El Viernes Santo, como el resto de la semana, anunciaba lluvia. Desde primeras horas de la mañana la gente se preparaba para otro día de espera, de rogatorias y de frustración. A mí, la verdad, no me preocupaba en exceso; si a caso lo sentía por todas las ilusiones rotas; por la gran cantidad de energías y de inversiones fracasadas. A medio día saqué del congelador un guiso de garbanzos y tagarninas, cocinado por mi amiga Maga. Perfecto, pensé, para un día como hoy, vigilia de toda la vida. Para estar más de acuerdo con la fecha, había hecho un arroz con leche riquísimo, y aunque el primer plato era contundente, no lo dudé: ese sería el postre.
Sobre las cuatro de la tarde las distintas cofradías miraban al cielo y debatían sobre la posibilidad de salir a la calle. Ninguna de ellas se atrevió. Por la televisión veo imágenes de desconsuelo de niños y mayores. Es curioso, pero es real y hay que respetar los sentimientos ajenos.
Las cámaras se sitúan delante de la Ermita de San Telmo. Allí se venera una de las imágenes con más personalidad de Jerez: el Cristo de la Expiración, llamado también el Cristo de las melenas, ya que ese es el rasgo más característico de la escultura: una gran melena que se mueve con el viento y le da un realismo impresionante.
Desde que lo vi la primera vez, hace ya cinco años, lo sigo con mi cámara, buscando el plano mejor, tratando de encontrar esa imagen que refleje la belleza del paso. Por eso, sin pensarlo dos veces, cogí la cámara y me acerqué a la ermita. Al menos podré captar el ambiente, pensé.
San Telmo |
Desde que lo vi la primera vez, hace ya cinco años, lo sigo con mi cámara, buscando el plano mejor, tratando de encontrar esa imagen que refleje la belleza del paso. Por eso, sin pensarlo dos veces, cogí la cámara y me acerqué a la ermita. Al menos podré captar el ambiente, pensé.
Por el camino me di cuenta de que el cielo, hasta ese momento cubierto de nubarrones blancos, cada vez se abría más al azul, y el sol anunciaba una tarde sin lluvia.
Las puertas de San Telmo estaban abiertas, la gente se amontonaba en la plaza, expectantes y muy confiados en que la tarde se presentaba favorable a su Cristo.
La puerta de San Telmo, a la espera... |
Llegar y, como se suele decir, besar el santo. La banda de música suelta sus primeras notas, al tiempo que el paso asoma por la portada del templo. La Saeta de Serrat es la música que se escucha y la gente se emociona.
Un hombre a punto de llorar |
El momento cumbre se produce cuando los costaleros levantan al Cristo. El volumen de la banda se alza al mismo tiempo, pero en segundos todo queda en silencio: un hombre, desde una terraza, con su voz rota y emocionada, dedica una hermosísima saeta al Señor de la Expiración.
A mi alrededor, muchos rostros emocionados, lágrimas y ojos vidriosos. Me contengo, salgo de la plaza diciéndome a mí misma que no quiero llorar. Pero soy consciente del poder de la masa; de todo lo que tienen estas tradiciones de catarsis social.
La saeta |
Una cofradía original |
Me dirijo a San Miguel. Allí podré captar imágenes pintorescas. San Miguel es un barrio popular, el barrio del flamenco, lugar de nacimiento de la mismísima Lola Flores. Junto al imponente monumento de la artista se reúne la gente, porque es un lugar con mucho arte, como se dice por aquí. Allí me detengo y espero. Mientras, un hombre con una discapacidad física manifiesta, canta una saeta de forma desgarradora.
Un hombre en su silla de ruedas canta una saeta |
Mi cámara se adueña de multitud de rostros, de imágenes infantiles que ya forman parte del ceremonial. Desde que nacen, lo mismo que en otros lugares muchos hacen a sus hijos socios del Barça, aquí entran en la cofradía de éste o aquel Cristo o virgen. Es sorprenderte ver a tanta chiquillería participando de la procesión, siguiendo las estrictas normas que le marcan.
Un niño penitente |
Bajando por la Cruz Vieja ya parece claro que la tarde va a dejar lucirse a esta original y valiente cofradía, la única que ha procesionado. El momento álgido del trayecto es ese en el que quedo prendida de la voz de una joven que, delante del paso y en plena calle se arranca con una hermosísima saeta, llena de fervor y pasión. Consigo grabarla con la cámara de video y mientras capto la impresionante imagen, mis ojos se inundan por la emoción.
La muchacha que canta |
Niños subidos en la estatua de Lola Flores |
Ya no me reprimo, sino que dejo correr por mis mejillas un rio de lágrimas durante un buen rato. No quiero dejar pasar esta ocasión privilegiada y sigo al Cristo por las callejuelas sin esconder mi emoción. Ese es el misterio y la magia de esta tierra. Lo mismo te arrancas a bailar con una balería, que te deshaces en llanto ante una saeta.
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