Pepa no tenía prisa. No es que no
quisiera casarse. Algún día seguro que encontraría al hombre adecuado para
ella; ese hombre que supiera quererla, que fuera agradable y trabajador. Pero
la muchacha se veía muy joven. Diecisiete años… demasiado pronto para el
compromiso.
Diariamente pasaba por el cortijo de
la Marmolilla, camino del pueblo. Los muchachos sonreían y la miraban
descaradamente, cuando la veían pasar con el cántaro de agua, y hacían bromas
entre ellos. Desde pequeña había visto llegar cuadrillas enteras de
trabajadores para incorporarse a las tareas de la siega, o a la labranza del
maíz. Entre los jornaleros solía haber
uno que se dedicaba a cocinar para todos. El cocinero recibía todos los meses
lo necesario para comprar y elaborar los guisos de todo el grupo: garbanzos,
patatas, tocino, arroz, pan, aceite... A final de mes los hombres pagaban el
importe de lo que habían consumido y de esa forma podían ahorrar para volver a
casa con algo de dinero.
Aquel año, el cocinero había puesto
sus ojos en la muchachita joven que siempre iba acompañada por su hermana. No
sabía aún su nombre, pero estaba decidido a acercarse; quería conocerla, porque
le gustaba mucho, a pesar de que era un poco huraña. Apenas había podido verle
los ojos, porque la joven pasaba siempre muy deprisa, sin levantar la cabeza,
como escondiéndose de las miradas escudriñadoras de tantos hombres. Un día, el
muchacho se armó de valor y abordó a las dos hermanas. Volvían de llenar los
cántaros y se dirigían a su casa, a la vera del cortijo. Pepa no pudo evitar el
encuentro. Él le pidió si podía acompañarlas y ayudarle con el peso. Ella no
pudo negarse, vaya, no quería, porque se sentía muy atraída por el muchacho.
Aquel día empezaron a hablar. Los tiempos no daban para mucho más. Los padres
controlaban especialmente a las jovencitas, porque había demasiados miedos;
demasiados tabúes sobre la honra, la virginidad, la honestidad femenina y ellas
tenían que andarse con cuidado.
Poco a poco, de una forma casi imperceptible,
le relación fue creciendo; se fue creando cierta confianza entre ellos. Pero la
muchacha se resistía; seguía pensando que hasta los veinte años no quería tener
novio…, era su decisión y no quería dar más explicaciones. No iba a contar a
nadie su íntimo secreto, ése que sólo compartía con su hermana y que le impedía
dar respuesta a su pretendiente. Cuando hablaba de sus sentimientos no era
capaz de explicarse, le faltaban palabras para poder expresar su lucha interna.
Sólo sabía que cuando él estaba lejos, echaba de menos su presencia, pero
cuando lo tenía delante, sobre todo cuando escuchaba su preciosa voz, cantando
las coplas de la Paquera, entonces no sabía si quería estar con él o no quería,
tenía una mezcla de sentimientos que ni siquiera su enamorado conocía. Esas
cosas no se decían; una muchacha decente no podía ser sincera, ni tener deseos,
ni reconocer su necesidad de caricias… Y así, entre trigales, paseos en
bicicleta, recados y besos furtivos, Pepa
aprendió a querer a aquel muchacho tan bueno y que la trataba tan bien. Ocho
años estuvieron de novios. Todavía ahora, cuando ya viven solos, jubilados y felices,
suele decir:”De mi marío sólo puedo hablar cosas bonitas”.
Relato extraido de mi libro Al hilo de la conversación.
Me he leído tu libro " Al Hilo de la Conversación", y esta historia sencilla, cotidiana, muy de la época de los 50,igual que otras que narras en él,tras pasar por tu pluma , queda elevada a la categoría de un microrrelato o cuento corto, intimista y tierno por la sencillez de los personajes, pero no por eso exentos de sentimientos importantes.Enhorabuena por tu labor divulgativa, amén de sociológica, porque el libro en su conjunto es el retrato de una época.
ResponderEliminarGracias Juanita. Además, como he estado muy cerca de Pepa, la protagonista, te puedo asegurar que habla maravillas de su marido, con el que suele pasear de la mano por La Barca de la Florida. Es una mujer ruda, con una gran fachada de alguien que ha vivido en un ambiente poco propicio a lindezas de ningún tipo, pero detrás de eso hay mucha ternura.
EliminarBesos
A mí me pareció muy auténtica cuando la conocí el año pasado, una mujer graciosa que rebosa naturalidad y que se nota que te aprecia cantidad. Una idea fantástica que ASOMES a las "protas" del "Hilo..." a TU VENTANA.
ResponderEliminarComparto con Juanita lo del microrrelato.
Abrazos
Eso pienso. Iré introduciendo relatos cortos sobre cada una de ellas.
EliminarHasta otra...
Pues es un precioso relato, donde el amor se acaba rindiendo ante ese amable cortejo. Lo leído nuevamente con ternura por la autenticidad de su historia. Gracias por él.
ResponderEliminarBesos.
En esa época, el cortejo era una especie de tira y afloja entre los dos enamorados: él mucho más activo que ella, que, como en el caso de Pepa, le puso muchas trabas al hombre. Además, lo más bonito es cuando lo cuenta, porque no tiene palabras para explicar ese conflicto interno entre lo que siente y lo que piensa que debe hacer para ser una buena chica. Encantador.
EliminarGracias Teresa