En general eran las mujeres las que daban color y vida a mi
calle. Barrían la puerta a primera hora de la mañana, mientras daban un
repaso a las noticias del pueblo, y a los dimes y diretes; pasando la brocha con cal de vez en cuando,
para que la fachada estuviera en condiciones,
arreglando la casa con alegría, cantando coplas, acompañando con sus voces gastadas los discos
dedicados de la radio, que siempre estaba funcionando: Antonio Molina, Marifé
de Triana, Juanito Valderrama, Concha Piquer, Manolo Escobar, Lola Flores…
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Mujer encalando la fachada |
Como las puertas
estaban abiertas, la música se desparramaba por las calles e iba calando en
nuestros oídos y en nuestro corazón. No es raro que, pasados los años, yo pueda
recordar las letras de todas las canciones y hasta me guste cantarlas de vez en
cuando. Es mi parte folklórica, que he tenido que esconder durante mucho tiempo,
porque todo eso, en según qué ambientes, se asociaba con una época muy negativa y con
incultura. Así que ahora, siempre que se presta, me lanzo y escenifico alguna
de esas coplas de amores traicioneros, de desamores y desengaños. Es mi alma andaluza que se ha mantenido viva,
a pesar de la distancia y del tiempo, pero sobre todo, es el fruto de una experiencia
sentimental que nunca se pierde.
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La radio de la época |
Como digo, las mujeres y la gente menuda, eran los que daban
color y sonido a La Carrera y aledaños: callejeando, chillando, peleándose… porque la
vida se hacía en la calle. Pero mucho más en verano, cuando, después de calor de la siesta y el
aseo correspondiente, salíamos con la
merendilla, el hoyo de aceite casi siempre, muy repeinados, con ropa limpia y aquellas sandalias de goma,
con las que nos sudaban tanto los pies, a disfrutar del empedrado de la calle, recién
regado y fresquito. Ellas, las madres, y
las muchachas casaderas, con la silla
pequeña, se sentaban junto a la puerta a hacer labores, incluso las niñas, aprendían muy pronto las artes de sus mayores con la aguja o el bastidor.
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Comiéndose un cacho de pan |
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Muchacha bordando en el portal. Navalcán (Toledo) 1955.
Fotografía Inge Morath |
Una imagen que se me ha quedado de los veranos es el vocerío
del confitero, cuando pasaba vendiendo helado: “Al rico helaoooo mantecaooooo”,
era lo que pregonaba. Las criaturas
procurábamos que las abuelas o las madres nos dieran dos reales. Con eso no
teníamos para el cucurucho, pero sí al menos
para una oblea, a la que se le ponía
una paleta de helado por encima. Era la novedad de esas tardes veraniegas,
aunque, como digo, pocos podíamos tener el placer de consumir el rico helado de
Ildefonso el confitero. Ildefonso era primo de mi padre; un primo muy lejano,
seguramente, pero era muy cariñoso y a veces me regalaba el cucurucho más
pequeño, o la oblea, con un poquito de helado. Son imágenes que han quedado prendidas en mi memoria y en mi corazón.
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Carrito de helados de los años cincuenta |
Otro de los pequeños placeres que podíamos tener algunos, eran los garbanzos tostaos. Pasaba el Quico,
con una cesta de mimbre, en la que portaba garbanzos y cañamones... ¡Ah, los cañamones! Hacía tiempo que no usaba la palabra y casi ni recuerdo el rico sabor que tenían. Mi madre me daba un vaso y yo corría a la
cámara y lo llenaba a rebosar de garbanzos. A cambio, el Quico ponía en el vaso garbanzos tostaos, aunque con menos cantidad, para ganarse algo, el
hombre. Esas eran las chuches que nos
permitíamos algunos, porque claro, los que no tenían cosecha de nada, tenían
que comprarlos y no había dinero. O sea, que al final me podía considerar privilegiada.
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Muchachita portando agua de a fuente |
Me parece estar viendo al anochecer a los muchachos en las
esquinas de las calles que daban a La Carrera: El Terrero, Bermejo, La Obra Pía,
la Calle de don Jesús o la calle Jiménez, esperando a la muchacha a la que
pretendían. Las mujeres, sobre todo las que tenían hijas casaderas, y también
las más churreteras, estaban al acecho;
así corrían las noticias, de boca en boca:
-
¿Te
has enterao…? El otro día vi a fulanito esperando en la calle. Parece que está queriendo a la hija de menganita…
Ellas, las muchachas, salían
al anochecer a recoger agua del pilar.
Con el cántaro en el anca, y bien arregladas, aunque sin pasarse, con la
ilusión de ver al pretendiente y la
esperanza de que él se acercara a darle charla. Aunque también es cierto que había que hacerse
la dura, para tener buena fama. Las decentes eran las que se hacían rogar, y ¡pobre
de la que se saliera de madre! Podía quedarse para vestir santos. Y no vayáis a pensar que soy una exagerada. Era así.
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Escena más actual de gente tomando el fresco en La Carrera |
La verdad es que el sistema era un poco tosco, y no sé si algunas veces acababa como el
rosario de la aurora. Contaban que una vez un pretendiente le puso el pié delante a
una jovencita muy guapa, con la sana intención de que se parase, ya que ella se resistía. Del golpe que se dio, la muchacha se quedó sin
dientes. Así era como se iniciaban los
noviazgos, hasta que el muchacho tenía el permiso del padre para hablar en la
puerta y salir de paseo a la vista de todo el mundo; eso sí, ni de la mano, ni
del brazo, ni nada de nada. Todo muy decente, como Dios manda.
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Escena familiar bedmareña en una tarde veraniega |
Por cierto… No sé por qué, pero recuerdo que en aquella época
se peleaban mucho las vecinas. A voces, diciéndose de todo menos bonita. Un
insulto muy propio de la época era “Perdularia”,
una forma de decir sinvergüenza o algo así.
¡Y no digamos si te decían “Marrana”
era el peor insulto que una mujer podía recibir, porque lo de ser curiosa era el mayor honor
de las mujeres en esa época.
Total, que por cualquier cosa se montaba una
trifulca buena en mitad de la calle y luego se decía: “Fulanita no se habla con
menganita”. Yo creo que muchas veces era por los niños, por alguna peleílla
entre nosotros.
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Escena callejera de niños jugando en los años 60 |
Lo cierto es que en una vida tan predecible esos espectáculos nos sacaban del tedio y la rutina diaria. Como las peleas entre las familias gitanas, que también
de vez en cuando la montaban, pero estos sacaban las navajas. O al menos es lo que se
decía, a no ser que yo fuera una peliculera y me inventara esas historias.
En Bedmar había tres o cuatro familias y estaban muy integradas en los
barrios donde vivían. Rafael el Gitano
era el más popular. La familia tenía una casa por encima del ciego. Ramona, su
mujer, se dedicaba a la venta de telas.
Pasaba por las casas enseñando los retazos de lienzo, para los calzoncillos de
los hombres, las camisas y ropa interior en general, que se tenía que
confeccionar toda.
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Justillo de lienzo. Prenda que llevaban en lugar del sostén |
Las
madres procuraban ir juntando las sábanas del ajuar de las muchachas casaderas, poco a poco,
desde que eran adolescentes y se las compraban a Ramona. Recuerdo que las mejores eran de la Viuda de
Tolrá, una marca catalana que tenía mucho prestigio por entonces. Ni que decir
tiene que regateaba bastante en todo el proceso de compra venta y siempre se
llegaba a un acuerdo.
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Canzoncillos de lienzo de la época |
Rafael el gitano, el marido, arreglaba las fuentes, los lebrillos, y
demás cacharros de porcelana, o de barro. Les ponía unas lañas y ¡hala!, otra
vez a funcionar. ¡Cuánto duraban las cosas entonces!
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Un hojalatero arreglando un barreño |
Además, Rafael, se encargaba de ponerles las herraduras a los
animales de carga. Son oficios que se fueron perdiendo por obra y gracia del
desarrollo económico y el abandono del campo y de los animales.
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Fuente de barro arreglada con lañas |
Recuerdo a Salud, una niña de
mi misma edad, que creo que era sobrina y vivía en la Obra Pía.
Su padre era Antonio el gitano, pero estaba casado con una mujer que era paya: Ana Maria la Cascaja, le llamaban. Íbamos juntas a la escuela y tuvo
posibilidades de estudiar, porque doña Rosario se la llevó a Jaén como
sirvienta, pero con la condición de que, además de ayudar en la casa,
estudiaría el bachiller.Por las noticias que me han llegado, acabó los estudios y se trasladó con toda su familia a Lodosa, donde viven todavía. Una hermana suya, Sofia, incluso ha ido a la Universidad. Desde luego, un cambio social importante. Es la parte buena de la emigración.
Ahora me viene a la memoria una mujer muy bajita, que creo que era la
abuela materna de Salud. Vivía también al final de la Carrera Alta, cerca de
Consuelo la Malapinta.
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Amuleto contra el mal de ojo |
Decían que echaba mal de ojo a las criaturas. Así que
cuando pasaba por la calle, mucha gente tenía cierto reparo en tener mucho roce
con ella. Podríamos decir que era como una especie de bruja del pueblo, aunque
yo no podría asegurar que fuera cierto todo lo que se le atribuía.
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Escena de matanza |
Sin embargo, había otras mujeres mayores que tenían otras
cualidades más positivas. Una de ellas vivía en El Terrero y estaba ciega: Mª Dolores. Era una persona que destilaba humanidad, cariño y amabilidad. Siempre
estaba sentada en la puerta de la casa .En invierno, tomando el sol y en
verano, disfrutando del frescor del anochecer. Era como la abuela de todas las
niñas y si tenía que reñirnos para que nos portáramos bien lo hacía, pero con
un tono que tenía mucha eficacia: le hacíamos caso. Y luego estaban las sabias;
las que conocían los secretos de la matanza bien hecha: las morcillas, los
chorizos, las butifarras… Se las llamaba para que echaran los aliños, o para
probar cómo había quedado de sabor, si le faltaba o le sobraba algo al chorizo.
Una de ellas era mi abuela Mª Teresa la de Piticos. Vivía debajo del
llano, en El Terrero.
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Una bolsa de los peines bordada a mano por mi madre |
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Braguitas de los años 50 confeccionadas por mi abuela |
Era una mujer muy seria, con un gesto muy severo, pero
muy apreciada por su formalidad y su saber hacer en todas estas cosas. Además,
cuando cogía una aguja de croché, o los bolillos, hacía primores. Cosía
camisas, calzoncillos y sabía recomponer toda la ropa de hombre, que entonces
era muy necesario. Eso sí que era reciclaje.
La Corcheta, la madre de Antonio, creo que se llamaba
Catalina, también era una mujer sabia. De estatura más bien pequeña, como eran
entonces la mayoría de mujeres, pero como una ardilla, nerviosa y muy
simpática. Durante muchos años ejerció
de partera, cuando todavía no había mucha costumbre de llamar a la Comadrona.
Lástima que no haya dejado escrita su experiencia. Como tantas y tantas
mujeres, sin saber apenas leer ni escribir, se atrevían a hacer algo tan
importante como ayudar a traer niños al mundo y no lo hacían nada mal.Seguro
que hay muchos que pueden contarlo porque nacieron con ellas.
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Comadrona atendiendo a una mujer después del parto |
Pues a lo que
iba. A Catalina la recuerdo contando cuentos, sentada a la puerta de Máxima con
las niñas alrededor. A mi madre, le gustaba controlar lo que hacíamos y lo que
nos enseñaban las viejas, que solían tener la lengua muy suelta. Pero ella era
muy estricta con la educación, así que se asomaba a la puerta y decía:
-
¡Catalina,
no les cuentes picardías a las niñas!
Y es que no sabía que
lo que nos contaba era aquel cuento tan terrible y morboso que tanto nos
gustaba escuchar; aquel que tenía una retahíla muy repetitiva y que a pesar de
todo no nos cansaba:
“¡Ay, madrecita mía, mía, mía! ¿Quién
será?
¡Que voy por la primera escalera…
¡Animaos!
A ver si alguien se atreve a escribir o a grabar su voz con el cuento completo,
que a mí se me ha olvidado.
Es todo un placer leerte Teresa. ¡Me traes tantos recuerdos! Aunque yo no los he vivido con tanta intensidad, ya que solo pasaba en el pueblo las vacaciones; pero tu narrativa es tan amena que me arranca sonrisas y hasta me emociona.
ResponderEliminarNo me sé el cuento que comentas, pero hace unos días comentaba con mi hija, uno que me contaba mi padre (y yo a ella): el enano saltarín ¿le conoces?
Un beso grande Teresa.
Gracias, tocaya. El cuento del que me hablas lo desconozco, sin embargo, el que comento en mi relato está muy extendido por Andalucia. Se llama La asadura y es terrible, teniendo en cuenta que está pensado para que los niños obedecieran a las madres.
EliminarHasta otra, amiga.
Enhorabuena Teresa, te ha quedado una entrada redonda. Es la que más me ha gustado de la serie dedicada a "la Carrera".
ResponderEliminarSOY YO
Ya no hay niños jugando al churro mediamanga mangotero...
Gracias. Pues fíjate, yo no la veía así, pero eso va como va. Es muy subjetivo. Lo que sí me ha gustado es la respuesta que ha habido en facebook. En esta ocasión volveré a pegar aquí todo lo que han aportado los lectores, que completan con sus comentarios algunas de mis preguntas.
EliminarEstos son los comentarios de mis paisanos en el último relato que he colgado sobre la calle donde nací.
ResponderEliminarJuana Romero Medina: Comparto casi las mismas vivencias desde la Calle Llana; vamos a tiro de piedra de donde tú vivías.Y hablando de piedras ¿ recuerdas la costumbre que tenían los niños de pelearse a "pedrá limpia"?Algunos venían chorreando sangre---¿ quíen te ha hecho esa "saja"?.Cuando venga tu padre verás... Las niñas éramos más modositas,aunque nos gustara tirar piedras" eso era de " marimachos".Yo también barría mi puerta, tras echar agua con la mano para no levantar polvo.¡¡¡Y había que hacerlo casi al amanecer¡¡¡Estaba feo,según los mayores, que te calentara el sol.Y qué me dices de los pregones del alguacil" hago sabeeeerrr...."y nos anunciaba que había llegado a la Plaza de Abajo por ejemplo Emilio el de las Mantas, o que había que blanquear las fachadas para la feria.En fin, mientras perduren los recuerdos seguimos ligados a la tierra que nos vio nacer.Oye,¿qué habrá sido de la Azafranera, que venía a vender especias desde Castilla?
TERESA: Qué buenos relatos podríamos hacer con los recuerdos a dos manos. Lo que a mí se me escapa lo aportas tú. Lo de la "saja" me encanta. Otra palabreja que había olvidado. Gracias
Lucia Caballero Lorente Muy emotivo, como todo lo que escribes, la familia de Antonio el gitano viven en Lodosa Navarra
Teresa Fuentes Muchas gracias Lucia. Sabía que esa pregunta sería contestada por alguien.
Isabel Bayo Gámez Me encanta poder leer todos estos recuerdos,vuelven ala mente como si lo estuviéramos viendo . y la foto de la calle y esos vecinos Santillos su mujer Maria y la otra Maria la cuete ,preciosa foto, un beso
Francisco Vargas Quesada Muy bueno y tierno; me parece que fue ayer.
Cati Alcala Romero Muy acertado en todo, Antonio el gitano vivia en la calle Obrapía, vecino nuestro, muy buena gente.Gracias por todos estos recuerdos.
Juana Chamorro Ruiz gracias Teresa por tus relatos,lellendo esto que escribes, los recuerda uno como si fuera ayer
Anita Herrera Rodriguez Teresa cada relato es mas emotivo Salud esta en Lodosa y su hermana Antonia vive en VITORIA un beso
Teresa Fuentes ¡Ya digo! Entre todos podríamos hacer mejor el relato, porque cada cual aporta una parte. Gracias a tod@s.
Muy bonito,que fielmente reflejas el pasado de Bedmar, en cuanto a tu pregunta si alguien , conocía lo de que voy por la primera escalera...,lo escuche contar muchas veces ,Maxima ,Catalina la corcheta e Isabel la sota ,eran tías abuelas mías,y ese relato era de miedo y terminaba dándote un susto,contaban otro de un principe que preguntaba a una dama " ¿mariquita que riega la albahaca cuantas hojitas tiene la mata? ,y ella contestaba ¿y tu Rey pendenciero cuantas estrellitas tiene el cielo?,"algo así era ,hace ya tantos años, tambien recuerdo las parodias de mis tíos Ildefonso el barbero de la pililla y Juan el de la chinela ,como no había televisión se agudizaba el ingenio,que tiempos
ResponderEliminarGracias Juan, por tu comentario y es verdad que estas mujeres que nombras (tias abuelas) eran tremendamente vitales y graciosas. las recuerdo a todas, asi como a tu tio, el barbero de la pililla, muy amigo de mi tio Jerónimo, el músico. Eran gente muy simpática.
ResponderEliminarUn saludo y te espero en mi ventana de vez en cuando, cuando te apetezca dejar tu rastro.