Confieso mi recelo inicial ante
el estrépito montado en torno a una obra tan delicada, inquietante y silenciosa
como Mal de piedras, y no he podido evitar compararlo
con la relativa indiferencia con que ha sido acogida la primera novela de la
española Cristina Grande Naturaleza infiel, con la que comparte
planteamientos en torno a un grupo familiar, sensibilidad, percepción
psicológica y finura estilística. Ambas novelas nos seducen desde la primera
página.
Uno de los aciertos de Agus ha sido elegir a una narradora joven que
narra hechos que no necesariamente ha vivido y que por lo tanto puede contar
con cierto distanciamiento sin dejar de identificarse. De ahí la sutileza en la
estructura, en las relaciones psicológicas y en la voces sin estridencias, a
pesar de que la novela gira en torno a algo tan escurridizo y “pasado de moda”
como la felicidad, el amor y la locura.
Voces porque la voz narradora
es una muchacha a punto de casarse que ha decidido recuperar la casa familiar
de la calle Manno en Cagliari, “este lugar mágico donde se oye el ruido del
puerto y de los chillidos de las gaviotas”, deshabitada desde hace diez años; y
porque a través de su escritura no sólo se reconstruyen unos hechos, sino que
escuchamos las voces de los personajes.
El presente de la novela
coincide con lo que ella llama “la situación en Irak”, “con estos americanos
que no se sabe si liberan u ocupan”, para remontarnos a otra guerra, la Segunda
Guerra Mundial, con los primeros días de la evacuación, los bombardeos
americanos de 1943, el desembarco de los Aliados en Normandía y la firma del
armisticio. No interesan las interpretaciones ideológicas sino el sufrimiento,
que no es exclusivamente el que nos causan las relaciones afectivas. Por eso la
abuela está tan emocionada cuando por las noches su amante “se estremecía de
miedo, como si estuviera oyendo un disparo o las bombas que caían sobre el
buque y lo partían en dos, lo rozaba apenas con un dedo y el Veterano, sin
despertarse, la respondía atrayéndola hacia él.”
La novela se inicia con la boda
de la abuela en 1943, y se cierra, como un círculo, con la inminente boda de la
nieta. La bella mujer se casa a los treinta años, cuando todo el mundo creía
que iba a quedarse soltera, pese a que toda su vida había girado en torno al
amor. O precisamente porque “la enfermedad de la abuela podía definirse como
una especie de locura amorosa”. Escribía ardientes poemas y bastaba con que un
hombre la sonriera para que lo considerara un pretendiente. En su desesperación
llega a hacerse cortes en el cuerpo o a arrojarse a un pozo. Hasta que
finalmente aparece en la casa un hombre de cuarenta años: “Llegó para comer y
dormir gratis. En el mes de junio pidió la mano de la abuela y se casaron”. Un
matrimonio sin amor, como ambos confiesan, que “duermen como hermanos en el
cuarto de invitados” mientras él sigue visitando la Casa de Citas. Una vez en
Cagliari, ella acepta satisfacerlo sexualmente para, con el dinero ahorrado,
poder instalarse en la casa de la calle Manno.
Debido a su mal de piedras
tiene que internarse en un balneario, donde conocerá al Veterano, un hombre
cojo y hermosísimo que vive en Milán aunque siempre había vivido en Génova. Con
él finalmente encuentra “la cosa principal”, es decir, el amor, hasta que se
cura de sus cólicos renales, queda embarazada y regresa a la casa.
La enfermedad de la abuela no
es solamente el amor, sino la imaginación, y es esta imaginación la que le
permite encontrar al Veterano y escribir sus experiencias en
un cuaderno. Su hijo heredará su sensibilidad. Excelente concertista ajeno al
mundo y desinteresado por las mujeres, finalmente encuentra a la que será su
mujer, que vive con la abuela Lia. También ésta vive una doble vida, una real y
oculta. La real es la de una muchacha de buena familia; la oculta, la atracción
por un criado pastor del que quedará embarazada. Ya a punto de casarse, su hija
descubre que Lia escribía poemas amorosos y que el pastor acaba arrojándose a
un pozo al enterarse de la muerte de la que fue su fugaz amante y amada. La
vida inventada de Lia es la de su viudedad y las falsas razones por las que
huye de Gavoi.
Agus ha tejido una fina red
geográfica, histórica, familiar y sentimental. Casi todos los personajes tienen
sensibilidad artística, sufren la enfermedad de la locura y viven de amores
inventados o fallidos. Un destino les une y lo viven con luminosa aceptación. Y
si se sienten atraídos por el suicidio es porque forma parte de sus intensas
vidas interiores. La prosa refleja perfectamente estos estados de ánimo. La
traductora ha sabido mantener, con distintos registros, esta prosa contenida,
expresión de sentimientos que evitan tanto el dramatismo como la sensiblería.
El homenaje a los poetas Giorgio Caproni, genovés de adopción, y a Dino
Campana, el poeta de la locura, son como un eco del espíritu del libro. ~
Juan A.
Masoliver
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