Isabel no sabía
qué estaba pasando, pero de pronto un coche se detuvo y de él salieron dos
hombres con una camilla. Entraron en la choza donde su madre seguía tendida en
la cama, atendida por la tía y la abuela. El padre daba vueltas nervioso;
quería ayudar y no sabía cómo. Su desconcierto era grande: ¿qué iban a hacer si
la mujer se ponía mala?, ¿cómo sacar adelante a los niños? La ambulancia se
llevó a la enferma y durante una semana esperaron con ansia su regreso. El
recuerdo más nítido de la niña es la llegada de un coche de caballos, en el que
venía su madre.
Pero ya no era aquella madre joven, sana y enérgica; Isabel era
demasiado pequeña para advertir cómo había cambiado en esos días: no tenía la
misma sonrisa, ni sus ojos brillaban como antes. No comprendía su silencio, ni
sabía interpretar el sonido que emitía cada vez que quería decirle algo. Lo más
evidente era que su madre ya no caminaba como antes, ni podía hacer las camas,
ni cocinar, ni coser, ni cogerla en sus brazos para acunarla y dormirla. Y sólo
tenía seis años.
Isabel no podía
ni imaginar cómo iba a ser su vida a partir de ese momento; porque su madre,
hasta entonces, se había ocupado de todo y ella, como era tan chica todavía,
podía jugar por el campo, correr detrás de las gallinas, hacer travesuras y
dormirse luego, segura de que allí,
muy cerca, estaba ella protegiéndola. Las madres tenían mucho trabajo, muchas
obligaciones y preocupaciones, pero siempre cuidaban de sus hijos; y más cuando
eran tan pequeños; porque, para Isabelita, eran como hadas bondadosas, que
siempre sabían qué había que hacer; estaban atentas a las necesidades de todos
y además echaban una mano en la parcela, para que el padre no tuviera tanto
trabajo.
Aspecto de los niños de la campiña en 1950 |
Pero Isabelita no contaba con que las madres también puedan enfermar,
o quedarse incapacitadas por algún accidente, incluso algunas se morían; y
cuando esto ocurría, todo cambiaba. Por eso, cuando su madre volvió a casa, sin
poder hablar ni apenas moverse, aquella familia, su familia, ya no volvió a ser
la misma. A Isabelita se le escapó de golpe la infancia y aprendió a valerse
por sí misma y a tener cuidado de sus hermanos; y hasta de su padre que, como
tantos otros, nunca estaba en la casa, ni se preocupaba de lo que había que
comprar, o guisar, o remendar, o lavar…, de tantas y tantas cosas.
Los niños en la parcela, junto a las chozas |
Como la mayoría
de las niñas de las parcelas, su vida, a partir de entonces, fue una vida de
trabajo. Al amanecer había que superar la pereza y las ganas de seguir bajo el
calor de las mantas. Casi siempre el padre tenía que vociferar y reñir a los
más pequeños de la casa para sacarlos de la cama. Grandes y chicos, todos
colaboraban en las labores del campo o en la casa. Lo primero, después de
asearse y hacerse las trenzas, era preparar el desayuno: un tazón de leche recién
ordeñada, con un poco de café, o cebada, una tostada de pan y aceite de
oliva... Luego, durante el día, todo eran obligaciones: que si ocuparse de los
hermanos más pequeños, que si preparar algo de comer, que si echarle de comer a
los animales, que si transportar el agua para el día, que si lavar la ropa de
la semana… Isabel no recuerda cómo podía hacer todo eso con tan pocos años, ha
perdido la memoria de esa etapa de su vida. Seguro que se puso tan mala, con
aquellas fiebres, por trabajar tanto, por no tener quien la cuidara. Había
cumplido los ocho años haciendo de madre de sus hermanos y haciéndose cargo de
una familia numerosa. Luego…, un tiempo
que se le antojó muy corto. Don Francisco Lobatón, un alma generosa, se
interesó por aquella pequeña de trenzas morenas y ojos tristísimos. Tres años de
colegio en las Hermanas Salesianas de Jerez, donde Isabelita tuvo por primera
vez un cuarto de baño, un cepillo de dientes, un camisón para dormir y un libro
entre las manos. Pero una mañana, la realidad se impuso: “Isabelita, que ha
venido Don Francisco Lobatón a buscarte, que le haces mucha falta a tu madre”. Esas fueron las palabras de la madre superiora; palabras que la devolvieron a su antigua realidad:
una vida llena de trabajo y privaciones, de la que algún día lograría escapar.
Isabel, a la derecha, en la presentación del libro en Barcelona: año 2010 |
Hola amiga, después de tanto tiempo te he vuelto a encontrar y me llevo esta hermosura que has escrito. Extrañaba tus letras y me regocijo a volver a leerte.
ResponderEliminarTe dejo un gran abrazo.
Qué bien escribes, Teresa. Y qué proyectos más interesantes haces... Ya me gustaría saber algo sobre lo que me has preguntado pero no tengo conocimiento sobre eso.
ResponderEliminarSuerte con ese libro, que promete mucho.
Un abrazo
Pueblana