Bajo las mantas, con fiebre
suficiente como para haber abandonado el trabajo y las clases en la universidad,
pasábamos esos días de febrero, acompañados de la bendita radio. A veces, algo
de música suave, cuando la frente ardía y la cabeza parecía a punto de
estallar. Cuando la temperatura se suavizaba, poníamos oído a las noticias que
en esos días preocupaban a muchos ciudadanos.
Éramos muy jóvenes, apenas
treinta años y todavía manteníamos la pasión y el interés por la política, que,
al menos yo, había descubierto tras la muerte del dictador. Manolo, sin
embargo, leía con pasión la revista Triunfo, una de las publicaciones más
importantes del país y que a muchos de nosotros nos introdujo en la cultura y
el debate de ideas. Yo la descubrí después de entrar en la Universidad. En el
año 1978 ingresé en las aulas de la Facultad de Historia. Ese día me parecía
estar entrando en un templo. ¿Quién lo hubiera pensado un tiempo antes? Había
trabajado en una empresa de confección desde que llegué a Barcelona en el año
1966, con sólo 15 años, y dejé la vida laboral un poco después de nacer mi
primer hijo.
Ocho años después era una estudiante universitaria. Las aulas de
la facultad de historia fueron para mí una escuela no sólo en las materias que
estudiaba, sino de conciencia política. Pensándolo bien, era el bar de la
facultad el lugar de las discusiones teóricas y políticas. Entre clase y clase,
o a la hora de la comida, nos reuníamos a discutir sobre la situación del
momento. Plena transición, eso de lo que hoy se habla tanto. Yo disfrutaba como
una enana y estudiaba por puro placer, no para aprobar, como los jovencitos que
acababan de salir del COU. Fueron años de descubrimientos y de aprender a
moverme en otros ambientes, que hasta ese momento eran para mi totalmente
ajenos. Tuve que controlar mi ímpetu juvenil, que apareció con algo de retraso,
y me enorgullecía públicamente de pertenecer a esa clase trabajadora a la que
los profesores tanto se referían, sin conocerla muy cerca, dicho sea de paso.
Por primera vez entré en una casa burguesa y percibí con claridad las
diferencias estéticas y de costumbres. Pensándolo bien, algo parecido me pasó
al llegar del pueblo a la ciudad. Así que volvía a estar en situación de
comparar mundos: rural-urbano… clase trabajadora-clase burguesa. Ese proceso de
conciencia, al cabo de los años, lo contemplo con nostalgia y cierta ternura,
pero también me conecta con un tiempo de muchas inseguridades personales, de
estar viviendo un cierto sentimiento de inferioridad que me hacía sufrir.
Mientras crecía mi hijo, que ya tenía 8 años, yo había dado un estirón. Como se
dice ahora, crecí. Y crecía de una manera acelerada, añadiendo a mi identidad
básica nuevos contenidos que me llegaban en contacto con ese mundo tardíamente
descubierto. Ese día 23 de febrero, había preparado un examen de Historia
Económica Moderna, al que, por supuesto, no pude asistir.El profesor Segura en la actualidad |
El profesor, Antonio
Segura me permitió hacerlo oralmente, cuando estuve recuperada.
Por cierto, que me sorprendió con una matrícula de honor, de la que siempre he
presumido. Toni Segura, que es como lo llamábamos, tenía más o menos mi edad,
aunque a mí no me lo parecía por su seriedad y actitud al frente de un aula
repleta de estudiantes de distintas edades y formación. Asistía a sus clases
después de haber preparado concienzudamente las lecturas que nos recomendaba.
¡Santo cielo! Si tuviera que leerme ahora aquellos textos sesudos en los que
varios autores debatían la transición entre el Feudalismo y el Capitalismo; eso
sí, con Carlos Marx de fondo. Un historiador llamado Inmanuel
Wallerstein acababa de publicar El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI. ¡Ostras, vaya título! Pero yo me lo bebí de un
trago, y después lo compartía con Manolo.
Cuántas veces hemos hablado de que él
hizo la carrera conmigo. Estaba tan entusiasmada, que necesitaba compartir esos
descubrimientos con la persona con la que vivía; pero es de justicia decir que
él se llevaba a nuestro hijo al parque, mientras yo me quedaba en casa
preparando mis trabajos que, puntualmente, llegaban a manos de los profesores. Cada año, al llegar el 23F
no puedo dejar de evocar esta época. Para mí esa fecha está totalmente ligada a
mi vida personal en un momento intelectualmente muy rico y a las clases de
Historia Económica. Por eso, esta mañana, al escuchar las noticias he vuelto a
situarme en el piso del barrio de La Sagrera,
los dos bajo las mantas, acompañándonos en una gripe incapacitante, mi
hijo al cuidado de su abuela, y toda la noche con la radio encendida, el
corazón palpitante y la esperanza en que el nuevo día se llevara la fiebre y
nos devolviera ese tiempo de libertad, tantos años ansiado y que estábamos a
punto de perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario