Querida
Ángeles: Decía el poeta Ángel González que escribir es siempre reescribir,
volver a decir lo que han dicho otros, aunque con una luz nueva y una voz que
siempre es única. Y es verdad, pero a mí me da un poco de reparo repetir lo que
tanta gente ha dicho estos días, en los que todo hijo de vecina ha opinado algo
sobre la huelga feminista. Sin embargo, esta mañana, cuando recogía la ropa del
tendedero he visto tu mandil y esa imagen me ha llevado a escribirte esta
carta, que como otras, será una carta sin respuesta. ¿Recuerdas aquel mandil
tan bonito que me bordaste hace ya algunos años? Me emociona ver esos dibujos
que representan mi vida: una imagen femenina leyendo un libro y alrededor de
ella objetos del mundo doméstico; todo lo que suele haber en una cocina. Así me
veías tú, amiga, y seguramente era así más que ahora, que peino canas y mi
cotidianeidad es completamente diferente.
Con cuarenta y tantos años vivía
entre el mundo personal, que trataba de sacar a flote, sin saber muy bien ni
cómo ni hacia dónde, y el cuidado de los hijos y de la casa. En fin, imagino
que algo bastante normal para muchas de nuestras contemporáneas, y tú lo
supiste plasmar de esa forma tan tuya, con esa habilidad tan tradicionalmente
femenina: las labores. Hiciste el delantal con un trozo de tela reciclada y
quisiste darle un toque muy personal con esas manos primorosas tuyas. Y dirás
tú, ¿por qué sales ahora con esto del mandil? Muy sencillo: estamos ante una
jornada de movilizaciones feministas que puede paralizar relativamente a toda
España y el delantal es la prenda que aparece en uno de los carteles
publicitarios, animando a las amas de casa a colgar esa prenda en el balcón,
como signo de apoyo a las reivindicaciones del día 8 de marzo. Sí, amiga. Es
una huelga general convocada desde todas las organizaciones feministas y que
cuenta con un apoyo mayoritario de multitud de organizaciones sociales y culturales,
sectores profesionales, universidades… La verdad es que no he podido evitar
pensar en ti. Tú que has sido una mujer adelantada a tu tiempo, que rompió
moldes en lo de salir del armario, sin estridencias ni exhibicionismo,
discreta, dando normalidad a lo que para ti era normal: amar a una persona y
querer vivir con ella. Eso no era fácil en los años setenta. Ha llovido mucho
desde entonces, amiga. Los cambios y retrocesos que se están dando en este
siglo XXI ya no los has podido vivir, porque nos dejaste en plena madurez,
cuando todavía tenías mucho que dar. Fuiste de esa generación que en tiempos
muy difíciles se atrevió a exigir lo que ahora nos parece tan normal, pero que
sin vuestro compromiso y valentía no tendríamos. Eso es lo que olvidan tantas y
tantas mujeres que todavía tienen miedo a la palabra Feminismo y que miran con
recelo y rechazo a cualquiera que se manifieste públicamente como tal. “No hay
que ser tan radicales”, suelen decir. “Yo me considero femenina, no feminista”
Faltaría más, pienso yo. Una cosa no es contraria a la otra. Y es que ocurre
con este colectivo como con tantos otros. Hay mucho desconocimiento y eso es lo
que hace que el estereotipo triunfe. La militante exaltada que aparece en las
noticias de la tele es la que queda grabada en la retina de la gente, pero eso,
por desgracia, pasa con otros grupos humanos frente a los que solemos defendernos,
sin que haya otros motivos que su aspecto físico, su religión o su color de
piel. Ya te digo, nos dejamos llevar por el prejuicio y las generalizaciones. Ni
te imaginas cómo hemos retrocedido en estos últimos años. Es fácil escuchar a
muchas mujeres jóvenes decir eso de que el Feminismo es algo pasado, antiguo;
vaya, que ya no es necesario porque tenemos todos los derechos. Un espejismo,
amiga. Nuestros pequeños o grandes avances han sido un espejismo. Sin embargo, no sé si será por efecto de la crisis que
estamos pasando, pero lo cierto es que muchas de las que decían este tipo de
cosas, de golpe, han abierto los ojos y han poblado las calles gritando
consignas tan radicales o más que las de los años setenta.
Pero
no creas, a muchos y muchas les ha cogido el éxito de este día 8 de marzo con
el pie cambiado. No se lo esperaban, amiga. Han ignorado todo el proceso
preparatorio de esa jornada, porque no iba con ellos, porque algo tan
minoritario y elitista, como dijo una ministra, no había que hacerle caso… “Total,
si las mujeres ya tienen todos los derechos, ¿qué quieren más? Estas feministas
son unas radicales”. Ese mismo día muchos cambiaron su posición, se colocaron
el lazo violeta y ¡Hala, ya soy feminista! ¿Quién se atreve a cerrar los ojos
ante los miles y miles de mujeres de todas clases, edades e ideologías que
salieron a la calle? Nada de elitista, nada de partidista. La transversalidad
ha sido evidente. Aunque no hubiera un acuerdo con el total de las
reivindicaciones, todas teníamos algo que denunciar. ¿Quiénes de nosotras no
hemos sufrido algún agravio por el hecho de pertenecer al género femenino?
Querida Ángeles, ha sido fantástico ver a tantas jóvenes, algunas casi niñas,
detrás de las pancartas, con lemas, a veces muy ocurrentes, otras divertidos,
pero siempre poniendo el dedo en la llaga, aludiendo a tantas y tantas cosas
que ellas están sufriendo, a pesar de los avances conseguidos, gracias a la
lucha de nuestra generación.
Pero
no todo está en las leyes, ya lo sabes. La realidad cotidiana es lo que hay que
cambiar, y por eso los hombres se tendrían que sentir interpelados y entender
que los cambios que pedimos las mujeres también les benefician a ellos, porque
los roles que todos hemos asumido como naturales a través de la educación, nos
constriñen, nos obligan a unos y a otras. Ya te digo, a mí lo que me parece más
difícil es la transformación de las mentalidades. De unos y de otras, claro.
Que aquí cada cual tiene su responsabilidad. Por cierto, que todo este
movimiento de denuncia ante tantas desigualdades y abusos ha llegado incluso
hasta la meca del cine, en Hollywood. Las actrices más importantes han querido
manifestar públicamente lo que han sufrido ante el abuso de poder de muchos
directores de cine, utilizando el sexo como moneda de cambio. Y han salido
historias deplorables a la luz del día. Eso está muy bien, amiga, pero no
comprendo la incoherencia de estas mujeres que, por un lado, denuncian a los
acosadores y enarbolan la bandera del feminismo, pero al mismo tiempo aparecen
en la alfombra roja luciendo sus cuerpos, como si su valoración dependiera de
las mejores tetas o el mejor trasero, esos atributos que algunas seguro que
usan para que le abran las puertas en la industria del cine, para qué nos vamos
a engañar, que nosotras no somos seres angelicales, que todos tenemos un lado
perverso. Me pregunto si una mujer que se considera feminista y que no quiere
ser tratada como un objeto, tiene que exhibirse de esa forma. ¡Ay Ángeles! No
sé si me hago mayor, pero para las feministas de nuestra generación eso es
inconcebible. Más bien tratábamos de pasar desapercibidas porque buscábamos ser
reconocidas por otras cualidades y a veces éramos tan radicales en eso que nos
vestíamos con harapos, no pisábamos la peluquería y, en fin, salíamos a la calle
con unas pintas… En fin, amiga, que el mundo cambia y yo me hago mayor, pero
sigo en la brecha y esperanzada.
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