La noche de reyes era algo mágico; una especie de juego en el que todos participábamos, aunque sabíamos que esos magos de oriente eran de “mentirijilla”. Los niños, incluso cuando ya no eran tan niños, solían escenificar lo de los zapatos cerca de la chimenea, y cada cual esperaba el silencio y la oscuridad de la media noche para colocar allí sus regalos, con ese nerviosismo tan agradable que produce imaginar las caras de papá, mamá, Pablo o Manolo.
Casi nunca coincidían los deseos de los críos, que con letra cuidadosa habían hecho llegar a los reyes, con lo que luego se encontraban en sus zapatos. Éramos de ese tipo de padres preocupados por ser buenos educadores y nos negábamos a colaborar en el derroche de tantos otros: coches teledirigidos, ordenador, scalextric… artefactos que en cada temporada hacían la delicia de pequeños y hasta de grandes. Queríamos que supieran la importancia del dinero y que aprendieran a valorar las pequeñas cosas. Vaya, estábamos seguros de que transmitiendo todo eso íbamos a conseguir hijos fantásticos, ¿qué otra cosa pueden hacer los padres…? Y lo cierto es que ellos siempre nos sorprendían con su aceptación, no sé si resignada, pero sí llena de consideración hacia nosotros. Me pregunto si eran capaces de entender nuestras razones, pero no se quejaban.
El día seis, bien temprano, cuando el blanco de los tejados y de los árboles del jardín dibujaba un paisaje gélido, los piececitos descalzos aporreaban la escalera de madera. Nosotros sonreíamos bajo las mantas, esperando contemplar los grandes ojos de Pablo y la sonrisa agradecida de Manolo, que, a pesar de no haber recibido lo que tanto deseaba, era capaz de disfrutar de esos instantes, sobre todo viendo a su hermano pequeño tan feliz. Eran tan emocionante escuchar sus voces entrando en el dormitorio…
─ ¡Papá… mamá… ¡ Mirad lo que nos han traído los reyes… ─ Fingiendo una inocencia que evidentemente ya habían perdido, pero que cada año renovaban para seguir siendo niños.
También nosotros seguíamos el juego y poníamos cara de sorpresa a la vista de los juegos, libros, discos y demás regalos con los que se cubría la alfombra del salón y nos sentábamos juntos a verlos, como si fuera la primera vez; como si de verdad la magia de los reyes hubiera llegado a nuestra casa.
Luego… llegaban los vecinos: Carla, Guifré, Albert… el patio se llenaba de risas, voces y pequeños piques por mostrar el mejor regalo de todos. Mientras, nosotros recogíamos el pequeño desastre de papeles, cajas, el carbón que nadie se comía nunca y en pocas horas todo volvía a ser como siempre. La casa en orden, el horario de comidas, de sueño, de juego y estudio. Una vida que tantas veces se nos antojaba demasiado dura, con poco tiempo para la fantasía y el juego. Cuántas veces me he preguntado si ellos eran medianamente felices en medio de todos nuestros afanes y luchas… No fue fácil, pero hemos sobrevivido, sin perder lo más importante.
Esta mañana nadie ha venido a despertarnos para compartir la alegría de los reyes, pero las imágenes de ese tiempo de inocencia me han venido a visitar y no acierto a descifrar si he sentido tristeza o nostalgia. He pensado en mis niños y he querido preguntarles por sus regalos de reyes, pero el teléfono se interpone entre sus miradas sonrientes y mis ganas de recuperar un tiempo que ya no volverá.
Ay los reyes Magos!!. Estos Sabios de la Biblia, dadas las fechas navideñas, nos acercan un poco al Cristianismo, que es la religión dominante y que encima está súper indicada en estas épocas de postración.
ResponderEliminar2011 será un año escatológico, lleno de Sermones y arengas que requerirá la esperanza consustancial a los períodos de declive.
Los Reyes Magos tienen un efecto sanador: son como un anuncio de que vienen los días de verdadera esperanza, aunque antes hay que “purgar” algunas “cosillas”, los excesos de los años pasados, en los que, además, casi hemos enloquecido.
Amigas/os, sed buenos en este 2011. Id a misa. Aunque no creáis en los Reyes Magos. Que Roma no paga lealtades (como decía mi admirado Vázquez Montalbán.. )
SOY YO
Yo también he pensado en vosotros. De todas formas, me hubieran traído carbón...
ResponderEliminar1abrazo!
Pablito