Hacía mucho tiempo que el término “Xarnego” no se utilizaba, pero es bien conocido para todos los que emigramos a Cataluña entre los años 50 y 60 del siglo pasado. Fue Eduard Sola, al recibir el Premio al mejor guion por Casa en Flames, en los premios Gaudí quien, al referirse a sí mismo como orgullosamente Xarnego, destapó la caja de los truenos. Inmediatamente se produjo un fenómeno muy curioso.
Muchos aplaudieron sus palabras, el alegato a sus raíces como nieto de inmigrante en Cataluña en los años sesenta despertó muchas simpatías entre sus compañeros de profesión, pero a continuación ¡Oh cielos! levantaron sus voces los bienpensantes y progresistas catalanes “de tota la vida” o no tanto, que se sintieron señalados porque entendieron que eran acusados de haber tratado con desprecio y hasta con rechazo a los recién llegados, especialmente andaluces y murcianos.
Pero sería más justo decir que la historia se repite. Antes fueron unos y ahora son otros los que emigran a diferentes lugares de España y Europa; allá donde les dejan o donde pueden conseguir trabajo. Quiero decir que no estamos hablando sólo de una herida producida por el contacto entre catalanes y andaluces en un tiempo lleno de dificultades. Me temo que ocurre siempre y en todos los lugares. Si pudiéramos ser más receptivos a la vivencia que tienen aquellos que emigran, el acento no lo pondríamos tanto en la sociedad receptora, sino en el fenómeno de la emigración y lo que significa para aquellos que con maletas o sin maletas llegan a un lugar en el que no es fácil encontrar brazos abiertos, rostros amables, o miradas comprensivas y compasivas.
Esta susceptibilidad con la que responden algunos al discurso de un hombre joven, que se atreve a recordar su procedencia y el gran salto que se ha producido entre sus abuelos, llegados del sur, sin apenas escolarización, y gente como él, que se dedican a una profesión intelectual y artística con éxito, francamente no lo entiendo. ¿A quien ofende algo tan evidente y que forma parte de la memoria personal y colectiva? ¿Quién tiene interés en correr un tupido velo sobre esa historia?
¡Cuánto olvido! De unos y de otros. Los que tuvieron que emigrar y los que, de pronto vieron con recelo a los recién llegados, con sus maneras de hablar y de comportarse, con tantas necesidades. He visto comentarios sobre la película El 47 en las redes sociales que justifican la llegada de andaluces o extremeños porque, los pobres, estaban muertos de hambre. Eso me duele, porque no es real. Forma parte del desconocimiento y el estereotipo que tanto daño nos hizo y nos sigue haciendo y por eso no es de extrañar que hijos y nietos de aquellos migrantes quieran quitarse ese “san Benito”. Bueno… Tampoco era eso. No siempre era tan grande la necesidad. Los que han estudiado los procesos migratorios saben que los que emigran, generalmente son los más preparados y buscan no tanto poder comer, como tener un horizonte más amplio para ellos y para sus hijos. No siempre nuestras familias estaban muertas de hambre. No siempre eran analfabetas. Tenemos casos como Jordi Évole, un estupendo periodista, J.A. Bayona, un gran director de cine, con premios internacionales, o Eduard Sola, un guionista que tiene mucho que decir. Ellos proceden de esas familias; familias trabajadoras y esforzadas que consiguieron que sus hijos pudieran acceder a la universidad con mucho éxito. Y otros muchos que ni siquiera conocemos, como Javier Pérez Andújar, que escribe desde los márgenes de la ciudad, junto al rio Besós, en la época de los bloques de pisos baratos. Una mujer muy comprometida, de pensamiento crítico, como Brillitte Vasallo, ha reflexionado mucho sobre la experiencia de emigrar con su familia desde Galicia y de sentirse “xarnega”. Vale la pena escucharlos o leer sus textos. Son un ejemplo de discurso desde el otro lado, desde la vivencia de formar parte de los suburbios barceloneses, los barrios sin asfaltar y sin servicios básicos para vivir en condiciones, lejos del centro. Vasallo suele hablar en sus artículos y conferencias públicas sobre la experiencia de una hija de campesinos que tienen que dejarlo todo y entrar un mundo nuevo, donde no sólo se habla otra lengua, sino que existen referentes distintos, una historia, una identidad labrada a golpe de siglos de convivencia en un mismo territorio. Ahora son otros los que ocupan ese espacio de menosprecio del diferente, del pobre, del que hay que mantener apartado porque la sospecha se cierne sobre ellos. Y pronto veremos como esos otros van a poder hablar por ellos mismos.
Teresa recién llegada a BarcelonaCiertamente, los que migramos en los años sesenta del siglo pasado, salimos de un mundo agrario y tuvimos que adquirir las formas y los contenidos de una sociedad industrial. Hay una experiencia interna, subjetiva, un duelo que tienes que elaborar, la vergüenza de no sentirte nunca adecuado, que no se note de donde procedes y de hacer grandes esfuerzos para ser parte de otra cosa. Y nunca lo eres. El antropólogo Ignasi Terrades, habla de la irreparabilidad del daño, que es un daño percibido sólo por una parte y por eso hay que hablar, siempre que te dejen y no tener miedo a las respuestas, casi siempre faltas de conocimiento del otro lado. Estas palabras de Vasallo me resultan muy esclarecedoras: “Yo quiero la venganza, porque esto que nos ha pasado a nosotros es irreparable. ¿Por qué no hay reparación posible? Porque hemos mutado. Lo que me ha pasado a mí en mi casa, ¿cómo se repara ahora? ¿Cómo se repara que mi madre pasara por la vergüenza de tener que migrar? ¿Y quién repara mi vergüenza de adolescente? ¿Quién repara todo esto? Entonces, mi venganza es hablar, a pesar de que todo el mundo me ha dicho que calle”
Ponerme a escribir sobre este tema, me ha hecho pensar y ser más consciente si cabe de todo lo vivido cuando con catorce años me enfrenté a una nueva vida, lejos de la seguridad de mi pueblo, de mi habla andaluza, de mis referentes. He pensado que sentirse Xarnega, saber que eres de “los otros” no es algo que sea tan simple. Ni siquiera es sólo un asunto de clase. Quizás sea eso lo que siente Eduard Sola, cuando ha tomado la palabra en las ocasiones que este año le ha dado su éxito profesional. Y muy pocos lo han entendido. Porque tal vez él mismo no puede entenderlo.
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