lunes, octubre 7

Descubrir la bondad, a pesar de todo

La vida de Isabel da un inesperado giro el día en que su hija Madalen le pide que visite regularmente a Ramón, su padre, que ahora se encuentra enfermo y no tiene a nadie que cuide de él. 

Hacía tiempo que no lloraba en el cine. Ayer tuve un momento en el que las lágrimas me visitatron, eso sí, dulcemente. La escena del padre, bailando un pasodoble con su hija, y ella abrazando al moribundo, sabiendo que eran momentos que no volverían, me emocionó muchísimo. Pero también por todo el momento en que esto ocurría. Isabel, que había estado casada con Ramón, ahora a punto de morir, junto a su actual compañero, observaban emocionados esa preciosa escena entre padre e hija. Un momento lleno de humanidad. Atrás quedó todo lo que la pareja vivió y sufrió antes de tomar la decisión de separarse; algo que la película no aborda. Ni falta que hace. Podemos imaginarlo, porque Isabel, en las primeras escenas de la película se adivinaba que aún no había perdonado el pasado más o menos tortuoso que hubo entre ambos. Aún le costaba ayudar en las necesidades de Ramón, incluso sabiendo que estaba muy enfermo. Sólo tras  la visita del equipo médico encargado de los cuidados paliativos, tomó conciencia de que era el final del padre de su hija y sin mediar palabra, decidió que iba a estar cerca de la joven para acompañarla en ese tránsito tan duro. Y estar ahí le obligaba a acercarse al hombre que  al que un día amó, ahora que estaba a punto de irse. Ese "marrón" que en principio vio ante ella, se diluyó cuando se acercó a un ser humano vulnerable necesitado de ayuda. 

Patricia López Arnaiz sabe dar emoción a esta historia tan hermosa y conmovedora sobre la muerte. Ese hermosísimo rostro traspasa la pantalla. Apenas hay diálogo, pero las imágenes son tan potentes, que sobran las palabras. Su directora, Pilar Palomero ya nos está acostumbrando a este cine tan humano y tan cotidiano. Justamente la semana pasada vi otra de sus películas "La Maternal". No tiene desperdicio.  También Antonio de la Torre, que todos sabemos de su saber hacer, es un moribundo muy convincente. Y qué decir de la joven Marina Guerola. Una actriz joven que borda su papel de hija responsable que asume el cuidado del padre, sin dejar de vivir su vida, obligada a viajar cada fin de semana desde Valencia al pueblo donde éste vivía para cuidar de él. Maravillosa lección de amor y de madurez. 

Mientras terminaba de ver la película y con lágrimas en los ojos, pensaba que pocas cosas importan cuando la muerte está ahí, cuando alguien al que hemos amado se está despidiendo del mundo, pero sobre todo cuando estamos cerca del sufrimiento de un ser humano. Quedan fuera las riñas, los pequeños y a veces ridículos rencores por cosas pequeñas del día a día y es entonces cuando la bondad asoma su rostro y los que estamos ahí frente a la pantalla nos sentimos conmovidos y ya no reprimimos el llanto; ese llanto silencioso, sereno, dulce... Y es que echamos de menos esos gestos tan hermosos de amor en nuestra vida, demasiadas veces emocionalmente adormecida.    



viernes, julio 12

El metro de Correos

 ¡Santo cielo! Hacía años que no veía esta salida de metro. Ahora, a través de google, me entero de que ya hace tiempo que está cerrada. Claro, por eso, cuando he pasado por allí en los últimos años todo me parecía tan diferente. Más bien pensaba que quizás yo había tenido un sueño, pero que nunca había existido. Pues sí. la estación de Correos fue real. Y yo tuve una experiencia, con tan sólo quince años, que también fue real. Creo que fue así:


Acababa de aterrizar en la ciudad y sólo dos días después encontré un trabajo en un laboratorio. Era un trabajo muy sencillo. Sólo me ocupaba de llenar una caja con varios productos de belleza. Otra persona se encargaba de cerrar la caja y prepararla para enviarla a las tiendas donde se distribuía para la venta. Que yo recuerde, sólo estuve un día. Pero después de tantos años, las imágenes que aparecen en mi memoria son poco claras.

La nieta

El autor de El lector vuelve a lo grande con una nueva novela sobre las relaciones humanas y las grietas de la historia de Alemania.

En los años sesenta del pasado siglo, Birgit huyó por amor y ansias de libertad de Berlín Este para reunirse en el Oeste con Kaspar. Ahora, tras el fallecimiento de Birgit, Kaspar descubre que su esposa pagó un precio por esa decisión. Dejó atrás a su bebé, una niña, cuya existencia le ocultó toda la vida. Kaspar, que tiene una librería en Berlín, decide partir hacia la antigua Alemania del Este en busca de esa niña que ya es una mujer.

Así, emprende un viaje al pasado y al presente de Alemania, y cuando por fin da con Svenja, la hija perdida, descubre que vive en una comunidad rural, está casada con un neonazi y tiene una hija, Sigrun. Kaspar querría ver en ellas una nueva familia, pero todo un universo ideológico los separa, pese a lo cual tratará de acercarse a quien considera su nieta y darle una visión diferente del mundo…

Bernhard Schlink retoma aquí la vasta ambición de su obra más celebrada, El lector. De nuevo nos presenta un retrato político de Alemania complejo, alejado de cualquier maniqueísmo. El resultado es un libro profundo y deslumbrante, que habla de la historia en mayúsculas y de cómo afecta a los individuos, de las heridas todavía abiertas de la reunificación y de los retos del presente. Pero es además una novela bellísima sobre el amor, la pérdida, el entendimiento y la redención. 

viernes, julio 5

Un año después

 

Qué importa el día que fue. Mi memoria flaquea, pero mi sentimiento por tu pérdida sigue intacto. Todavía hoy, revisando las imágenes que tenemos juntas, me recuerdan tu hermosa sonrisa, esa sonrisa que enamoraba a quien se acercaba a tí. Todavía no puedo entender qué pasó. No entendí ni entiendo que ningún médico supiera acercarse a ti y dar nombre a tus males inespecíficos. Tu luz se fue apagando y un día primero de julio, cuando el verano se estrenaba, te fuiste sin apenas

decir adiós. A veces he recordado nuestras últimas conversaciones en las que anunciabas el final, entre triste y aliviada, pero yo, incrédula, pensaba que estabas dramatizando. Sigo recordándote, amiga. También yo estoy en otra fase de la vida y mi sonrisa ya no es tan brillante como cuando tú y yo disfrutábamos de una buena conversación, de una reunión de amigas o de esas vistas espectaculares de Cantabría.


viernes, junio 28

Casi un amor



 Ha muerto Santiago. Así se lo soltó su hermano. Habían pasado ya unos meses desde el suceso. Seguramente un infarto, porque aún era relativamente joven. En una visita protocolaria a la oficina situada en la calle Industria, su hija le dio la sorpresa. Él había sido un compañero de trabajo y durante años mantuvieron el contacto. En cuanto volvió a casa llamó a Alicia, su hermana. Ella tuvo mucha más relación con él, porque compartieron departamento durante años en aquella empresa de la calle Bolivia.

Alicia no se lo podía creer. Pero tampoco hizo ningún drama, a pesar de que durante años él fue una especie de amor imposible. Pero había pasado mucho tiempo. Y entonces recordó aquella tarde del mes de mayo. De eso hace ya casi veinticinco años

   

Alicia no daba pie con bola. Delante del armario, dudaba sobre qué ponerse para dar una buena impresión. No quería parecer demasiado arreglada, pero necesitaba estar guapa, porque el encuentro para el que se preparaba, lo merecía. El lugar era hermoso: la plaza del monasterio de un pueblo muy cercano y al que se tenía que desplazar en autobús. Era un buen sitio para encontrarse con él. Llevaba años pensando en ello; soñaba tantas veces con volver a verlo… Pero había necesitado una excusa, porque eran demasiado tiempo y daba un poco de vértigo pensar en una conversación que tuviera algo de sentido. Ella, desde luego, no era la misma. Había entrado en la madurez y conocía más el mundo; su experiencia vital nada tenía que ver con la de aquella jovencita a la que él conoció. Dieciséis… diecisiete años… la vida por delante, los ojos transparentes y abiertos al mundo, una inocencia que se intuía, incluso que podía ser muy evidente y resultar algo trasnochada.

La vida los había llevado por distintos caminos. Se conocieron en aquellas oficinas de un gabinete de abogados, donde ella aprendía a rellenar expedientes, mientras que él ya estaba acabando sus estudios. Pronto sería todo un abogado, joven, eso sí, y más interesante que guapo. Tenía enamoradas a las chicas que trabajaban en el edificio, con las que muchas veces coincidían en los almuerzos, en aquel bar, testigo de tantas historias.

Por eso, Alicia no


comprendía muy bien la razón de que le hiciera tanto caso; de que le gustara tanto hablar con ella; de que se prestara a acompañarla en su SEAT 600 color lila, cuando salían un poco tarde de la oficina… A veces, viajaban en metro juntos, hasta la parada final de la línea uno, y en el “barucho” que había en la entrada, pasaban momentos inolvidables, simplemente charlando. A ella ese tiempo se le antojaba muy corto, porque hablaban de temas estimulantes. Tenía la impresión de que él sabía de todo, de que, a su lado,  aprendía mucho. Además, por qué negarlo,  era una forma de estar con el chico más guapo y deseado de los que conocía. Pero seguía sin entender el interés de él por su compañía. Seguro que le resultaría facilísimo salir y entrar con aquellas muchachas tan bien vestidas, con los ojos pintados, siempre subidas en sus tacones… vaya, mucho más atractivas que ella, que, como aquel que dice, acababa de aterrizar en la ciudad. No había que ser muy avispada para darse cuenta de que su aspecto la delataba: la ropa, todavía elegida por su madre, su corta estatura, su rostro pecoso y aniñado; el pelo corto y sin gracia, aunque algunas veces lograba peinarlo al estilo de las chicas ye yés. Pero sobre todo, tenía ese aspecto inseguro de una adolescente que no se siente bien en su piel.

Recuerda aquel día, al inicio de las vacaciones de verano, cuando la acompañó hasta muy cerca de su casa, porque le venía de camino. Eso dijo, aunque la verdad es que no era la ruta más corta para llegar a un centro, donde impartía clases de materias que ella nunca supo. Al despedirse, como era costumbre en aquella época, con un simple apretón de manos, le entregó una bolsa con dos libros. Era un préstamo. Debíó pensar que la lectura le haría menos tedioso el verano, más soportables las larguísimas tardes del pueblecito sureño donde pasaba ese tiempo estival.

Alicia le dio las gracias algo nerviosa y sin saber qué decir. Llegó a su casa, y casi sin soltar el bolso, abrió el paquete.  No tenía ni idea de la clase de literatura que se encontraría. La sorpresa fue mayúscula: un imponente tomo de La montaña mágica, de un autor desconocido para ella: Thomas Mann. Y La peste, de Albert Camus. No conocía a esos escritores, ni mucho menos, de ahí su estupor. Alicia no tenía mucho recorrido en eso de la literatura, porque su economía no le había permitido dedicar un presupuesto a la compra de libros. Claro que tampoco tenía un ambiente intelectual, ya que su vida, hasta ese momento, había transcurrido entre un pequeño pueblo del sur y aquel barrio, donde casi todos eran inmigrados: gente del campo, con pocos recursos y sin apenas estudios.  Por eso, ese recuerdo le ha quedado prendido en algún rincón de la mente, o quien sabe… quizás del corazón. En aquel mes de agosto, en la casa de su abuela, en el pueblo, intentó por todos los medios leer los libros, cosa que le resultó del todo imposible. Naturalmente, ella achacó su dificultad a ese vacío cultural del que era tan consciente y que la avergonzaba.

Mucho tiempo después supo que aún no era el momento; que no estaba preparada para aquellas lecturas. A pesar de todo, no ha olvidado ese gesto; esa inocente generosidad de él; ese interés por cultivarla, por abrirle ventanas y caminos. Quién sabe, tal vez el gesto del joven tenía más que ver con su propio ego, con la necesidad de ser reconocido, admirado...amado incluso, aunque sólo fuera por aquella muchachita tan despierta y siempre predispuesta a escucharlo.

Durante mucho tiempo, los libros permanecieron en la casa de Alicia, y no recuerda qué clase de excusa le sirvió para justificar aquella especie de préstamo indefinido.

La evocación de este episodio le sirve de compañía, mientras el autobús se encarama por los callejones del pueblo, muy cerca ya del monasterio. Son las siete de la tarde y la plaza está muy concurrida. Se dirige hacia uno de los bancos de piedra, donde ha decidido pasar la última parte de la espera. Lo divisa al fondo de la calle, muy cerca. De espaldas, habla por el teléfono móvil y reconoce su postura corporal, porque aún no ha visto su cara; ni siquiera recuerda bien cómo eran sus ojos…

La plaza está repleta de madres con niños, de personas mayores que charlan animadamente. El corazón salta dentro del pecho… Tiene miedo… ¿Qué va a decir después de tanto tiempo…? ¿Qué va a hacer…? ¿Y él…, cómo va a reaccionar…? Decide situarse dando la espalda a la calle desde la que él va a acercarse al lugar de la cita.  Se sienta en un banco de piedra.  Pasan unos minutos, que se le hacen eternos, y ya puede verlo, aunque sólo de perfil. Su impulso es el que dirige ahora la escena: se levanta, se le acerca y llama su atención con un ¡

cuánto tiempo…!

El abrazo es inmediato y al unísono. ¡Treinta años, treinta años… ¡ Una cantinela que no cesa, porque Alicia no puede decir otra cosa, mientras toma su rostro entre las manos y mira aquel rostro olvidado. Él se deja hacer. Entre sorprendido y un poco sobrepasado por el entusiasmo juvenil de ella, sólo acierta a responder: Estás igual, los mismos ojos, sigues tan bonita.

La velada ha transcurrido en un local de Jazz muy recoleto, a las afueras de la población. Apenas tres horas de recuerdos compartidos, de preguntas sin respuesta, de intentos inútiles por conocer vida y milagros de cada cual... ¡Ha pasado tanto tiempo...!   Son más de las once de la noche cuando se despiden. Un cariñoso abrazo, intercambio de tarjetas... Un nuevo y, ahora sí, definitivo adiós. Alicia lo sabe. Demasiado tiempo; demasiados abismos entre ambos, casi nada en común que no sean aquellas tardes compartidas, con apenas dieciséis y veinte años, mientras ensayaban sus respectivos papeles: un hombre y una mujer en ciernes, pero con mucho camino por recorrer. Pero lo ha tenido que comprobar, tenerlo cerca y volver a escucharlo... como siempre. Tal y como lo recordaba...

By Teresa at julio 06, 2010 

miércoles, junio 26

Las hijas de la criada

 


Hay secretos de familia que merecen ser contados.

Una noche de febrero de 1900, recién estrenado el siglo XX, en el pazo de Espíritu Santo llegan al mundo dos niñas, Clara y Catalina, cuyos destinos ya estaban escritos. Sin embargo, una venganza inesperada sacudirá para siempre sus vidas y las de todos los Valdés.

Doña Inés, matriarca de la saga y fiel esposa de don Gustavo, deberá sobrevivir al desamor, al dolor del abandono y a las luchas de poder hasta convertir a su verdadera hija en heredera de todo un imperio, en una época en la que a las mujeres no se les permitía ser dueñas de sus vidas. 

Buen libro para el entretenimiento de unas tardes de verano. 

domingo, mayo 5

La memoria infinita. Amor del bueno

 Después de ver la película nos quedamos mudos. La memoria infinita es realmente un documental, pero parece una ficción. Sin embargo, asistimos a la historia en total silencio y con la emoción a flor de piel. 

Augusto, un conocido periodista cultural chileno, y Paulina, actriz y ex ministra de cultura, han estado juntos y enamorados desde hace más de 25 años. 



Ambos se han dedicado a sus respectivas profesiones con pasión. Como otros muchos, no han querido que se pierda la memoria sobre lo que sucedió en Chile con la llegada de Pinochet al poder. La memoria es importante para ellos, pero qué paradoja, qué dolor, cuando a Augusto se le diagnostica Alzheimer. Es entonces cuando sus vidas dan un vuelco. Tienen que reinventarse una nueva forma de relación. Ella se convierte en la memoria de su compañero. La directora del documental utiliza el flashback para hacernos partícipes de la vida anterior de los protagonistas; de su militancia frente a la dictadura, del sentido del humor y del amor que se han profesado.

Ese amor es el que se manifiesta en la forma en que transcurren los días de la pareja. Él, en momentos, parece consciente de su situación. Y lo parece gracias a la infinita paciencia de ella, a su capacidad para convertir en un juego las situaciones que otras personas dramatizarían. Es admirable como hace de la vida cotidiana una especie de escenario lleno de momentos llenos de ternura y sentido del humor. La ayuda de Paulina no es profesional; es la ayuda de un cuidado amoroso convertido en memoria dirigido a que Augusto no pierda el contacto con la realidad: yo, tú, nosotros, nuestra casa; todo lo que puede conectar con quienes son y quienes han sido; y siempre con una sonrisa, con el juego casi infantil de dos almas que se reconocen en cada mirada, en cada palabra, incluso en el silencio.

Los observo y pienso en nosotros. Nosotros que ya somos mayores y que no estamos libres de sufrir alguna enfermedad que nos convierta en personas sin identidad. Me pregunto si sería yo capaz de convertirme en una Paulina sonriente, paciente y amorosa, teniendo una situación tan dolorosa. No lo sé, pero no paro de pensar en ello, mientras sigo enfrascada en una historia que me atrapa.

De vez en cuando esa vida cotidiana, aparentemente tan sencilla, en la que hay un préstamo de memoria de ella hacia él, sucede algo que nos hace más conscientes de esa tremenda enfermedad.  Un día cualquiera, se desencadena en Augusto una gran confusión, una especie de nubarrón que lo cambia todo. Crisis. Ahí ella no es capaz de entrar. Se le ve como un animal enjaulado y solo, que se pregunta qué le pasa, donde están sus hijos, y ya no puede escuchar a su compañera. Ella se acerca a él, con sumo cuidado, hasta con miedo a hacerle daño; apaciguándolo, hasta hacerlo volver a la otra realidad, que es también su realidad, pero tamizada por algo que tienen entre los dos. Pienso que esa apertura de Gustavo a las palabras y la guía de su mujer tiene que ver con el amor que construyeron y vivieron en el pasado; algo que no se ha perdido y que a través del cuidado amoroso de Paulina vuelve a sus días de encierro en su casa. La casa es importante en la historia. Puedo imaginarme una persona con Alzheimer que la trasladen a un centro residencial, fuera de su mundo conocido. Debe de ser muy diferente. Es por eso, quizás, por lo que en una de las crisis de Augusto, ella lo conecta con estas palabras: esta es tu casa, tus libros… Le enseña las fotos de sus hijos, de sus amigos en las estanterías de la biblioteca.

La música y el movimiento corporal está muy presente en el documental. Es precioso ver a Augusto bailar al ritmo de cualquier música, incluso participa en una obra de teatro al inicio de la enfermedad, saliendo al escenario a bailar. Dicen que los enfermos de Alzheimer lo último que olvidan son las canciones. Conmovedora es la escena del masaje en el rostro; seguramente forma parte de la terapia que usan algunos profesionales y que invita a practicar en nuestras relaciones íntimas.                               

Conmovedora y dolorosa a la vez. Nos acerca a una enfermedad que asociamos con algo tan dramático, que resulta una sorpresa la belleza que desprenden sus imágenes y ver a sus protagonistas sonreir, cantar, bailar y manifestar las emociones con tanta sensibilidad.  

La memoria infinita es una película documental chilena de 2023 escrita y dirigida por Maite Alberdi. Su estreno mundial ocurrió el 21 de enero de 2023 en el Festival de Cine de Sundance, donde ganó el Gran Premio del Jurado.1​ También ganó el premio a mejor dirección en el OUFF, 2023, en el festival de Ourense, Galicia.

Obtuvo el Premio Goya a la mejor película iberoamericana en 2024.2

"El bello canto al amor de un sobrecogedor documental. (...) acaba siendo tres cosas preciosas y desgarradoras: una película sobre el amor (...) un testimonio sobre el alzhéimer (...) y un estudio sobre la memoria colectiva"