Hasta el último día no supe que
se llamaba Juan Carlos, de apellido Pérez,
para más señas. Lo venía observando día tras día, mientras desayunaba, o a la
hora de la cena. De estatura media, pero fornido, eso sí, y de aspecto
bonachón. Calculé que no pasaba de la
cuarentena, disimulando mi interés por
su actitud; por sus gestos afectuosos y cercanos con cualquier persona que se
pasaba por el comedor. Incluso cuando alguien llegaba un poco tarde, él le quitaba
importancia, con su amplia y cálida sonrisa, que acompañaba de una palmada en
el hombro.
Me cautivó esa actitud suya
de echarle alegría y cariño a algo tan prosaico como retirar los platos ya
consumidos por ávidos turistas de la tercera edad. Sólo era un camarero; de
esos que trabajan de sol a sol, y sin días libres, pero había decidido no
amargarse la vida como sus compañeros.
Hay personas capaces de dignificar la tarea más sencilla. Eso pensé,
la noche que se acercó a la mesa de mis vecinos de pelo rubio, ojos
azules y piel quemada por ese sol traicionero de los días de invierno en la
isla. Tomó la mano del turista entre las
suyas, esbozó la sonrisa más cálida que alguien pueda imaginar y, en un idioma
extraño, que seguramente dominaba por responsabilidad profesional, entabló una conversación que bien parecía la
de dos amigos que estaban encantados de volver a encontrarse, que el saludo
entre un camarero de hotel y un turista accidental.
Excelente articulo, me identifico con este individuo, porque me gusta mi oficio Y tu cual psicologa experimentada en la dificil carrera de la vida, has dado en el clavo. Enhorabuena.
ResponderEliminarMe alegro de qe te haya gustado. Un saludo.
ResponderEliminarWay cool! Some extremely valid points! I appreciate you penning this post and also the rest of the website is also very
ResponderEliminargood.
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Muchas gracias por tu comentario, amigo o amiga, anónimo.
EliminarUn saludo