Memoria y olvido son la vida y la muerte. Vivir es
recordar, y recordar es vivir. Morir es olvidar, y olvidar es morir. (Samuel
Butler)
Mami vino al mundo el Día de Reyes de hace ya la friolera de
97 años. Vivió su infancia en un hermoso valle, en la provincia de Pinar del
Rio (Cuba). Aunque salió de la isla hace ya más de 30 años, sus expresiones y
la musicalidad de su español nos llevan al Caribe.
Me cuenta que su mamá y su papá se conocían desde siempre,
porque eran vecinos. Las familias de ambos tenían unas fincas arrendadas en Rio
Seco, muy cerca de la población de Pinar del rio. Su mamá se quedó embarazada
con sólo 17 años. En aquella época, los pobres no podían hacer bodas y a veces
se pasaban años hasta que se casaban. Algo que no nos resulta tan lejano a los
que hemos vivido en el mundo rural, especialmente en Andalucía. Y así ocurrió
en el caso de sus padres, pasaron por el altar cuando ya tenían varios hijos.
Es delicioso e impactante sentarse a rememorar con ella cómo
era aquel tiempo. Años veinte. Un país gobernado por oligarquías al servicio de
Estadios Unidos y de espaldas a las necesidades de la clase campesina y
trabajadora. No hay más que escuchar el relato de infancia de Mami para hacerse
una idea del contexto en el que transcurrieron los primeros años de su vida.
Una mala época, con Gerardo Machado (1925-1933) al frente de un gobierno dictatorial,
sin ningún interés por beneficiar a la mayoría de la población campesina. Un
país donde se pueden dar tres cosechas al año y, según me cuenta, la gente no
sembraba. “El campo no daba más que
miseria. El boniato, la leche de vaca y la harina de maíz, -cuando había- era lo que nos salvaba del hambre.
Claro que con 12 hijos y la escasez, su madre prefería quedarse sin comer para
que las criaturas pudieran disponer de un mínimo de alimento. Sin embargo, la
fruta sí se daba en abundancia en aquel valle y mami me cuenta que disfrutaba
comiéndola directamente de los árboles: guayaba, plátano, mangos, pomarrosa…
Todo muy natural, pero, a todas luces, escaso. Y lo peor es que todos eran tan
pobres, que no podían esperar mucha ayuda de la familia. Si acaso, un “platico” de arroz con frijoles, dice
mami, que le hacía su abuela, y con eso se conformaba. ¿Qué podía hacer la
criatura?
No debía de ser muy confortable la vivienda donde creció
mami. Una choza hecha de materiales de diferentes árboles y de palma, una sola
estancia, con el suelo de tierra, una cama, sin colchón, con unos sacos de
azúcar, rellenos de hojas de maíz. Las sábanas se guardaban para cuando había
alguna visita, pero diariamente, se dormía directamente sobre los sacos. Naturalmente,
no tenían luz eléctrica ni agua corriente. Mami me regala una sonrisa pícara y
exclama: “pues ya ves, bebiendo agua del
rio y estoy viva”.
Mientras escucho su relato, imagino a esa niña vivaracha, que
se esfuerza por ayudar a su joven madre en las tareas del campo y en el cuidado
de los hermanos menores. La escuela fue una anécdota en su vida, porque no
tenía zapatos para poder ir con un mínimo de decoro, ni tampoco llegaba el
dinero para comprar las libretas, así que unos días por una cosa, otros días
por otra, al final acabó por abandonarla definitivamente. Antes del amanecer,
con apenas 11 años, hacían el camino los críos de las familias campesinas hacia
la cantina, que era como llamaban a las pequeñas industrias del tabaco. La
puedo imaginar descalza sobre el barro, pisando piedras y guijarros, ramas
secas, sorteando astillas y, a veces, clavándoselas. Y la vuelta a casa después
de ponerse el sol. Otra vez andando el camino, con el cansancio reflejado en el
rostro y sin saber si habría algo de cena al llegar a casa.
Mami rememora con cierta compasión y comprensión aquel
tiempo. ¿Cómo podían las madres dar tantos palos a las criaturas? ¿No era
suficiente con lo que tenían que sufrir a diario? “Mi mamá nos daba palos, pero pienso que eso era porque se desesperaba
con tantos niños y sin nada pa darnos de comer”
De novios no quiere ni hablar. “No he sido yo muy enamoradiza”- dice- Por aquellos campos las
únicas oportunidades que había de contacto eran los caminos. Los enamorados
salían al encuentro de las muchachas y pasaban del galanteo al arrumaco,
siempre con el deseo de poder llegar al conocimiento carnal. Una prueba de
fuego para ellas y el embarazo siempre al acecho. Los muchachos se declaraban
con una carta que entregaban a la joven elegida y a partir de ahí empezaba la
relación. “Él salía a mi encuentro, pero
no podía conmigo… Yo tenía muy claro que quería ir “señorita” al matrimonio.
Cuando pretendía propasarse, yo le tiraba piedras, le pinchaba con agujas... Yo
era tremenda, además…, qué quieres que te diga, no estaba muy enamorá. Pero se hicieron novios, aunque no tuvo
paciencia para seguir después de cinco años esperando que la situación
económica cambiara para poder casarse. “Me
planté y lo dejé”. No hay duda de que con 18 años mami tenía las cosas muy
claras.
De ninguna manera iba a repetir la historia de su
mamá, así que trabajó de criada en varias casas burguesas; se esforzó por
mantener y cuidar de su única hija. Como tantas madres del mundo, no tenía
ayuda. Cuidar de una niña pequeña y trabajar le resultaba muy costoso y al
final tuvo que mandarla con la abuela paterna, que fue la que, a partir de
entonces, se hizo cargo del día a día de la criatura. La Revolución Castrista la
encontró detrás del mostrador de una pequeña tienda de ultramarinos que consiguió
abrir a fuerza de mucho empeño y sacrificios y con la que subsistió hasta que
la llamada “Ofensiva Revolucionaria”, en 1967, le confiscó el negocio y se vio
en la calle con lo puesto. De nuevo Mami tuvo que trabajar, esta vez para el
Estado, en una fábrica de calcetines, y volvió a vivir la escasez y la tristeza
de no poder dar a su hija lo que necesitaba. A pesar de todo, logró un puesto
de niñera en la casa de un diplomático belga, que le proporcionó una
estabilidad y una vida bastante digna durante algunos años.
Pero aún le quedaba mucho por vivir. Le aguardaba el exilio,
junto a su hija, una exitosa cantante de ópera en Cuba, que, como otros
artistas, salió de la isla y se instaló en Madrid en los años 80. Mami tenía ya
más de 60 años y tuvo que reinventarse. Hasta 16 horas se pasaba con una mesita
en la Plaza Mayor, vendiendo tabaco. No quería ser una carga, porque los
primeros tiempos de cualquier exiliado no son fáciles. Tampoco para ellas lo
fueron. Había cumplido los 70 cuando, por fin, tuvo la satisfacción de dedicar
sus energías al cuidado de la casa y de su hija, que, casada con un actor, se
dedicaba al mundo de la lírica y viajaba por todo el mundo cantando. La última estación de destino fue Jerez, donde
se siente como en su casa y disfruta de una calidad de vida envidiable.
El pasado día 6 de enero Mami cumplió los noventa y siete.
Nadie lo diría, porque todavía, al escuchar la música de su Cuba natal, se
arranca a ritmo del Son y se convierte en el centro de la fiesta. “No lo puedo evitar, los cubanos llevamos el ritmo dentro”, exclama con esa sonrisa suya
tan picarona. Todavía pasea por el barrio, aprovechando las horas de sol, asiste a clases de Chi kung y, si se tercia, acompaña a su hija al gimnasio y presume de fuerza física delante de los jóvenes.
Estamos ante una mujer que disfruta de una buena conversación con cualquiera que se le acerque, está al día de todo lo que ocurre en el mundo, discute acaloradamente sobre las últimas noticias y comparte con las amigas de su hija momentos de fiesta y celebración. En definitiva, Mami rompe el estereotipo de la viejecita encantadora, no porque no lo sea, sino porque es una mujer de una fuerza, una lucidez mental y un carácter que no se ajustan a su edad biológica. Lleva sobre sus espaldas la historia de un siglo; ha vivido la pobreza más absoluta, ha sufrido lo indecible, porque fue educada en un sistema social y cultural terriblemente injusto, especialmente con las mujeres; sabe de amores y desamores; ha luchado con todas sus fuerzas para no tener que depender de ningún hombre; conoce el sabor agridulce de una revolución fracasada, y finalmente experimentó el gran desgarro de abandonar su tierra y empezar una nueva vida cuando ya era una mujer madura.
Seguramente guarda dentro de sí multitud de vivencias que no
comparte con nadie. Son demasiados años, muchos escenarios, ilusiones rotas,
momentos que rozaron la felicidad. No hay duda de que la vida de Mami tendrá
rincones a los que ella misma no quiere ya asomarse. Pero quizás, a cierta
edad, viene bien eso de que la memoria sea selectiva y se contente con recordar
lo bueno, lo menos doloroso, fragmentos de vida que no puedan arruinar el
presente, que es al fin y al cabo lo que Mami todavía puede disfrutar con su increíble
vitalidad. FELIZ CUMPLEAÑOS, mami.
Estamos ante una mujer que disfruta de una buena conversación con cualquiera que se le acerque, está al día de todo lo que ocurre en el mundo, discute acaloradamente sobre las últimas noticias y comparte con las amigas de su hija momentos de fiesta y celebración. En definitiva, Mami rompe el estereotipo de la viejecita encantadora, no porque no lo sea, sino porque es una mujer de una fuerza, una lucidez mental y un carácter que no se ajustan a su edad biológica. Lleva sobre sus espaldas la historia de un siglo; ha vivido la pobreza más absoluta, ha sufrido lo indecible, porque fue educada en un sistema social y cultural terriblemente injusto, especialmente con las mujeres; sabe de amores y desamores; ha luchado con todas sus fuerzas para no tener que depender de ningún hombre; conoce el sabor agridulce de una revolución fracasada, y finalmente experimentó el gran desgarro de abandonar su tierra y empezar una nueva vida cuando ya era una mujer madura.
Me ha gustado mucho conocer más sobre la vida de esta entrañable mujer. ¿Para cuándo el nuevo libro con la Mami de protagonista, Teresa?
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