martes, mayo 22

Las cosas que no nos dijimos...


Como cada mañana, Laura se ha levantado muy temprano. Durante todo el año, siempre que puede, camina durante una hora, antes de ir a trabajar. Lo necesita. Las caminatas le dan una energía que necesita para seguir adelante. Antes de eso, ya ha dejado listo el  desayuno a su padre, que se está haciendo mayor y cada vez la necesita más. Por esa razón, cuando se mudó hace ya más de un año, buscó un piso cerca de él; así puede compatibilizar su dedicación profesional, con el cuidado del anciano. 
   
Ya lleva unos días un poco apagada y todo el mundo lo nota, porque la gente que la rodea, está demasiado acostumbrada a sus risas, a sus bromas, a su enorme y contagiosa vitalidad. Y es que no le gusta enseñar esa otra parte de su personalidad; está convencida de que es mejor no dar demasiadas explicaciones sobre esas  pequeñas cosas que de vez en cuando  le preocupan, como a cualquiera; al fin y al cabo es humana,  y aunque se esfuerce por estar siempre en esa actitud positiva, que parece ser su seña de identidad, en ocasiones estalla.  
Por eso,  esta mañana de sábado, cuando ya no tiene obligaciones que la llamen, ha aprovechado el paseo para descargar ese nudo que le oprime y le provoca tanto malestar.  De pronto, mientras observaba a los niños jugando alegremente en el césped del parque, sus ojos se nublan. El llanto dulce y silencioso que le vino a sorprender, se va convirtiendo por momentos en ruidosos sollozos,  que su cuerpo acompaña con pequeños movimientos espasmódicos.
Ha estallado eso que desde hacía semanas lucha por salir de esa especie de nebulosa que ella suele poner en sus preocupaciones cotidianas.  Ahora es consciente de que tiene que ser capaz de poner palabras a su dolor;  a la gran decepción que la está alejando cada vez más de su amiga.  
Cuando se conocieron,  lo primero que pensó de ella fue que había encontrado su alma gemela. Manuela era entonces una mujer muy joven. Había estudiado enfermería y estaba entusiasmada con su primer trabajo. Laura ya llevaba mucho tiempo ejerciendo, aunque llegó al hospital después de  unos cuantos años como enfermera de un ginecólogo privado.  Una mujer de experiencia, es lo que pensó Manuela cuando la conoció. Y era cierto. Laura podría ser su madre, por la edad y por lo que había vivido. A pesar de esas diferencias,  pronto se hicieron amigas inseparables.
En el hospital enseguida se las identifica por el entusiasmo que derrochan y la relación de empatía que tienen con los pacientes.  Laura siempre ha pensado que había encontrado su lugar y, a pesar de la dureza del trabajo, se levanta cada día con ilusión renovada. Cuando entra por las puertas del centro hospitalario y se encuentra con Manuela, siempre hacen alguna broma; se saludan con una especie de ritual que nadie comprende. Ellas sonríen divertidas y piensan que son algo más que compañeras: tienen su propio código de comunicación, una complicidad que hace de su relación algo muy especial.   
 Han pasado más de diez años desde que se conocieron en el servicio de pediatría. Durante este tiempo han ocurrido cosas importantes: Manuela, después de unos años de relación con un ingeniero madrileño, se casó y ha tenido dos niños preciosos. Laura, sin embargo, perdió al hombre de su vida y padre de su única hija, en un accidente de moto. Dos vidas muy distintas en lo privado, pero coincidentes en la vida profesional, donde se entienden a las mil maravillas.
Manuela no ha tenido que pasar todavía por dramas y pérdidas ni por asomo parecidas a las de Laura. Sin embargo, ya no es tan joven y la maternidad  la ha hecho crecer. Ya no es aquella niña que necesitaba ser guiada por la mano firme de una profesional de experiencia.  Claro que Laura sigue siendo un gran apoyo para ella cuando las preocupaciones familiares y las pequeñas rencillas en el trabajo del hospital, la hacen tambalearse emocionalmente.  Por eso,  muchas veces confiesa que sin ella la vida le resultaría mucho más difícil.       
Mientras caminaba,  sin preocuparse de lo que sus sollozos pudieran ser observados por alguien, va pasando por su cabeza toda esta historia, como si de una película se tratase. 
 Hasta ahora no ha podido ver claro. Hasta ahora, y de forma casual, no ha sido consciente de que su relación con Manuela ha sido una relación desigual y no precisamente por la diferencia de edad. Y lo peor, lo que más le duele es que se siente responsable de que todo haya sido una ficción. Ya lo sabe: si la relación con su amiga ha durado es por su actitud de absoluta disponibilidad; algo que no ocurre sólo en este caso, sino en otros muchos.  No es la primera vez que le pasa y empieza a preocuparle… ¿Es miedo a la soledad…? ¿Es falta de autoestima…? Se pregunta, sin dejar de darle vueltas a las situaciones en las que se ha puesto a disposición de Manuela y otras tantas en las que no ha podido contar con su amiga. 
 ¿Cómo no se dio cuenta antes? Ahora puede recordar esas ocasiones en las que se ha sentido muy frustrada, porque esperaba algo de ella que no ha llegado. Lo más fácil sería echarle la culpa a su amiga, pero no. Se da cuenta de que ambas son responsables de no haber abordado esos pequeños roces que surgen en el día a día entre dos personas que se quieren, pero que tienen necesidades y expectativas diferentes.
 Mientras va dando vueltas sobre la historia de esta amistad, la mañana se va oscureciendo. Grandes y grises nubarrones cubren la parte alta de la ciudad y amenazan con descargar. Aligera el paso, sin dejar de pensar en lo que le oprime el pecho: la discusión con Manuela; una de esas peloteras que se inician por una bobada y que acaban como el Rosario de la Aurora.   
 No hay mal que por bien no venga, piensa. Ahora empieza a ver claro que la reacción de su amiga y la respuesta de ella son desproporcionadas, y sabe el porqué, hay una razón: han dejado pendientes muchas conversaciones, muchos malos entendidos. Han tenido miedo a enfrentarse a sus propios demonios, al enfado, a tener que resolver pequeños roces y envidias. La estrategia ha sido errónea: esconder la cabeza bajo el ala, se le llama a eso. Se necesitaban mucho, seguro que ha sido eso. Pero lo más importante es que ella ya no quiere seguir por ese camino. De pronto, ha empezado a decir NO cuando es necesario. Será la enfermedad de su padre… un durísimo proceso que la ha conectado con la niña que tiene que dejar atrás. Ahora no le queda más remedio que  asumir su papel de mujer madura; reconocer que está sola y que tendrá que volver a vivir otra pérdida importante. Por suerte, cuenta con Sara, otra amiga del alma, más que una hermana... y también con las mujeres del club de lectura, con las que cada vez se siente más a gusto.    
Lástima que Manuela se haya tomado este cambio como algo personal y haya sacado esa parte de sombra que todos tenemos: la envidia, los celos… quizás también ella tenga miedo a quedarse sola, a pesar de su aparente vida feliz: su marido, sus preciosos niños… Manuela no ha podido soportar el abandono de  Laura. Se ha destapado la Caja de Pandora: que si tú me dijiste… que si yo te hice… que si no me tienes en cuenta…que si los favores… que si yo esperaba… Todo lo que en su momento no se dijo y se fue guardando bajo las alfombras para que no molestara, estaba ahí, esperando el momento.
 ¡Qué falta de sinceridad! Piensa Laura. Y recuerda las veces que su amiga Sara le ha dicho que las mujeres guardamos a la niña que llevamos dentro y la sacamos con una pataleta cuando vemos peligrar algo que nos resulta muy reconfortante, como el amor o la amistad de alguien. ¡Es tan inmaduro! Y se promete a sí misma que  ya no va a dejar pasar  la oportunidad de aclarar todo lo que le moleste de una relación.
El paseo está llegando a su fin y poco a poco su desconsuelo se va  calmando. Ha sido una mañana provechosa, porque se ha roto la coraza, porque, aunque sea para sí misma, ha dejado aflorar su vulnerabilidad. Ahora quiere poner palabras a toda  esta maraña  de sentimientos y emociones; dejar zanjada esta cuestión tan dolorosa, sin perder la relación con su amiga. Se repone, cubre sus ojos oscuros con unas gafas de sol y marca el número de teléfono de Manuela.

13 comentarios:

  1. Con estos relatos tan estupendos como el tuyo, nos damos cuenta que la falta de comunicación es un error que nos lleva a perder cosas muy importantes, como la amistad, el cariño, la confianza. Quizá a pesar de hablar y aclarar las dudas o los temores, no se llegue a buen puerto, pero por lo menos no nos quedará ese come-come, por no haberlo intentado.

    Un placer leerte Teresa.
    Besitos.

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  2. Es un relato que encierra realidades de esas que vivimos de vez en cuando la mayoría, porque no todas las personas bailamos al mismo son, gracias a que casi siempre hay alguna amiga especial que nos tiende la mano y es muy lindo poderlo compartir.
    Un abrazo Teresa.

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    1. Creo que es un tema que nos afecta mucho a nosotras, porque a menudo entendemos las relaciones de una forma un poco infantil. Hacerse mayor es tal vez asumir que no somos únicas para nuestras amigas y eso no nos quita ni una pizca de su afecto.

      Un abrazo, Mar

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  3. Muy bueno Teresa, muy bueno, tan real como la vida misma, me siento identificada con él, los años pasan y a pesar de todo a veces cierro los ojos y parece que estoy aun en el patio del colegio, es por eso que comparto lo de que entendemos nuestras relaciones de forma un poco infantil, y es que en el mundo de las emociones, somos tan inseguras la mayoría de las veces, que cuesta bastante crecer, casi nos quedamos estancadas.
    Saludos

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    1. Gracias por tu comentario. Esto de poner en palabras y compartir lo que siento o pienso, es un ejercicio de comunicación con otras personas, quizás lejanas geográficamente, pero cercanas en las experiencias.
      Saludos

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  4. Me he sentido muy identificada con esta historia, viví algo parecido hace unos años, afortunadamente salí adelante y ésta fue una buena oportunidad para darme cuenta de lo mucho que podemos mejorar las personas cuando tomamos las decisiones adecuadas en el momento preciso. En ocasiones por miedo pospuse aclaraciones y a la larga no fue beneficioso, aunque eso sí, creo que aprendí.
    Te felicito por tu relato porque es la vida misma.
    Un saludo Teresa

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    1. Bienvenida Carmen. Está bien eso de aprender de las experiencias. Sólo es posible madurar como personas si somos capaces de reflexionar y poner remedio a lo que no hemos hecho bien.
      Un saludo, amiga

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  5. Cuantas cosas nos perdemos a lo largo de la vida por miedo a afrontar las situaciones en el momento, sean cuales sean. Cada día soy más consciente que ser sincera cuando toca puede darme algún pequeño disgusto, pero a la larga acumular capas de silencios y reprimirme será peor y traerá más tristeza a mi vida.
    Amiga me ha gustado mucho tu relato, es de esas lecturas que hacen reflexionar, y darme cuenta lo mucho que "mola" asomarme por aquí.
    Un abrazo

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    1. Amiga Maga: A mi también me gusta ver tu carita de picarona, asomándose por la ventana. Gracias.

      Un abrazo

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  6. Casi un ensayo sobre la amistad ; un tipo de amistad que yo viví en mis años adolescentes,Ahora, creo que sé disfrutar mejor de mis amigas.Ellas están siempre ahí, pero una de ellas me ha enseñado que es enfermizo tener espectativas sobre nadie.No parece muy literario, pero es muy sano; así aceptas a la gente como es y disfrutas de los momentos que te da la vida sin forzar nada.Felicidades por el relato.Me ha gustado el estilo que has elegido, intimista, haciendo una radiografía de sus pensamientos.Juanita

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  7. Lindo tema definitivamente yo actuo muchas veces sacando a esa niña ignorante que llevo por dentro . pero con la diferencia de que soy siempre por las amigas la que Baja la cabeza y no dice nada y hace lo que ellas quieren . pero no se que pasaria si empiezo a hacer lo que realmente yo quiero solo no quiero perderlas por que no se encuentra a una amiga en cada esquina.

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  8. Desgraciadamente es lo que suele pasar: tenemos miedo a quedarnos solas. Pero también te digo otra cosa: Como dice mi amiga Pilar, si nos ponemos a hacer selección de personal, quizás estaríamos sol@s.
    Un abrazo, amiga.

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