EL PORQUÉ DE ESTE LIBRO
Este libro es el final de un largo
proceso, un deseo largamente alimentado: poder dejar escrito lo que yo
considero una GESTA, una hazaña protagonizada por hombres y mujeres de este
pueblo, pero no sólo de este pueblo. Andalucía entera sufrió la sangría migratoria
en la década de los 60. Todos sabemos que muchos probaron suerte en Alemania,
Suiza, Holanda o Francia. Dentro del
país, Madrid, Navarra, El País Vasco o Valencia fueron otros territorios a los
que se dirigió mucha gente. Algunos de esos lugares, se han convertido casi en
un segundo BEDMAR, como ha pasado con Azagra.
El caso de Cataluña fue espectacular.
De hecho, se la llamó la novena provincia andaluza, por la avalancha de
migración que se produjo hacia Barcelona y su cinturón industrial. Casi un
millón de personas nacidas en Andalucía se instalaron allí y allí han
construido una nueva vida. Sus hijos y sus nietos han nacido en Cataluña,
hablan catalán y en la próxima generación casi se habrán olvidado de dónde eran
sus antepasados.
Porque formé parte de ese momento de
nuestra historia; porque fui protagonista de ese viaje mítico en El Sevillano
en el año 1966, he vivido en mis propias carnes lo que supone salir del lugar
seguro donde has pasado la infancia, para empezar de nuevo en un mundo completamente
diferente: la vida urbana. El campo y la ciudad en los años sesenta eran dos
culturas sin apenas contacto. Por eso, una muchacha de 15 años con pinta de
pueblerina… (Eso era yo) llamaba la atención en la gran Barcelona. O tal vez no
tanto… No sé, pero a mí me lo parecía y durante algún tiempo me sentí ajena y
acomplejada. Pero junto con esa sensación de sentirse un bicho raro, llegar a
la gran ciudad, empezar a trabajar, llevar un sueldo a casa, tener por primera
vez vacaciones pagadas… Todo eso fue algo extraordinario. Tal y como yo lo
recuerdo no se puede decir que fuese ningún drama, todo lo contrario. Me
refiero especialmente a los adolescentes que de pronto nos encontramos con un
mundo que nos ofrecía multitud de posibilidades. Pero por otro lado, nos exigía
un gran esfuerzo para aprender nuevas formas de vida y de relación.
Más que cultura catalana, yo siempre
digo, que aprendimos cultura urbana, porque… repito: En aquella época había una
gran distancia entre la vida de un pueblo y la vida en la ciudad. Recordad que
en Bedmar no había agua corriente en la mayoría de las casas, que apenas había
coches particulares, que la mayoría de nosotros no conocíamos el tren y menos
el mar. ¿Cómo no iba a ser un reto la llegada a Barcelona? Pero los más jóvenes
teníamos los ojos y los oídos bien abiertos a las novedades, una curiosidad sin
límites y un mundo por descubrir.
Otra cosa fueron los mayores. Mis padres,
por ejemplo, ya tenían su vida hecha en Bedmar. Como otros muchos agricultores,
mi padre estaba pegado al campo. Tenía su huerta, sus olivas, su mula, su aparcería
y un pequeño negocio de esparto. ¡Qué voy a deciros! Por él no se hubiera
marchado. El futuro de los hijos fue lo que empujó a muchas familias a la
emigración, sobre todo a aquellas que disponían de una pequeña o mediana
propiedad y un vergel; incluso aquellos que se dedicaban al comercio podrían
haber seguido aquí, pero no veían un horizonte claro para la prole. No fue lo
mismo para otro colectivo, los menos afortunados, los que tenían que bajar a la
plaza cada día para poder echar un jornal. A estos los empujó la supervivencia…
Querían simplemente sobrevivir con algo de dignidad.
De todo eso hablan las personas que
han participado en este proyecto colectivo.
Unos y otras comparten sus
motivaciones, sus esperanzas y el recorrido que han hecho desde que llegaron a
Cataluña. Los que se fueron cuando todavía no habían acabado la escuela, José
el del Modisto, o Pepa Medina. Los dos acabaron la primaria en Barcelona, él
empezó a trabajar con 14 años y ella siguió sus estudios. Los que, como yo, con
15 años nos incorporamos al mundo del trabajo al día siguiente de llegar,
cuando todavía éramos unas criaturas. Y los más adultos, algunos iniciando una
vida de recién casados, que nada más llegar ya estaban en la obra o en los
talleres de la SEAT… Y en el caso de las mujeres, en talleres de costura o en
pequeñas industrias. Y los padres de familia con una cierta edad, que tuvieron
que plegarse a las circunstancias y trabajar en lo que saliera. Trabajos y
horarios muy duros, para hombres acostumbrados a no depender de nadie.
¿Y las madres…? Ellas se quedaban en
casa, como siempre, cuidando de que el puchero estuviera preparado a la hora de
la comida, administrando los dineros, ahorrando para el piso… ¡Ay el piso, el
sueño de todo emigrante! Un sueño que se hizo realidad en muy poco tiempo,
gracias a la aportación de todos los miembros de la familia en edad de
trabajar. Incluso algunas mujeres que nunca hubieran pensado que saldrían a trabajar
fuera de la casa, encontraron pequeños talleres de costura donde echar unas
horitas. También ellas tuvieron que hacer nuevos aprendizajes, acostumbrarse a
salir por las calles de la ciudad, subir en los transportes públicos, comprar
en el mercado productos que conocían, pero que tenían nombres diferentes…
(Bledes, Monxetas… Acelgas y espinacas). Eso sí, en aquellos mercados había
abundancia de todo, y en el monedero ya había dinero para ciertos alimentos que
en Bedmar eran un lujo.
Historias que se parecen, pero que
son únicas. Relatos que son trozos de vida, de luchas, de ausencias, soledades
y también de alegrías y descubrimientos.
LAS MOTIVACIONES
Como ya he dicho en el inicio, este libro es
un sueño largamente acariciado. Pero claro, como no soy una ilusa, ese sueño
empezó cuando inicié mis estudios universitarios. Es decir, cuando pude
vislumbrar de qué era capaz y adquirí las herramientas intelectuales necesarias
para emprender un trabajo de investigación. Por eso, desde el segundo año de
carrera, empecé a hacer entrevistas a andaluces en Cataluña. Y es que fue en la
Universidad donde se produjo en mi la toma de conciencia sobre quién era yo, de dónde venía
y cual era mi lugar en una nueva sociedad, En esos años realicé varios trabajos
de investigación que no tenían otro objetivo que acercarme a las vivencias de
mis paisanos; andaluces de diferentes provincias y edades. También era un modo
de aprender sobre mí misma y de recuperar la cultura rural donde me había
criado.
Quizás fue ese el motivo que me
llevó, nada más llegar a Jerez en el año 2005, a recuperar historias de vida de
las mujeres campesinas de un pueblo cercano a esa ciudad. Y desde entonces, he
trabajado en diferentes poblaciones de Cádiz con el mismo objetivo: sacar a la
luz la vida de tantas personas que han cumplido un importante papel en la sociedad,
aunque nadie se lo haya reconocido. He disfrutado muchísimo con estos trabajos,
he aprendido, he conocido hermosos pueblos, he publicado dos libros y he
recibido un pago inmaterial: mucho agradecimiento, reconocimiento y cariño.
¿Para qué quiero más?
La jubilación me ha dado algo
fundamental para volver sobre esa asignatura pendiente: TIEMPO. Tenía claro que
quería hacer este libro y estaba dispuesta a hacerlo. Sabía, por otras
experiencias, que nadie me iba a pagar las horas… los meses de elaboración y
redacción, pero eso lo tengo asumido. Trabajar en la cultura no es rentable económicamente,
eso lo sabéis quienes estáis en este ámbito. Son otros valores los que se
juegan en la elección de este camino.
En fin… Con este trabajo creo que queda
saldada una deuda conmigo misma, pero también con mis padres, a los que nunca
les reconocí su sacrificio y que en estos meses he podido valorar.
Pero también me ha movido en esta
tarea una sensación de extrañeza que me embarga desde hace un tiempo. Me
refiero al silencio, a la falta de memoria sobre nuestro pasado más próximo. Desde
hace más de 20 años no se han hecho estudios serios sobre la emigración
andaluza. Y los que existen están en las estanterías de las bibliotecas
universitarias. El gran público nunca llegará a las tesis doctorales y trabajos
universitarios.
Es como si todo se hubiera esfumado,
como si no hubiéramos existido como colectivo. Yo creo que hay que romper ese
silencio que ha invisibilizado durante años nuestra gesta, nuestra iniciativa,
nuestra capacidad de lucha y de resistencia frente a la adversidad, y por qué
no decirlo, la riqueza cultural y material que hemos aportado a la sociedad
catalana. Y eso es lo que yo he querido hacer con este libro. Que la historia
social salga de los estantes de las bibliotecas y llegue a los protagonistas,
con la voz de los protagonistas.
SER INVESTIGADORA Y PROTAGONISTA
Para mí ha sido un reto ser a la vez investigadora y
protagonista del proceso migratorio. Cuando empecé la redacción no tenía claro
cómo resolver esta cuestión. Luego… poco a poco, fui encontrando un resquicio
para ir relatando mis propias vivencias. Pero, como dice Encarna Medina, en el
prólogo, he evitado el protagonismo porque era necesario dejar hueco para los
demás. En muchos de los capítulos mi voz no aparece más que para acompañar y
dar sentido a los relatos, algunos de ellos emotivos hasta tal punto que,
mientras escribía, muchas veces tuve que hacer un alto, respirar hondo y dejar
pasar la lagrimilla.
Sí, en este libro he puesto mucho, mucho más que trabajo (un
año entre la preparación y la redacción) y por eso para mí es tan importante.
Volver al pasado no siempre es agradable, porque nos podemos ver sorprendidos
por episodios que teníamos guardados en el rincón del olvido y que en su día
nos hicieron sufrir. Al reavivarlos se producen un sin fin de emociones
contradictorias. Por un lado, recuperas parte de ti, lo cual supone una toma de
conciencia necesaria, sobre todo cuando se ha llegado a una cierta edad. Pero también puede ocurrir que llores lo que
en aquellos días lejanos no te permitiste.
Y eso no sólo me ha pasado a mí. También a algunas de las
personas entrevistadas se les rompió la voz mientras contaban ciertos
episodios, como la infancia de Francisco Cachano; un niño que tuvo que pedir
por las casas en plena posguerra para poder comer; aquel viaje interminable en
El Sevillano que todos recuerdan, o los primeros tiempos en la gran urbe
echando de menos a la madre, a la abuela, los primos… Fueron momentos
emocionantes, en los que tuve que parar la grabación. Y también me emocionó
sentarme delante de una mujer de noventa y tantos años que salió de Bedmar con
casi 50. Me conmovió su serenidad, su aspecto y la forma como se expresaba.
Nadie hubiera dicho que aquella mujer había vivido parte de su niñez en el
campo y que apenas pisó la escuela. Pensé para mí que aquella persona había
hecho un recorrido admirable y valoré su capacidad para adaptarse a una nueva
vida y sacar enseñanzas de algo que en un principio vivió como un drama. Curiosamente,
ese día fue a mí a quien se le rompió la voz.
En fin… Creo que con lo que os he
contado y lo que Encarna ha dicho, os podréis hacer una idea de qué vais a
encontrar en el libro Maletas de Cartón. Un mosaico hecho de trozos de vidas a
las que he tenido el privilegio de llegar; un relato coral de historias
sencillas, contadas con la extensión y minuciosidad que cada cual ha querido o
ha podido.
Pero la emigración se dio en una
etapa determinada de la España de la Dictadura y en unas condiciones económicas
y políticas que explican muchas cosas y que no pueden dejarse de lado. Como ya
sabéis los que conocéis mi estilo, mis libros se apartan del academicismo. Este
también. Y por eso, toda esa información la he dejado apuntada a través de unos
cuadros de texto extraídos de una bibliografía especializada. He querido que el
libro sea fácil de leer para un amplio público y por eso, esas cuestiones de
lectura más espesa y compleja, quedan separadas del relato coral.
Espero que lo disfrutéis. Y estoy
abierta a vuestras preguntas.
Muchas gracias.
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