miércoles, diciembre 2

Cementerios, flores, castañas y gachas… con humor

Tarde del dos de noviembre, día de los difuntos. Ni yo misma me creo que ardan en mi salón dos velas de esas que venden ahora para estas ocasiones y que duran muchísimas horas. Definitivamente: me estoy haciendo mayor.  Sí querida Ángeles, aunque te suene ya a repetitivo, pero es que cada vez soy más consciente de que hago cosas que antes me parecían ridículas, o que ni siquiera me preocupaba de ciertas fiestas, tradiciones y costumbres.  Este año, sin embargo, sentía que tenía que recordar a mis padres de alguna manera, ya que no he podido acercarme  a mi pueblo, como otras veces.  Trescientos kilómetros no es poco, sobre todo cuando los hemos hecho hace poco más de un mes, así que he decidido dejar en manos de mi prima el arreglo de la tumba donde descansan los dos. 

Estos días de inicio de otoño, me vienen a la memoria esas pequeñas cosas que anunciaba el cambio de estación cuando yo era niña. ¿Recuerdas cuando estrenábamos los abrigos de invierno en Los Santos? Bueno, al menos en Andalucía era así; quizás en Asturias empezaba antes el frío, ¿no?  Recuerdo con cierta nostalgia esta fecha. Las niñas ayudábamos a nuestras madres en las tareas  obligadas de limpiar y adornar el sitio familiar; algunos tenían panteón, pero lo más corriente era una pequeña parcela, con una cruz y poco más. Yo acompañaba a la mía a donde estaban enterrados mis abuelos y dejábamos el sitio preparado para el día de Los Santos.   
No sé si llegaste a ver la película de Pedro Almodóvar en la que la primera escena sucede en un cementerio hermosísimo, blanco, lleno de flores, de La Mancha. Yo sí la recuerdo y te puedo asegurar que entre esas imágenes y las que yo he vivido en mi pueblo, en los años cincuenta, no hay ninguna diferencia. No es desde luego la representación de la  tristeza,  sino todo lo contrario;   las mujeres blanquean las tumbas y cantan La Espigadora, precisamente una canción que cantaba yo con mi madre cuando íbamos a la aceituna los domingos, que es cuando a mí me dejaban, ya que no había escuela.  Pero no te asustes, que en el cementerio de mi pueblo no se cantaba, al menos esas canciones y de esa manera. Creo que Almodóvar, como tantas veces, se arriesga y nos regala escenas costumbristas para el recuerdo, aunque no sean reales. ¡Quién sabe qué significado tiene para él esa canción, entonada por todas las mujeres que acuden al cementerio a recordar a sus muertos en el día primero de noviembre!
En mi pueblo, lo más habitual era llevar esas flores típicas, tan poco usadas para otros acontecimientos: los crisantemos. Se colocaban unos cuentos ramos, con mejor o peor gusto y se regaban hasta pasado el día de difuntos, que quedaban allí hasta marchitarse. Pero la verdadera obra de arte eran las luces. Mi madre tenía unos faroles de forja que eran una maravilla. Se les colgaba en la misma cruz y como estaban cerrados, el viento no los apagaba; así que estaban allí varios días, dando luz a las ánimas venditas, como se dice.  Es curioso que, a pesar de ser una niña,  a mí eso no me daba miedo; al contrario, formaba parte de un ritual anual y permitía romper con la monotonía de la vida en el pueblo.  Esa parece que es la función de las fiestas y las tradiciones, ¿no crees?  Rompen ese tiempo cíclico repetitivo y aburrido de la vida rural y señalan además una nueva etapa en los ciclos de la naturaleza.  Además, cuando la madre se hace acompañar por la niña, le está dando un estatus, le está permitiendo la entrada en el mundo adulto. Por eso seguramente ha quedado grabada en mí esa fecha y ese ritual. 

Otros elementos propios de esta fecha eran los gastronómicos: las castañas. Las niñas llevábamos en los bolsillos las castañas y las íbamos comiendo, crudas, porque en mi pueblo, no sé por qué no había puestos de asar en la calle. En las casas sí, en las ascuas de la lumbre, se asaban y se comían en las largas noches, al calor del brasero.  No recuerdo que hubiera boniatos,  un producto tan típico de esta fiesta. Quizás porque, como tantas otras cosas, costaba dinero y no se solían comprar en algunas casas, al menos en la mía.  Las gachas sí han sido siempre una tradición en la provincia de Jaén. 

Ahora que se habla tanto de la americanización de las costumbres, a través de Hallowen, hay que recordar que en nuestras tradiciones también hay esa especie de miedo a que los espíritus de los muertos que deambulaban en las oscuras noches del primero de noviembre. Eso es lo que explica que se taparan los huecos por el que podían entrar en las casas. Las gachas con leche era la cena tradicional en el día de los difuntos, y con las sobras,  se tapaban las cerraduras de la puerta de entrada. Se hacía broma a los vecinos y muchos se encontraban por la mañana con la cerradura llena de esa masa pegajosa, que un gracioso había introducido en el agujero. Todavía hace dos años, en una de esas visitas que suelo hacer al pueblo, una prima nos invitó a las gachas y por cierto, estaban riquísimas.

¡Qué torpeza la mía! Se me había olvidado lo buenísima cocinera que eras. Seguro que alguna vez has hecho gachas, o al menos las debías conocer, aunque no estoy segura de que en Asturias exista la costumbre. Por si a caso, te pongo la receta.

                                     INGREDIENTES 


Harina(3 cucharadas soperas)

Pan duro 

Aceite (2 o 3 cucharadas soperas)


Azúcar (4 cucharadas soperas)

 
leche y un poquito de anís dulce (licor

 
Un toque de canela

                            INSTRUCCIONES 
En una sartén se calienta el aceite. Con el pan duro se hacen unos taquitos y se tuestan (son los "tostones" o "picatostes"). Una vez se han frito, se reservan. 
En el aceite que ha quedado se añaden las 4 cucharadas de azúcar y las 3 de harina, para que todo se tueste un poco. Cuándo la harina este ligeramente tostada se añade la leche para conseguir una papilla espesa. La mezcla se va meneando continuamente para que no se formen grumos. Es el momento de añadir el anís, es suficiente una cucharadita de postre,  solo para que deje su aroma.Cuándo la papilla comienza a hacer 'chup-chup' se añaden los tostones, se deja cocer todo  unos instantes y ya se puede apartar la sartén. Se separan las gachas en raciones y se deja enfriar.  Las gachas se toman frías, al servir se pueden espolvorear con un toque de canela.



 ¡Qué!, ¿la conocías…? ¡Ay, Ángeles! que me temo lo peor. Quizás me estoy pasando un poco, ¿no…?  No me lo tomes en cuenta, que no pretendo más que darle un poco de ironía a esta carta un poco lúgubre. Hay que tomarse a risa eso de la muerte, porque de otro modo… Lo cierto, Ángeles, es que cada época y cada zona geográfica tiene sus costumbres y ahora, cada vez más, se está perdiendo lo de enterrar a las personas. Sí, ya sé que es tu caso, que no quisiste ninguna ceremonia, nada de entierro,  ni rastro de ti es posible encontrar en ningún sitio físico. Nadie va a poder ponerte flores en este día; es otro modo de entender la vida y la muerte. Sin embargo, en los pueblos pequeños perdura la tradición; es más, el cementerio ahora es otro de esos escaparates del consumo en el que todos estamos metidos de uno u otro modo. Ahora todo el mundo puede permitirse poner mármoles y  materiales lujosos y los ponen, ¡vaya que si los ponen!  Y lo más paradójico es que son precisamente los ricos los que menos se preocupan de tanto boato y suntuosidad. En Jerez, por ejemplo, es fácil ver los panteones de las “grandes familias”, sin apenas ningún adorno, incluso completamente abandonadas. Mientras,  los gitanos se gastan muchísimo dinero en los altares que recuerdan a sus muertos, mucho más si han desaparecido muy jóvenes. 


Siempre lo he dicho: con una visita al cementerio, se aprende mucha sociología. Conozco a una mujer, cuyo marido le hizo la vida bastante insufrible y además fue un borracho. Ahora está viuda,  y contenta,  para qué negarlo, si se ha quitado un muerto de encima (nunca mejor dicho).  ¿A que no sabes qué ha puesto en la tumba del marido? Una placa de mármol con los datos del fallecido y una copa grabada, el objeto que más amaba el hombre. No está mal, ¿verdad?   Y como tú perteneces a ese mundo de los que ya nos dejaron,  y por si a caso, espero que algo de las luces que tiemblan en mi salón te llegue y te reconforte, allí donde te encuentres.  Mi abrazo y mi recuerdo en un día de difuntos.

 TERESA

 

 

 

 

  



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