martes, abril 1

LIBROS QUE DEJAN HUELLA

 

            (...)¿De qué sirve un libro que no nos lleva más allá de los libros...?

(El día que Nietzsche lloró)

Es curioso. De pronto vuelve a mi memoria una experiencia vivida hace ya unos años, concretamente en el 1996...¡Cielo santo, cuanto tiempo..! Una lectura de esas que va pasando de mano en mano entre amigas. Y es que algunos libros nos dejan una huella y una sabiduría... Como ocurrió con "El lector", que con el paso de los años lo encontré en el cine, resulta que otro de mis grandes hallazgos "El día que Nietzsche lloró" se ha convertido en película. De pronto lo encontré en el Video Club donde los fines de semana busco algo interesante para no tener que ir a esas horrorosas salas de las grandes superficies.

Se trata de una obra que más que por su valor puramente literario, puede interesar a algunas personas por los temas que plantea; por su contenido filosófico y psicológico, ya que su autor Irvin D.Yalom, psicólogo clínico, nos retrata un ambiente y unos personajes que coincidieron en una misma época en centro Europa: J. Breur, un médico, maestro de Sigmund Freud, Nietzsche, y Lou A. Salomé, una intelectual de la época, amante del filósofo.  

La trama se desarrolla en la ciudad de Viena, en diciembre de 1882. La joven y deslumbrante Lou Salomé concierta una misteriosa cita con Josef Breuer, célebre médico vienés, con el objeto de salvar la vida de un tal Friedrich Nietzsche, un atormentado filósofo alemán, casi desconocido en ese momento, pero de brillante porvenir, que manifiesta tendencias suicidas. Salomé propone a Breur que acepte a Nietzsche como paciente, pero la excusa es curarle de unas migrañas que padecía y que le hacían sufrir muchísimo, ya que el filósofo no aceptaría de ninguna manera que alguien quisiera hurgar en sus sentimientos, ni estaba dispuesto a aceptar públicamente sus problemas más íntimos.

Nietzsche era un hombre atormentado y con graves dificultades para conectar con los demás; para establecer vínculos duraderos de afecto, y mucho menos amorosos. En definitiva: un hombre solo cuya pasión estaba dirigida al desarrollo de su pensamiento, a la divulgación de sus ideas sobre la muerte de Dios, sobre el "eterno retorno" sobre la necesidad de superar la moral tradicional y la búsqueda de ese "súper hombre" que, según algunos estudiosos, es ni más ni menos que la persona liberada de la esclavitud de una moral que nos impide vivir de acuerdo con nuestros anhelos y deseos más íntimos. Porque ése y no otro era el principal problema del Dr. Breuer: un hombre que ha triunfado y ha cumplido las expectativas de su familia. Tiene un matrimonio convencional, que le procura una vida relajada y cómoda, pero desprovisto de pasión y de interés. El hombre no había reparado en ello, pero en el contacto con Nietzsche, advierte que su vida es anodina, que está en la mitad del camino y no ha vivido más que para satisfacer las expectativas de los demás. Por el contrario, el filósofo, vive una soledad casi absoluta. Carece de familia y de vínculos amorosos y acaba de pasar por una gran decepción: Lou A. Salomé, de la que se ha enamorado perdidamente, ha rechazado su propuesta de matrimonio. Ella, mujer rica y libre, (no podía ser de otro modo en esa época) no desea estar sujeta a nadie, aunque admire profundamente al profesor Nietzsche.  

En el proceso terapéutico que emprenden ambos, una especie de intercambio ficticio, en el que, teóricamente, el médico se pone en manos del paciente, para realizar lo que entonces llaman "La cura por la palabra", (posteriormente Psicoanálisis) Nietzsche se descubre a sí mismo como un hombre vulnerable y necesitado de afecto; de eso que necesitamos todos: un centro, un núcleo que nos proteja y nos estructure como personas. "Hay momentos en que es preciso estar atento y sospechar, pero hay otros en los que uno tiene que bajar la guardia y permitir el contacto de otra persona" Es así como se le dirige el doctor Breuer, que está haciendo lo posible por romper la barrera que el pensador había puesto entre él y el mundo. El núcleo central de la novela es éste, por lo que aquellos que quieran profundizar en otros aspectos de la obra de Nietzsche, sobre la discusión clásica de su antisemitismo, racismo, etc. no encontrarán nada en sus páginas. Como digo, se trata de un ejercicio de reflexión psicológica y filosófica, para aficionados a comerse el "coco". Un valor importante del libro es que es capaz de pasar a un lenguaje literario relativamente asequible, ideas muy abstractas que para nosotros, los ciudadanos de a pie, no demasiado entendidos en filosofía o psicología, nos permite acercarnos a ese mundo. Pero lo mejor es que consigue conectar las ideas con la vida, con lo que a cada cual nos pasa o nos puede pasar; con el sufrimiento humano. Seguramente ese era el objetivo de su autor: poder ayudar a muchas personas, a través de un relato que tiene algo de real y mucho de ficción.

La novela tiene la virtud de provocar en el lector el mismo sentimiento de los protagonistas. Así, cuando, al final de la terapia, Nietzsche rompe a llorar y confiesa sus debilidades y sus anhelos no cumplidos al médico, todos somos Nietzsche. Y es que, como digo, el autor nos dice tantas cosas sobre nosotros mismos... Hace pensar en nuestra infelicidad, en nuestro descontento con lo que somos y hacemos. Breuer, inconscientemente, envidiaba la libertad de Nietzsche, y éste, también en lo más profundo de su alma, la felicidad hogareña de Breuer. Ambos en su mundo consciente parecían personas brillantes, sin fisuras, casi de una pieza; pero cuando empezaron a limpiar la chimenea (así le llamaban ellos al método) aparecieron sus frustraciones, sus sueños, que ni se atrevían a expresar para sí mismos, las bajas pasiones escondidas debajo de la alfombra... Vaya, algo que a cualquiera de nosotros le podría ocurrir. No me resisto a transcribir un párrafo sobre el matrimonio, algo para reflexionar en solitario o en compañía... y dejo abiertas las puertas de esta novela para quien quiera acercarse a su propio mundo interno, a través de esta curiosa terapia entre un filósofo y un psicólogo.

"Para poder tener una relación con otra persona, uno debe tener una relación consigo mismo. Si no somos capaces de abrazar nuestra propia soledad, utilizaremos al otro como escudo(...) Sólo cuando es posible vivir como el águila, sin público, se puede amar a otra persona; sólo entonces puede importarle a uno que la otra persona crezca"

FICHA DEL LIBRO: AUTOR: Irvin D. YALOM TÍTULO: El día que Nietzsche Lloró Emecé Editores (varias ediciones)

lunes, marzo 10

El 47

 


Casa en LLamas

 Dani de la Orden (42 segundos) no echa el freno. A la espera de que ATRESplayer lance su próxima serie A muerte, el director estrena este viernes 28 de junio Casa en llamas, una película llena de caras conocidas que quizá sea su mejor trabajo hasta la fecha.

Este largometraje es complicado de catalogar por la mezcla de géneros que conviven en él y en función a quien le preguntes te dirá que es una comedia o una película dramática, pero lo más probable es que también te cuente que le ha gustado, porque ante todo es una historia notable.

Casa en llamas narra el encuentro de una familia en la casa de Cadaqués que la madre tiene intención de vender. Ella, su exmarido y sus dos hijos adultos (al menos fisicamente, quizá no tanto en lo emocional) van allí acompañados para guardar las cosas en cajas, pasar tiempo juntos y reencontrarse. 

Casa en llamas

Montse es quien impulsa este encuentro en el que tiene grandes esperanzas de pasarlo bien, que sean unos días especiales. El personaje interpretado por Emma Vilarasau es el centro de la película, aunque todos cuentan con su propia trama que se desarrolla regalando una mirada amplia de los conflictos personales y familiares.

Alberto San Juan tiene el personaje de exmarido que se presenta allí sin ser llamado, con sus propias intenciones y una pareja desconocida para el resto, que además fue su psicóloga. Los dos hijos están interpretados por Maria Rodríguez Soto, madre frustrada en un matrimonio insatisfactorio, y Enric Auquer (El maestro que prometió el mar), eterno Peter Pan que va con su última pareja, Macarena García.

Tal como se puede ver, el reparto está lleno de intérpretes de calidad que además vuelan a gran nivel en la historia de la familia, que se comunica entre ellos en catalán: casi todos los diálogos son en este idioma.

Como es de esperar en un guion que bien podría ser teatral, las intenciones se tuercen desde el primer momento y no dejan de hacerlo durante los 105 minutos que dura, con sus giros cómicos y dramáticos. 

Lo teatral del espacio también se puede aplicar al sólido trabajo de Eduard Sola con el texto que suma subtramas, gags y revelaciones con buen dominio del tiempo y sin caer en la fórmula fácil del flashback. Todo se explica con naturalidad y cada detalle tiene su porqué.

Quizá confunda a algunos espectadores la concatenación de momentos cómicos con otros personales que hablan de dramas vitales tan comunes como la incomunicación y el síndrome del nido vacío. Seguramente habrá quien eche en falta una mayor apuesta en una dirección u otra, algo totalmente entendible.

En mi caso me ha resultado interesante el equilibrio que se sustenta en los ágiles diálogos y el reparto. Es cierto que algunos momentos parecen haber sido eliminados en la sala de montaje, pero al finalizar la Casa en llamas las sensaciones han sido positivas.

Uno ya piensa en los próximos premios Goya y aquí se pueden encontrar posibles nominaciones. Sin ser una gran película tal como se entiende hoy día, donde prima la larga extensión y se evita la comedia, en mi opinión estamos ante una obra notable para todos los públicos que no decepcionará. Algo nada fácil de conseguir.

miércoles, marzo 5

Discursos que levantan ampollas

  Desde hace semanas me reprimo las ganas de escribir públicamente sobre la película que está dando tanto de que hablar, sobre todo por el personaje que, magistralmente ha interpretado Eduard Fernández: Se trata de El 47. Aunque no viví en primera persona las fatigas que sufrieron las personas que llegaron como migrantes a ese barrio tan extremo de Barcelona, he conocido la experiencia de ser una adolescente recién llegada a una ciudad, donde todo era diferente a lo aprendido en un pequeño pueblo, mi lugar de origen. Entre otras cosas, me vi casi obligada a disimular mi propia forma de hablar para pasar desapercibida y no ser menospreciada por pertenecer a esa masa de gente “ignorante y muerta de hambre” procedente del sur; tal era la percepción general de los nativos ante la avalancha de recién llegados. Antes y ahora, siempre se repite. Los otros, no sólo son diferentes, sino incultos y sospechosos de querer arrebatarnos lo que es nuestro. 

Hacía mucho tiempo que el término “Xarnego” no se utilizaba, pero es bien conocido para todos los que emigramos a Cataluña entre los años 50 y 60 del siglo pasado. Fue Eduard Sola, al recibir el Premio al mejor guion por Casa en Flames, en los premios Gaudí quien, al referirse a sí mismo como orgullosamente Xarnego, destapó la caja de los truenos. Inmediatamente se produjo un fenómeno muy curioso.

Muchos aplaudieron sus palabras, el alegato a sus raíces como nieto de inmigrante en Cataluña en los años sesenta despertó muchas simpatías entre sus compañeros de profesión, pero a continuación ¡Oh cielos! levantaron sus voces los bienpensantes y progresistas catalanes “de tota la vida” o no tanto, que se sintieron señalados porque entendieron que eran acusados de haber tratado con desprecio y hasta con rechazo a los recién llegados, especialmente andaluces y murcianos. 

La cuestión del Xarneguismo, como digo, se ha despertado por obra y gracia de esas palabras pronunciadas en los premios Gaudí por un miembro de la segunda generación de migrantes. Y me ha sorprendido la reacción de algunos, especialmente de aquellos que, sin haber tenido mucho contacto con la dura experiencia de emigrar, resulta que se ofenden cuando alguien recuerda un fenómeno tan importante en la historia última de España y Cataluña: la llegada masiva de más de un millón de personas desde el sur a las zonas industrializadas del Estado. Pero parece que no se quiere recordar cómo cambiaron las ciudades y los pueblos del cinturón de Barcelona, cómo fueron aquellos años en los que resulta difícil diferenciar entre el rechazo al no catalán, o la repulsa al pobre. Diría que un poco de todo hubo. Y aquí hablo en primera persona, porque he padecido esa circunstancia.

Pero sería más justo decir que la historia se repite. Antes fueron unos y ahora son otros los que emigran a diferentes lugares de España y Europa; allá donde les dejan o donde pueden conseguir trabajo. Quiero decir que no estamos hablando sólo de una herida producida por el contacto entre catalanes y andaluces en un tiempo lleno de dificultades. Me temo que ocurre siempre y en todos los lugares. Si pudiéramos ser más receptivos a la vivencia que tienen aquellos que emigran, el acento no lo pondríamos tanto en la sociedad receptora, sino en el fenómeno de la emigración y lo que significa para aquellos que con maletas o sin maletas llegan a un lugar en el que no es fácil encontrar brazos abiertos,  rostros amables, o miradas comprensivas y  compasivas. 

Esta susceptibilidad con la que responden algunos al discurso de un hombre joven, que se atreve a recordar su procedencia y el gran salto que se ha producido entre sus abuelos, llegados del sur, sin apenas escolarización, y gente como él, que se dedican a una profesión intelectual y artística con éxito, francamente no lo entiendo. ¿A quien ofende algo tan evidente y que forma parte de la memoria personal y colectiva? ¿Quién tiene interés en correr un tupido velo sobre esa historia?  

¡Cuánto olvido! De unos y de otros. Los que tuvieron que emigrar y los que, de pronto vieron con recelo a los recién llegados, con sus maneras de hablar y de comportarse, con tantas necesidades. He visto comentarios sobre la película El 47 en las redes sociales que justifican la llegada de andaluces o extremeños porque, los pobres, estaban muertos de hambre. Eso me duele, porque no es real. Forma parte del desconocimiento y el estereotipo que tanto daño nos hizo y nos sigue haciendo y por eso no es de extrañar que hijos y nietos de aquellos migrantes quieran quitarse ese “san Benito”. Bueno… Tampoco era eso. No siempre era tan grande la necesidad. Los que han estudiado los procesos migratorios saben que los que emigran, generalmente son los más preparados y buscan no tanto poder comer, como tener un horizonte más amplio para ellos y para sus hijos. No siempre nuestras familias estaban muertas de hambre. No siempre eran analfabetas. Tenemos casos como Jordi Évole, un estupendo periodista,  J.A. Bayona, un gran director de cine, con premios internacionales, o Eduard Sola, un guionista que tiene mucho que decir. Ellos proceden de esas familias; familias trabajadoras y esforzadas que consiguieron que sus hijos pudieran acceder a la universidad con mucho éxito. Y otros muchos que ni siquiera conocemos, como Javier Pérez Andújar, que escribe desde los márgenes de la ciudad, junto al rio Besós, en la época de los bloques de pisos baratos. Una mujer muy comprometida, de pensamiento crítico, como Brillitte Vasallo, ha reflexionado mucho sobre la experiencia de emigrar con su familia desde Galicia y de sentirse “xarnega”. Vale la pena escucharlos o leer sus textos. Son un ejemplo de discurso desde el otro lado, desde la vivencia de formar parte de los suburbios barceloneses, los barrios sin asfaltar y sin servicios básicos para vivir en condiciones, lejos del centro. Vasallo suele hablar en sus artículos y conferencias públicas sobre la experiencia de una hija de campesinos que tienen que dejarlo todo y entrar un mundo nuevo, donde no sólo se habla otra lengua, sino que existen referentes distintos, una historia, una identidad labrada a golpe de siglos de convivencia en un mismo territorio. Ahora son otros los que ocupan ese espacio de menosprecio del diferente, del pobre, del que hay que mantener apartado porque la sospecha se cierne sobre ellos. Y pronto veremos como esos otros van a poder hablar por ellos mismos. 

                                     Teresa recién llegada a Barcelona
Ciertamente, los que migramos en los años sesenta del siglo pasado, salimos de un mundo agrario y tuvimos que adquirir las formas y los contenidos de una sociedad industrial. Hay una experiencia interna, subjetiva, un duelo que tienes que elaborar, la vergüenza de no sentirte nunca adecuado, que no se note de donde procedes y de hacer grandes esfuerzos para ser parte de otra cosa. Y nunca lo eres. E
l antropólogo Ignasi Terrades, habla de la irreparabilidad del daño, que es un daño percibido sólo por una parte y por eso hay que hablar, siempre que te dejen y no tener miedo a las respuestas, casi siempre faltas de conocimiento del otro lado. Estas palabras de Vasallo me resultan muy esclarecedoras: “Yo quiero la venganza, porque esto que nos ha pasado a nosotros es irreparable. ¿Por qué no hay reparación posible? Porque hemos mutado. Lo que me ha pasado a mí en mi casa, ¿cómo se repara ahora? ¿Cómo se repara que mi madre pasara por la vergüenza de tener que migrar? ¿Y quién repara mi vergüenza de adolescente? ¿Quién repara todo esto? Entonces, mi venganza es hablar, a pesar de que todo el mundo me ha dicho que calle” 

Ponerme a escribir sobre este tema, me ha hecho pensar y ser más consciente si cabe de todo lo vivido cuando con catorce años me enfrenté a una nueva vida, lejos de la seguridad de mi pueblo, de mi habla andaluza, de mis referentes. He pensado que sentirse Xarnega, saber que eres de “los otros”  no es algo que sea tan simple. Ni siquiera es sólo un asunto de clase. Quizás sea eso lo que siente Eduard Sola, cuando ha tomado la palabra en las ocasiones que este año le ha dado su éxito profesional. Y muy pocos lo han entendido. Porque tal vez él mismo no puede entenderlo. 

jueves, febrero 13

Celebraciones nostálgicas

 Me entero de que hoy, día 13 de febrero se conmemora el Día Internacional de la Radio. ¡Vaya por Dios! Pues mira por dónde es una celebración que me llena de nostalgia y de alegría al mismo tiempo. Casualmente, escucho una noticia curiosa: el sábado pasado murió Juan Soto Viñolo. Y dirán ustedes, ¿quién es ese señor? Pues nada más y nada menos que la propia Elena Francis. Una señora que durante muchos años adoctrinó a las jóvenes y amas de casa españolas sobre la mejor forma de sobrellevar el peso de un matrimonio desgraciado, aconsejando mucha paciencia y amor desinteresado.

Luis del Olmo al inicio de su carrera

Soto fue el autor de todos los textos de un programa dedicado al público femenino con consejos sentimentales, domésticos y de belleza. Primero, desde Radio Barcelona y, después, desde Radio Peninsular y Radio Intercontinental se convirtió en un fenómeno sociológico en la España del franquismo. O sea que, detrás de doña Elena, estaba este periodista. Y las pobres mujeres pensando que era una bondadosa señora las que, llena de empatía y comprensión, les daba los mejores consejos para conseguir una vida feliz.  

En fin, pensamos que los medios de comunicación actuales son un camelo, pero este es el ejemplo más claro de que eso no es nuevo.  Como muchos de ustedes saben, hay en mí una especie de abuela cebolleta, que suele rescatar del pasado historias, personajes y costumbres olvidadas. No lo puedo evitar. Y además, ¿por qué no decirlo? Siento que hay que hacerlo, que es importante saber de dónde venimos, que hay demasiado olvido en este mundo tan vertiginoso y globalizado. No es nostalgia de un tiempo mejor, no. Es necesidad de revisar una época, aunque sólo sea por tomar conciencia del camino recorrido.

Una Mercedes Milá casi adolescente

Lo confieso: he escuchado a Elena Francis, así que sé de lo que hablo cuando digo que domesticaba a las mujeres. Yo era una joven madre que pasaba muchas horas en casa y que se valía de la radio como una ventana abierta al mundo. No había televisión más que en horario de tarde-noche, así que, mientras hacía las tareas domésticas y cuidaba de mi hijo, me sentía acompañada por el sonido de las distintas voces de la época. Una de las más relevantes en ese momento fue la de Luis del Olmo (1973-76) Puedo asegurar que en aquel desierto cultural, el programa que hacía esta gran periodista desde Barcelona, ciudad donde yo vivía, era una universidad. Todavía no habían empezado las tertulias en las que unos cuantos "enteraillos" se pelean y no llegan a nada. Mucha gente no sabe que Mercedes Milá empezó su carrera profesional en el programa de Luis del Olmo. Era una auténtica reportera, aguda, arriesgada, comprometida, que se metía en todos los “fregaos” que os podáis imaginar. A su lado Mercè Remolí, otra gran periodista, algo menos agresiva, pero igualmente seria. Ambas no tenían más de 23 años, igual que yo. Los temas que se trataban eran los que interesaban a la gente de la ciudad. Salían por los barrios, se iban a las asociaciones de vecinos, se colaban en las manifestaciones... Recuerdo haber seguido en directo el asalto al Banco Central de la plaza de Cataluña. Aquella radio era pura vida. Y allí estaba yo, con los oídos bien abiertos.   

Vaya, que lo de Elena Francis era para mí una especie de “pecadillo venial” que me servía para darme cuenta de cómo estaba el mundo, el otro mundo; el de tantas y tantas mujeres de pequeños pueblos, todavía influidas por el Catolicismo más rancio. Era el momento del cambio en este país, donde convivían las cadenas de un tiempo oscuro, con nuevos aires, provenientes, sobre todo, de las zonas urbanas.

Alfonso Eduardo  Pérez Orozco

Ahora vienen a mi memoria las tardes culturales de Radio Nacional. En plena Transición, una renovación de la emisora. “Estudio 15-18”, cuyos presentadores fueron Alfonso Eduardo Pérez Orozco, un periodista sevillano cultísimo. A su lado, Marisol del Valle, (tía abuela de la actual reina de España) y Jesús Quintero, que todavía no era “El loco de la Colina”. Con ellos aprendí muchísimo de cine, de literatura, de buena música y escuché grandes entrevistas a personajes que tenían mucho que decir y que yo desconocía. Fue como mi preparación para el acceso de la Universidad, una gran escuela también de conciencia social, en esa etapa en la que el Franquismo daba sus últimos coletazos y ya se podía hablar de ciertas cosas, prohibidas unos años antes.

Luego, poco tiempo después, criando a mi segundo hijo, tuve parecida experiencia. Esta vez fue una emisora en la que se habían colado los periodistas jóvenes y más políticamente incorrectos: Manolo Ferreras, un jovencísimo Javier Pérez Royo, o Gloria Berrocal, nombres que ya nadie recordará, pero que han sido grandísimos comunicadores comprometidos con la cultura. Radio 3 era la emisora alternativa en los años 80, con un espíritu cercano a la “Movida”. El nombre del programa: La Barraca, una referencia histórica que muchos pueden recordar, con García Lorca como protagonista. Mucho texto, mucha literatura, mucha crítica y locura. Para esto ya andaba yo preparada. Tenía 32 años, dos hijos y había pasado por la Universidad. A través de las ondas conocí a mi mejor amiga y me empapé de un mundo del que estaba alejada y que me llegó también con la revista Triunfo, otro de los medios de comunicación que sirvieron de escuela de conciencia a miles de personas. 

Manolo Ferreras y Javier Pérez Royo en La Barraca

Esto ha sido para mí la radio en un tiempo en el que enchufaba la tele sólo para ver con mis niños Los payasos, Heidi, Marco y Pipi Calzaslargas y, cómo no, para disfrutar del mejor programa que haya tenido la segunda cadena: La Clave, con Balbín al frente. Conmemoremos, celebremos, recordemos una parte de nuestra pequeña historia de cada día. La evocación es un buen ejercicio para reconciliarnos con un tiempo en el que no todo era oscuro y “cutre”. .