A mis 72 años puedo afirmar, con Simone de Beavoir que no se nace mujer, sino que se llega a serlo. Echando la vista atrás, puedo decir que casi nada tengo que ver con aquella adolescente que estrenaba sus primeros tacones allá por los años sesenta del siglo pasado, ignorante de que sólo ensayaba un papel que estaba sin escribir. Supongo que no creo en las esencias. Mejor dicho: prefiero ser la hacedora responsable de esa mujer en quien me he convertido en el camino de la vida.
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