El invierno estaba siendo largo y
crudo. Las mañanas no invitaban a saltar de la cama; todo lo contrario. A pesar
del poco confortable colchón de farfolla con que se cubría el viejo catre, lo
que esperaba al otro lado era aún peor: la casa helada; la lumbre,
que a veces quedaba de la noche anterior, había que reavivarla de
nuevo para hacer un poco de malta, y, con suerte, un cazo de leche para los niños, no siempre asequible
para la maltrecha economía familiar. Cuando los troncos se tornaban de color rojo,
era el momento en que mi padre solía tostar un cacho de pan, al que le ponía un
chorro del mejor aceite del año, con un diente de ajo bien restregado y un
pedazo de tocino, al que le chorreaban lágrimas de grasa, que avivaban el fuego
y exhalaban un aroma que impregnaba toda la estancia. Y es que,
como decía mi madre, los hombres se tenían que ir al campo con algo más
contundente en el estómago.
Esa mañana, perezosa, y protegida de las prisas cotidianas, disfrutaba de las únicas horas del día en que se me permitía una cierta soledad, desperezándome en mi catre. Abajo, al final de la escalera, había un “camapé” y una mesa camilla, donde transcurrían las conversaciones privadas, y también las “churreterías” cotidianas. No era el único día que me despertaban las voces de la vecina, que había llegado con alguna noticia cierta, o un “mira lo que dicen” malintencionado.
El pueblo |
Rápidamente apreté mi cuerpo
contra el colchón y me quedé totalmente inmóvil, esperando captar alguna
palabra, nombre o lugar de lo que se estaba hablando, para luego contárselo a mis
amigas. En esta ocasión no tuve que
afinar demasiado el oído, porque lo que contaban era algo que, curiosamente, me resultaba conocido.
Hablaban de don Manuel, el que
vivía en la Casa Grande,
muy cerca del molino. Don Manuel procedía de otra población vecina, pero se
había casado con una rica heredera, a pesar de la resistencia de la familia,
que esperaba un mejor partido para su hija. Pero esa historia la escuché después, poniendo atención a las conversaciones de las mujeres, que duraron unos cuantos días. La verdad es que aquella familia no solía mezclarse con la
gente corriente. Eran tiempos de ricos y pobres; de señoritos con grandes fincas de olivos, de
sirvientas sumisas y trabajadoras, por poco más que la comida y la cama; de
hombres desesperados que esperaban cada mañana la peoná, sentados en la plaza
del pueblo; de cada oveja con su pareja, como dice el refrán. Al menos es lo
que yo escuchaba y sentía muchas veces en mis propias carnes.
Lo cierto es que nunca había tenido ocasión de ver al hombre del que se hablaba aquella mañana
en todo el pueblo; ni tampoco había
cruzado ni media palabra con las muchachas que vivían en aquel caserón, que me
parecía una especie de fortaleza inaccesible.
A la mayor, la recuerdo alta,
delgada y morena… muy hermosa. Pero lo más llamativo en ella era su actitud;
daba la sensación de estar de vuelta de todo y de no necesitar aprobación de
nadie. Indómita e independiente, es la mejor definición que encuentro para ella;
sobre todo, cuando recorría la calle principal, a lomos de una yegua de color
pardo, tan altiva como su dueña. Una imagen impactante, casi cinematográfica.
La segunda, era totalmente
diferente en el físico: rubia, pelo largo y lacio, ojos tristes... y de una delgadez extrema:
así la recuerdo. Sin
embargo, no daba la misma sensación de seguridad que su hermana. Más bien me
sugería vulnerabilidad, timidez e
introversión. Algo más cercana, pensaba yo, pero igualmente
inaccesible.
La segunda por la derecha es la hermana mayor |
A la pequeña la recuerdo muy
bien, porque era de mi misma edad. ambién
tenía el pelo rubio, pero contrariamente a su hermana, solía llevar una
melenita corta y ondulada. Envidiaba su bonito
rostro, blanquísimo, y su imagen toda. Muy
“bonica”,
era la forma como entonces definían este tipo de físico, de una
belleza sencilla y sin aderezos. De
todos modos, no puedo asegurar que fuera tal como la evoco en este momento, lo
mismo que sus hermanas. Puede ser que ninguna de ellas, ni siquiera la historia
que escuché aquella mañana de invierno, sean reales.
Quizás el tiempo y la imaginación me estén jugando una mala pasada, pero diría que esta historia es tan cierta para mí, que nunca he olvidado ese día en que soñé que un hombre, aún joven, padre de tres hijas, moría en una cuneta, y al despertarme resultó ser una realidad.
Teresa, me ha impactado.Sí la muerte de mi padre fue un acontecimiento comentado y sentido en todos los pueblos de la zona; Él era tan conocido y tan querido, como después he podido comprobar...
ResponderEliminarEn lo que no estoy de acuerdo es en el retrato que haces de nosotras porque nunca fuimos distantes con la gente de Bedmar, al contrario, nos relacionábamos con todo el mundo. De hecho mis mejores amigas y con las que sigo manteniendo esa amistad eran: Marta la de General, Mari la de la Loma y Marta Martos López, hija del marido de Dolores la de "chiquete".
Conchi Mármol Brís
Conchi: Ya sabes que cada cual percibe la realidad a su manera. Era así como yo sentía no sólo a ti y a tus hermanas, sino a muchas personas respecto de las cuales consideraba que estaba en desventaja. Y es que mi realidad cotidiana era muy diferente a la vuestra. Para mí el hecho de vivir en la zona más alta del pueblo fue un problema y siempre me sentí invisible para mucha gente de la parte baja. Algunos de mis contemporáneos, con los que coincidí el año pasado en Bedmar, celebrando el 60 cumpleaños, no me conocían porque nunca tuvimos relación. Uno de ellos Antonio Suárez, por ejemplo. En fin, nacimos de forma azarosa en una familia y eso nos marca, queramos o no.
EliminarDe todos modos, agradezco que no te sientas ofendida por lo que digo, porque en definitiva es mi recuerdo de un tiempo y mi experiencia íntima. No tengo resentimiento ninguno por todo ello, aunque sí una conciencia clara de que las diferencias de clase marcan la vida de las personas.
Un beso
Teresa, la zona donde vivías la conocí muy bien. Recuerdo que cuando tenía doce o trece años subía mucho por allí en la yegua, con un paquetón de caramelos que se los "birlaba" a mi abuela -los tenía en un frasco de cristal para darnóslos cuando la visitábamos, eran como gajos de naranja y de limón- y los repartía entre los niños del Morrón y de las Cuevas. Aún recuerdo a una niña preciosa que se llamaba -o se llama- Beatriz, era hija de un señor que trabajó en mi casa y que luego el Ayuntamiento empleó en la recogida de basuras con un borriquillo. Cuando la economía del mismo mejoró le facilitó un carro y creo que al final lo hicieron empleado fijo. No recuerdo como se llamaba este hombre, padre de aquella belleza con un nombre tan bonito y extraño en Bedmar: Beatriz-
EliminarConchi Mármol Brís
Besos
La zona de la hablais de las cuevas creo que es donde vivíó mi familia al menos es lo que recuerda mi madre aunque tiene muy pocos recuerdos Bedmar porque con 6 añitos marcharón para Murcia definitivamente cuando mi abuelo falleció. Lo que si recuerda mi madre son las dificultades de vivir en esa zona del pueblo que hace referencia Teresa.Por otro lado tengo algo de confusión con lo de donde vivía mi familia, este año pasando unos días en Azagra donde tengo familia casualmente conocí a una mujer que me contó cosas de mi familia y me habló de que mi familia vivía debajo de el Pelotar(creo que esa zona se llama así perdonar mi ignorancia pero es que solo he estado en Bedmar una vez) mi madre no lo recuerda pero esa señora me aseguró que vivian allí.En fin, unos años muy duros para los niños que vivían en Bedmar y que eran hijos de familias humildes y sin recursos.
ResponderEliminarGracias por intervenir en todo este chorro de recuerdos. Podrías decirme cómo le llamaban a tu familia de mote.
EliminarUn beso