Mi calle olía a pan caliente, sobre todo a primera hora de la
mañana, cuando, después de la pequeña bronca de cada día para que saltara de
la cama, salía corriendo como alma que lleva el diablo, Carrera Alta adelante hacia la calle Jiménez, donde estaba la
escuela de doña Mercedes. Como todas las
niñas, llevaba el babi blanco abrochado en la espalda, con su
cuello y
su lazo azul marino, rematando el modelo. Me pregunto cómo se las
compondrían las madres para llevarnos siempre tan relimpias, teniendo en cuenta
que no había agua corriente en las casas…, al menos en la Carrera Alta nadie
tenía agua; bueno, para ser más exacta, Visitación la de Currico tenía un pilón
con un chorro de agua que daba gloria verlo. Como mi madre tenía mucha amistad con ella, a veces íbamos a lavar
algunas cosas que tenían urgencia. De eso me acuerdo bien, y de lo cariñosa que
era Visitación. Pero eso ya era al final de la calle, muy cerca del pilar. Qué
hermosura de agua caía por aquellos caños, fresquita en verano y calentita en
invierno. Y cómo han dejado perder todas las fuentes del pueblo. Una pena.
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Teresa hace unos 10 años, sentada en el pilar de la Carrera Alta |
Han pasado tantos años que me resulta difícil recordar los
nombres, los apodos y las caras de la gente.
Hoy, una joven que nació cuatro años después de marcharme de allí me ha
hecho pensar en cómo ha cambiado todo con la gran huida de los años sesenta.
Ella no sabía nada sobre mí ni yo sobre ella: eso es un síntoma. Pero sus palabras me han hecho volver la
mirada a esos días e intentar que mi memoria haga su trabajo: tengo que
rescatar ese mundo infantil, porque al fin y al cabo su rastro es muy evidente
en mi personalidad. Sigo siendo aquella
niña de la Carrera que corría cada mañana a la escuela con su babi blanco, sus
trenzas recién peinadas, la cara lavada en la palangana de porcelana
blanca, y siempre con una cartera de
madera donde guardaba el plumier, la libreta y la Enciclopedia de Álvarez.
¡A lo que iba, que se me va el santo al cielo! La Carrera
Alta empezaba en el Pelotar y terminaba en la calle Jiménez, debajo mismo del
viejo castillo.
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Entrada actual de la escuela |
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calle Jiménez |
Como he dicho, la calle olía a pan caliente, o al menos es lo
que primero me viene a la memoria sensorial. Y es que en muy poco espacio había
dos hornos que abastecían a todo el barrio, incluídas las zonas colindantes,
como las cuevas, detrás mismo de la Carrera, el Terrero, una calle empinadísima
que salía justo enfrente de mi casa, perpendicular a la Carrera y desembocaba llegando ya a la
Rambla.
Los hornos estaban regentados por dos familias a las que
apreciábamos muchísimo. Uno de ellos estaba casi casi enfrente de mi casa,
lindando con María la de Baltasar el Albardonero, que era una mujer muy
graciosa y que tenía dos hijos: Domingo y Bartolomé y una hija: Mª José, que se
marchó muy pronto de allí. Mª José, por cierto, me contó mi madre que era algo
así como mi canguro, cuando yo era muy chica. Pues eso, Mª José me cuidaba mientras mi madre
atendía la tienda que regentaba desde muy joven. Después de muchos años, jubilada, ha vuelto a
Bedmar y es una persona cariñosísima y muy lista, porque casi sin ir a la
escuela escribe unas poesías maravillosas y las recita mejor.
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Domingo el de María la del Albardonero. Todo un gal |
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Mª José en la actualidad |
Mi madre me hablaba de Antonio el hornero y de su mujer,
a la que todo el mundo conocía por Sebastiana “La gorda” Por lo visto eran una
pareja muy peculiar. Él muy aficionado a la juerga y a tomarse unos vinos con
mi bisabuelo Gerónimo, también un
vividor donde los haya. Sebastiana, una
mujer de su época, y según parece muy enamorada de su hombre, al que ayudaba en
las tareas que requería el negocio. Yo no los conocí, al menos a él, que murió
joven y dejó la panadería a su hija: Mª Dolores. Así que mi relación fue con la
segunda generación y con sus hijos.
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Cristóbal y Mª Dolores, en plena faena |
En el horno no sólo se cocía el pan. Era un lugar de
relación, donde el churreteo de cada día iba y venía; o sea, que se cocían
muchas cosas. Pero cuando tenía más vida era en las épocas de elaboración de
dulces, especialmente en Navidad. Aunque la mayoría de mujeres preparaban los
mantecaos y las magdalenas en sus casas, en grandes lebrillos de barro, en la panadería se colocaban en latas y se
introducían en el horno. Para diferenciar unas de otras, se señalaban de forma
muy curiosa: habas secas, judías blancas, garbanzos…, clavadas sobre la masa de
los dulces, o encima de la lata; cosa que no siempre era eficaz, porque solía
haber algunas peloteras por las confusiones que tal sistema producía. Pero no
llegaba la sangre al río.
Lo cierto es que en esos días a mí me gustaba mucho
estar entre las mujeres enterándome de todo lo que allí ocurría. En mi memoria
guardo muchos momentos de la casa de Mª Dolores y Cristóbal, con los que
siempre he mantenido una relación muy afectuosa. Se marcharon a Barcelona en el
año 63 o 64, más o menos. Yo, que era una niña todavía, lo viví como una pérdida tremenda, sobre todo
porque me había encariñado mucho con Esteban,
el pequeño, que sólo tenía dos años y me costó mucho desprenderme de
él.
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El pequeño Esteban en la puerta del horno |
El segundo horno estaba en la otra acera, dos casas por
debajo de la mía. En medio vivía mi tía Mª Ramona, hermana de mi abuelo
materno, a la que llamaban Mª Ramona la de Pedro Jacinto, seguramente porque
ese era el nombre de su marido, al que perdió siendo muy joven. Era una casona muy
grande y destartalada, como casi todas las que se construían entonces, pero era
también un lugar de acogida para mi madre en las noches del frio invierno. Yo
recuerdo a mi tía como una mujer afable, sin aspavientos, poco dada a los
gestos exagerados. Murió con más de 90 años y con un estupendo aspecto de
anciana siempre pulcra, de pelo blanco
recogido en un moño. Casi todos sus hijos emigraron: tres de ellos se había ido
a Cádiz en los años cincuenta y los otros dos varones se marcharon a Barcelona
en la misma época que mi familia. Alfonso, el padre de Pedro Jacinto, casado con Micaela, y el otro se
llamaba Santiago. También tuvo una hija: Mª Francisca, que, como ella, enviudó muy joven. Vivieron
juntas hasta que un hijo de ésta se marchó también a Cádiz y ella lo siguió.
Así que mi tía, con seis hijos vivos pasó gran parte de su vida completamente
sola. Fue una de las que se mudaron a la rambla, siendo ya mayor. La casa de la
Carrera la compró Juan Perenales.
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La tienda de Josefa La Arguñana en la actualidad |
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Imagen actual |
Vuelvo de nuevo al segundo horno de la Carrera Alta. Era una
casa grande, de tres plantas y una ancha fachada, todavía visible, enfrente
mismo de la Arguñana.
Toda la planta
baja estaba dedicada al negocio. Tenían una tienda muy bien surtida, y la
panadería. La familia propietaria sólo
regentaba directamente la tienda. Águeda la de Juan Medina tenía mucha traza
para el negocio y se pasaba el día detrás del mostrador. Su marido: Juan de
Dios, era de la familia de Amezcua. Un hombre dedicado a los negocios de compra
venta de fincas, y qué sé yo, porque lo cierto es que no estaba casi nunca en
casa y tampoco era hombre de campo. El
trabajo de la panadería lo hacían personas contratadas. De esta familia todavía
recuerdo las largas noches de invierno, junto al brasero, contando las monedas
que se habían recogido a lo largo del día y empaquetándolas.
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La casa de Águeda y Juan de Dios en la actualidad |
Tenían confianza
con mi madre y yo la acompañaba a estas visitas tan curiosas. Y también
recuerdo las animadas charlas, siempre dirigidas por Juan de Dios, que era una
persona de fuerte personalidad y muy locuaz. Curiosamente, tanto este
matrimonio, como el de Mª Dolores y Cristóbal me parecían muy enamorados; sobre
todo ellas. Eso lo recuerdo perfectamente. No he olvidado el día que Juan de Dios apareció con una
cocina a gas butano.
Era la primera vez que veíamos una cosa así y Águeda nos
la enseñaba con cara de extrañeza y admiración, porque aquello le iba a
facilitar muchísimo el trabajo de la cocina. Loly y Pepita eran las dos hijas de este
matrimonio. Loly algo menor que yo, pero con la que solía ir a jugar a las
habitaciones de encima del horno, especialmente en invierno, porque estaban muy
calentitas. Pepita era de la edad de mi hermana, o sea, unos seis años más
pequeña. La recuerdo muy espabilada, graciosilla y creo que era rubia. Se marcharon
a Granada hace muchos años y allí siguen.
Está claro que ese olor a pan caliente me viene de la
relación tan estrecha que hubo entre mi familia y los dos hornos de la calle.
Hasta tal punto era así que para no quedar mal con ninguno de ellos mis padres
compraban pan indistintamente en uno o en otro. No sé si lo organizaba a días
alternos o qué, pero los vales con los que retirábamos los panes, los teníamos
de ambas panaderías.
Y es que la mayoría de la gente no tenía dinero en
efectivo. Los que sembraban trigo, como mi padre, lo llevaban al molino,
recogían la harina y se la llevaban al horno. A cambio, nosotros teníamos unos
vales con los que podíamos disponer de pan todo el año, sin desembolso en
moneda. Así funcionaban las cosas no hace tanto tiempo… ¿O sí…? No me hago a la idea de que de eso hace ya
cincuenta años más o menos… muchísimo, sí.
¡Qué bellos recuerdos Teresa! Siempre es un placer leer lo bien que narras.
ResponderEliminarUn beso grande.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMi calle olía a pan caliente..., Unnnnmmm qué rico, casi me llega el aroma, con lo que me gusta, y es que el de entonces quién lo pillara!!!.
ResponderEliminarEncantada de estar asomada de nuevo a tu ventana ¡qué bien que estés de vuelta!. Lo que publicaste en días anteriores divino, y las fotos para mirarlas sin pestañear...
Abrazote para tí y los asomantes.
Sobre todo las fotos son un regalo. La gente está colaborando mucho y es de agradecer, porque ilustrar el relato con los verdaderos protagonistas es una alegría.
EliminarGracias
Querida Teresa, por octava o novena vez he intentado poner un comentario en tu bló. No sé qué pasará esta vez. Parece que no le gusto mucho. Te decía en él, que un rato después de leerlo, mientras trataba de poner el comentario, todavía podía oler a pan caliente y que me encantan tus crónicas porque no podemos saber hacia dónde vamos si no sabemos de dónde venimos. Básicamente era eso, y enviarte un beso y un abrazo.
ResponderEliminarHace 37 minutos · Me gusta
Gracias Silvia. Trata de resolver ese problema, que la verdad es que no se comprende. De todas formas gracias por tu interés. Aquí estoy haciendo una especie de arqueología y en el grupo de facebook de mi pueblo está teniendo mucho éxito.
EliminarTodos estos comentarios los he copiado de Facebook. Es lo que mis paisanos sienten al leer este relato. Gracias a todos por colaborar de varias formas, informando y mandando fotos.
ResponderEliminarIsabel Bayo Gámez. Tere eres genial, me encanta
Lucia Caballero Lorente ayyyyyyyyyyy que agustito me he quedado ,leyendo otra vez,tus relatos....Siempre me emocionan
Juana Romero Medina ¡¡¡¡Uhhmmm¡¡¡¡hasta aquí llega el olor a pan recien horneado.Qué bien retratas tus recuerdos infantiles, llenos de sensaciones.Cómo me gustaba ver sacar el pan del horno, pala en ristre ; el hornero con su delantal, afanado en su trabajo, era un misterio para mí.¿Qué fue de estas panaderías?Yo también las visité de pequeña.
Loly Delgado Dela Torre. Me encanta todo lo que pones !!
Monica Narvaez. Mi madre vivia en el llano donde la pelijas y el romano, iba a la escuela de doña mercedes gracias a este relato he podido acercarme un poco a su infancia porque aunque ella nos contaba cosas no lo hacia a menudo. Gracias por estos recuerdos de infancia son preciosos
Monica Narvaez. soy nieta de vicente el bala y maria dolores la del lunar
Teresa Fuentes Pues yo era muy amiga de tu tia Mª Antonia que es la que nació el mismo dia y año que yo. A tu madre y a tu padre los recuerdo perfectamente.
Monica Narvaez. Yo se lo diré a mi tia un saludo tere me ha gustado mucho tu relato y me ha hecho recordar el tiempo que vivimos en bedmar unos años despues
Juan Linde Troyano. Tere el Sabado tube la ocasión de estar con esa amiga tuya Maria Antonia, y con las hermanas Encarna y Cati hijas de Canastero y Corcheta, esas tambien las conoces seguro.
Teresa Fuentes. Pues claro que las conozco. Voy a subir una foto de ellas.
María Jiménez Minchán. Tere, no se si sería para la misma época, pero mi abuelo también tenía una panadería en la carrera. Era "Santillos". Mi madre,abuela y todas mis tías (que eran también un montón) le ayudaban.
Teresa Fuentes Maria: Santillos entró en la panadería de Cristóbal y M. Dolores años después, yo creo que más allá del 75. Yo los traté, pero ya llevaba muchos años en Barcelona y volvía de vacaciones. Lo que no sabía es que tenian nietos tan mayores. Es que el tiempo pasa...
Monica Narvaez. Creo que el hijo pequeño de santillos es quinto mio anda que no hemos jugado alli en la carrera alta ni na
Teresa Fuentes. A todos, os invito a enviarme fotos, para ilustrar la segunda parte del
Anita Herrera Rodriguez, Tere me ha encantado tu relato de la carrera alta lo he leido con mi hija delante y me a visto como me emocionaba y como recordaba todo lo que tu as escrito Tere si yo soy hija de MARIA CUADROS
Teresa Fuentes. Gracias Anita. Sólo si me mandas una foto tuya y con tus hermanos lograré recordar vuestras caras, por favor, mándamela, que me hace ilusión.
Teresa, lo leí en su día y he vuelto a leer ahora esta entrada tan hermosa. Ya ves, también en esto coincidimos, también mi calle tenía panadería... bueno, tres en concreto.
ResponderEliminarQuiero darte las gracias por todos los buenos ratos que paso cuando leo tu blog, por los comentarios tan generosos que escribes en el mío y desearte de paso una Feliz Navidad, con la música de fondo de las zambombas de Jerez.
Por cierto, todas las fotografías que tengo están a tu disposición.
Un abrazo
Pueblana
¡Qué ilusión me hace recibir tus palabras, Pueblana! Es cierto que tenemos bastantes cosas en común y seguramente por eso nos seguimos mutuamente. A veces, tus relatos del mundo rural me parecen tan cercanos, tan cercanos... como el otro día, cuando me emocioné tanto leyendo lo de la ventana con los postigos rotos y sin cristales. Tal eran las ventanas de mi casa, te lo aseguro. Por eso me siento tan feliz leyéndote y viendo esas maravillosas imágenes que pones. Muchas gracias por tu ofrecimiento. Lo tendré en cuenta. ¡Ah! Seguro que vas a tener más lectoras a partir de ahora. He recomendado tu blog en una página de Facebook de un grupo cerrado de mi pueblo y ya ha habido varias mujeres que han leído tu última entrada.
EliminarFELIZ NAVIDAD también para ti.
Un abrazo
TERESA
Ya me gustó en su día y ahora lo has mejorado con los matices y la ilustración fotográfica que le has añadido.Se me ocurre una palabra, ZAMPABOLLOS; para un pueblo tan pequeño no veas la cantidad de panaderías y buenos panaderos que existían.Y es que se consumía más pan que ahora; había que llenar los estómagos y el producto estrella era el pan; el más asequible para las maltrechas economías.¡Y que rico era¡.....Algunos aún lo tenemos como producto estrella en la mesa.Pero me gustaba más esperar la nueva " horná" allí, viendo a los panaderos untarlo con esa brocha que le daba brillo.Ah, "los vales" eran tambien un recurso muy cotidiano para comprarlo.Las panaderías ya forman parte de nuestra historia local.
ResponderEliminarUn abrazo calentito, como el pan "casero".Juanita
Tú siempre poniendo la guinda. Se agradece, porque me da trabajo. He tenido que rebuscar las fotos que ya las tenía en carpetas para colocarlas. Creo que ahora está más completo.
EliminarUn beso