido muchas cosas de mi ordenador porque lo he tenido estropeado, entre ellas los blogs que tenía en favoritos. Por favor, enviame el tuyo, que me gustaría seguir el contacto.

    Un abrazo AFECTUOSO

    TERESA

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