Lo que me llamó la
atención cuando oí hablar de él fue el título tan poético y sugerente. No tenía ni idea de la temática o el estilo,
y desconocía totalmente a la autora; pero confié en el criterio literario de
quien lo recomendó en un programa de radio. No me equivoqué. Después de unos
meses en los que mi única actividad ha sido la escritura, volver a leer ha sido
un placer y un descubrimiento. Y es que
los autores nórdicos son poco conocidos para el gran público del que yo misma
formo parte. Soy una lectora media que
huye de los best seller; de esa literatura que encontramos en las primeras
líneas de los estantes y expositores de las librerías. Las editoriales nos
atiborran de títulos y más títulos que no siempre satisfacen las expectativas
de quien busca en un libro algo más que un pasatiempo.
Según he leído, Errata
Naturae, que es el sello donde este libro está
editado, es un proyecto que trata de ofrecer otra cosa. Sus fundadores lo
definen de esta manera: “Este nombre lo
escogimos porque habla de lo otro, lo diferente, lo
pequeño, lo ajeno, lo marginal”. Esto es lo que he encontrado en Nada crece a la luz de la luna. Una historia diferente, contada de
una forma diferente y con un lenguaje que, a mí al menos, me pedía momentos en
los que tenía que parar, tenía que respirar profundamente y saborear, recrearme
en las imágenes poéticas con las que la autora quizás pretendía suavizar la
dureza de la narración. Un libro que golpea y no deja indiferente.
No se trata de una
novedad, aunque sí lo es en nuestro entorno. La primera edición lleva la fecha
de 1947. De hecho, la autora noruega, Torborg
Nedreaas falleció en 1987. Nada
crece a la luz de la luna se considera un clásico de la literatura
moderna nórdica y esta editorial independiente la recupera para
que podamos disfrutar del dramatismo de una vida atormentada y tristísima. Es
esa la sensación que me ha quedado tras dar por finalizada su lectura. La
novela más triste que jamás haya leído.
El inicio no puede ser más interesante. Una muchacha con
aspecto desvalido arrastra su maleta en el andén de una estación. Un joven le
ofrece ayuda y la lleva hasta su casa.
Ella le ofrece su cuerpo o su historia y comienza de esta forma un
relato que transcurre en una estancia cerrada, entre cafés, cigarrillos y
alcohol. Se trata de algo así como una confesión, quizás una forma de encontrar
las palabras precisas para poder expresar el sufrimiento, sin someterse a
juicio alguno. El hombre sólo está ahí, escuchando una especie de monólogo en
voz alta, acompañándola en su trágica narración. Ella entrega algo más íntimo
que su cuerpo: su vida. Fuera, la ciudad y sus ruidos, sus luces, sus voces
anónimas… Y la noche.
A través de los recuerdos, narrados en primera persona,
asistimos a una historia que, enmarcada en una sociedad nórdica, nos parece
extraña. Noruega en los años cuarenta del siglo XX, a la luz de esta narración,
se revela como un país tan pobre, tan miserable, tan atrasado, tan injusto con los débiles,
tan pegado a las viejas tradiciones y prejuicios de clase o de género como
cualquier pueblo de la Península Ibérica en la misma época. El libro pone el
dedo en la llaga en todo lo que supone vivir en una sociedad cerrada y vigilada
por el ojo maledicente y chismoso de los vecinos que son al fin y al cabo los
que controlan la moral imperante. Y la hipocresía que tantas veces señala la
joven en su relato.
Y las mujeres, ¡ah, las mujeres! Aquí y allí, antes y
ahora, atadas emocionalmente a ciertos amores que resultan destructivos. En
este caso se trata de un amor obsesivo por un hombre que aprovecha la
vulnerabilidad de la muchacha para mantener el fuego encendido, pero sin
intención de compromiso. Es el centro de la historia, aunque el contexto, ya
digo, es una sociedad que va dejando en la cuneta a los más débiles. La autora
tiene interés en destacarlo. No hay que olvidar que fue una mujer feminista y
comunista.
La autora |
La dependencia obsesiva en la que vive ella no la lleva
más que a dar pasos en falso que la arrastran cada vez más a sentirse un ser
sin valor alguno. Duele en lo más hondo escucharla narrar a un completo
desconocido, la lucha que vive contra sí misma, para no perder la dignidad
arrastrando su necesidad de amor ante el hombre que sólo busca sexo y que la
comparte con otras que se le ponen a tiro. Está desesperadamente sola, sin
autoestima, incluso malnutrida, porque su energía está puesta sólo en vigilar
la hora en que su amor, Johannes,
enciende la luz. ¿Con quién estará? ¿Qué hace? Busca continuamente la forma de
poder estar en contacto, aunque sabe que será siempre causa de sufrimiento e
insatisfacción.
La joven está sumida en una enfermiza sumisión y un
dejarse ir, hasta acabar en el peor de los “pecados” para una mujer soltera de
esa época: el embarazo. Es estremecedor y realista el relato del aborto. Su
lectura produce un dolor que soy incapaz de calificar. Pero cae dos veces, señal
de que, a pesar de su lucidez para darse cuenta de que aquella relación no iba
a ningún sitio, no tenía capacidad para poner freno a la pasión que la
arrastraba a un camino sin retorno. Es un amor que la lleva a entregarse sin
considerar las consecuencias devastadoras para su vida y su dignidad como
mujer.
En definitiva, ella y también él… estamos ante dos seres
débiles, necesitados y solitarios, como otros personajes de la novela, vencidos
por una vida sin horizontes y ahogados en alcohol. Sin olvidar a la familia de la
chica, pobre, sin trabajo, sin recursos para poder dar algún tipo de apoyo.
Todo muy triste, muy desolador, tremendamente doloroso. Pero a pesar de todo
aconsejable para quien quiera de la literatura algo más que una simple
historia.
Y la pluma valiente de Torborg Nedreaas
acercándose a la realidad con un gran coraje, con una prosa capaz de poner
poesía y belleza al dolor y la desdicha humana.
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