Querida Ángeles: Ayer me acordé de ti especialmente. Una prima vino a visitarme y me contó el calvario que está pasando. Otro caso de acoso moral, o mobbing, como le dicen ahora. Seguramente estas cosas pasaban hace años; quiero decir que el que los psicólogos le hayan puesto nombre al fenómeno no significa que sea nuevo, sino que somos más sensibles al tema; que alguien, o mucha gente al mismo tiempo se ha dado cuenta de que no son aceptables este tipo de actitudes y conductas. Bueno, querida, tú sabes mucho de eso. No en balde tuviste que acompañar a tu pareja en ese larguísimo proceso, que muy probablemente fue el origen de su mortal enfermedad. Ella sufrió el vacío durante varios años, en una administración que nunca pudo perdonarle su valentía. El poder no está acostumbrado a que se le cuestione públicamente y Geli era una ilusa; una mujer que no podía cerrar los ojos ante ninguna injusticia, pero sobre todo si afectaba a su cometido profesional dentro del Área de Medio Ambiente. Recuerdo perfectamente mi estupor y mi indignación por todo lo que tuvo que aguantar: una mesa en un rincón, vacía de papeles. La dejaron sin trabajo, simplemente… Ignominia, descrédito, deshonra, desprecio… no se me ocurren más adjetivos. Nada se pudo hacer con la ley en la mano.
También mi prima es una funcionaria, que se ha pasado media vida hasta conseguir una plaza fija en un centro de formación musical. Pero… mira por dónde, cuando pensaba que se habían acabado sus penas y por fin era una profesora con todos sus derechos, aparece una desaprensiva que no soporta cerca a alguien que le pueda hacer sombra, o ponga en cuestión su trabajo. Así es como lo interpreto yo, porque la pobre no acierta a comprender cómo puede haber alguien que se ensañe de ese modo con ella, que lo único que hace es hacer su trabajo lo mejor que puede y sabe.
Cierto que, en esta ocasión, la cuestión parece más personal. En una administración mayor, como era el caso de Geli, la responsabilidad de los actos se diluye y nunca se sabe de dónde partió el acoso. Aquí estamos ante un centro de una población pequeña, en la que la directora convierte su lugar de trabajo en una especie de dictadura muy… muy velada, puesto que sobre el papel todo parece otra cosa. Sin embargo, un grupo de profesores, se comportan como súbditos de esta señora y no se atreven a cuestionar nada, supongo que por miedo, simplemente miedo, ¡que es fuerte! Porque digo yo: ¿miedo a qué…? ¿Será que todo el mundo tiene algo que esconder? ¿Será que nadie o casi nadie cumple con su obligación?
Y para colmo, mi prima tiene la teoría de que lo que le ha pasado a esta mujer es que no ha podido soportar su rechazo; un rechazo no abierto, pero sí evidente. Vaya, como los pretendientes que se sienten despechados ante la indiferencia de su objeto de amor. Se trata de un asunto personal; una falta de autoestima; una herida narcisista, que tiene que ver con una gran necesidad de ser reconocida por alguien a quien se admira. Los psicólogos dicen que los acosadores tienen un trastorno de personalidad narcisista. Una de sus características es que carecen de interés y empatía por los demás, pero fíjate por dónde, no soportan que los demás dejen de interesarse por ellos. Por eso se comportan atacando a quien consideraban amigo, pero que en un momento dado se distancia.
Si eso se lleva a las relaciones profesionales, se convierte en una especie de paranoia o persecución y se extiende a toda la organización como una plaga. Es evidente que un enfermo puede enfermar a la institución entera. Y, por supuesto, siempre hay una víctima; alguien que, inconscientemente, ha colaborado en que el fenómeno se produzca. En este caso, mi prima no sabía cómo decirle a su directora que no le interesaba su amistad, que no le apetecía salir con ella. Es curioso, pero precisamente por no herir, por no ser clara y decir lo que piensa, se ha visto enredada en esta maraña de envidia, que le está afectando en su salud.
Ayer, hablando con ella sobre este problema, recordé no sólo lo que le pasó a Geli, sino otros episodios que he sufrido yo misma y otras amigas o conocidas mías. Desde luego el tema tiene dos dimensiones: una puramente personal y otra que tiene calado social.
Me explico. No podemos evitar que haya personas que tengan este tipo de actitudes; que dediquen su energía a la persecución de alguien, por el simple hecho de haberse sentido rechazadas, por despecho, envidia o, por qué no decirlo: pura maldad. Hasta ahí la cuestión queda en el ámbito de lo privado y la única salida que tiene el perseguido o perseguida es hacer oídos sordos y mantenerse alejada de su perseguidor. El problema mayor surge cuando una persona tiene que convivir ocho horas al día en un ambiente enrarecido por la envidia y la maledicencia. Eso es insoportable; produce un desgaste emocional que no resulta fácil resolverlo, porque hay que seguir en la brecha. El trabajo es obligatorio, de una relación enfermiza, se puede prescindir.
Ahora bien Ángeles, ¿qué pasa con el funcionariado...? ¿Podemos permitir este tipo de actitudes y actuaciones a personas que teóricamente se dedican a educar y además están pagadas por nuestros impuestos…? Estamos hablando de corrupción. Se habla mucho de las grandes corrupciones, pero no de esas pequeñas “corruptelas” cotidianas en las que todos en mayor o menos medida colaboramos. ¿Qué hay que decir de una directora que no asiste a clase porque prefiere estar dando un paseo con una amiga, o tomándose una cerveza; o que organiza el centro en el que trabaja, siguiendo criterios de favoritismos, o búsqueda de lealtades…? Por hablar sólo de algunas de las cuestiones que me explicó mi prima.
Y ahora viene lo peor: si se te ocurre denunciar el caso al inspector, o a los representantes sindicales, te enfrentas a una pared. No me lo podía creer, querida amiga. Todos optan por el silencio y la amenaza. No hay nadie que te apoye en algo que parece tan sencillo y que está avalado por documentos y testigos. De verdad que no veo cual es la salida y cómo ayudar a mi prima, porque ella ya ha decidido tirar la toalla. Ha tenido que ir al médico y pedir una baja, porque la ansiedad se la come viva y no consigue dormir por la noche. Pero claro, ¿Cuánto tiempo podrá estar de baja…? El problema está ahí y si no se resuelve me temo que tenemos otra persona diagnosticada de mobbing laboral. Y me pregunto finalmente, ¿qué deberían hacer los psiquiatras con la información de que disponen sobre tanta injusticia…? ¿Quién le pone el cascabel al gato…?
Bueno, amiga mía, por hoy te voy a dejar, porque estoy preparando un viaje de fin de semana y el tiempo se me echa encima. A la vuelta te cuento.
Un abrazo
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