lunes, mayo 5

La buena letra. Una memoria que estremece

Un crítico muy conocido ha usado un adjetivo que explica bastante bien la emoción que provoca esta película: perturbado. A mi no se me ocurre otro más sencillo que tristeza. Una historia tristísima sobre las consecuencias de la Guerra Civil en un pueblo valenciano. La memoria emocional, las cosas que ocurrían en el día a día de las familias trabajadoras, el hambre, el ahorro de luz, la olla con su chuf chuf, cociendo para poder comer un plato caliente con poquísimos ingredientes, el uso de cáscaras de naranja para poder hacer una tortilla, sin huevo, el miedo a las palabras. Hasta los olores domésticos tan presentes en nuestra memoria cuando ha pasado el tiempo, parecen tener un protagonismo invisible. Es lo cotidiano, lo que en cada casa sucedía sin que nadie se quejara excesivamente.

Personajes hermosos, especialmente la protagonista, esa Ana silenciosa, sacrificada, cosiendo muchas horas, arreglando piezas de ropa a la luz de las velas, único trabajo para una mujer que tenía que cuidar de su familia, guardando secretos para para no provocar dolor innecesario, consciente de sus renuncias, aunque en su interior estaba claro que bullía una pequeña esperanza...Quizás algún día podría viajar con su marido a París. Loreto Mauleón interpreta a esta mujer de forma extraordinaria.

No era la única que renunciaba, que se sacrificaba. Su marido, un hombre bueno que al final de la guerra ha conseguido que lo contraten en una empresa, a pesar de haberse señalado como cercano a la República, o al menos es lo que intuimos, porque hay muchos vacíos en esta obra, que tienes que imaginar. Tomás y Ana se quieren, pero una vida tan prosaica, tan al límite, no da lugar a gestos íntimos de cariño. Quizás lo único que se permite la directora es la escena del baile del matrimonio, en el que Ana lleva la voz cantante y ese hermosísimo abrazo, regalo a su marido, doblemente herido y callado. Secuencia que me ha impactado sobremanera, quizás porque he vivido algún momento parecido.

El amor se expresa de otro modo, cuando todo es tan extremo, cuando el hambre y la necesidad están en el centro de la vida. Ayudando a los más débiles, a ese hermano que se esconde tras su mala suerte, y en el fondo sólo busca algo mejor que pasarse los días con el único placer del aroma del puchero. Los ideales han muerto y al final acaba aliándose con los ganadores.

La lección está clara. No parece haber recompensa a tanto sacrificio y bondad. Sin embargo, Ana ya ha dejado su huella en la niña que le prepara el desayuno, cuando ella se ha quedado sin fuerzas. Así es como se hereda la ética del cuidado.

Lo dicho. Cuando se enciende la luz, lo que queda es tristeza, pero vale la pena verla. Una obra de arte, bella y profunda, dirigida por una mujer. CELIA RICO. Y se nota.

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