“Hasta San Antón, Pascuas son ”. Así sentenciaban los viejos cuando, un poco tardíos, visitaban a sus vecinos o familiares con intención de felicitarles por esta fiesta, que se inicia el 24 de diciembre con la Noche Buena. Hasta entonces, incluso hasta la Candelaria, a primero de
febrero, las familias se reunían y se deseaban salud y suerte para el
año que empezaba. Y es que no siempre era fácil dejar las obligaciones de la recogida de la cosecha de aceituna para permitirse un rato de aguilandos, mantecaos, anís y risas. A mitad de enero ya era otra cosa. Si el tiempo había sido propicio, la aceituna estaba recogida y la noche de las lumbres era como el cierre de un ciclo.
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Autor: RAFA QUESADA |
Me quedan pocos recuerdos de esa noche: la noche de San
Antón. Pero sí me viene a la memoria la importancia que se daba a la
destreza de los muchachos para saltar las lumbres. Con la cañas que agarraban de la ribera del río Cuadros, especialmente las que le compraban a Tirita, se preparaban un punto de apoyo, cogían
impulso y, de un salto, lograban atravesar la gran fogata. Era ésta una
gesta que, imagino, reforzaba la masculinidad frente a las miradas más o
menos pasmadas de las jóvenes de la vecindad.
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Joaquín el de la Bernabela, a la izquierda, saltando una de las lumbres. El de la derecha es el hijo del Mercenario |
Así que San Antón era el momento para quemar un tiempo que se acababa, y decir adiós a lo viejo. Las fiestas del fuego tienen ese significado en nuestra cultura popular.
Las familias más cercanas se reunían en alguna plaza, o en lugares donde las calles se ensanchaban y cada cual aportaba la leña que podía. Se ponían, sobre todo las ramas finas de los olivos, tamarillas de ramón, como le dicen en Jaén. Pero para conseguir que la lumbre aguantara, también se ponían troncos más o menos grandes. No había mucho más para quemar, porque eso de que lo viejo de la casa se echa al fuego en estas ocasiones, es un decir. En aquellos tiempos la gente no se permitía tirar nada. Recuerdo que la lumbre más cercana a mi casa, en la Carrera Alta, se hacía delante mismo del horno de Mª Dolores y Cristóbal, aprovechando el espacio al final de un callejón que llevaba a la casa de Josico "chaquetas", un viejo al que yo conocí siempre solo, a pesar de que tenía familia.
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Maria Dolores y Cristóbal, en su horno |
Todos, de una u otra forma, participaban en la organización de la noche festiva: unos acaparaban la leña que podían; otros se ocupaban de amontonarla de la forma más adecuada para conseguir la hoguera más vistosa y más difícil de saltar por los mozos. Y ¡cómo no…! se decía que había que participar en la fiesta, vaya, que había que ofrecer un sacrificio al santo, protector de los animales. Si no, se corría el riesgo de que éstos enfermaran y murieran. Así rezaba la tradición y casi todos creían en ella.
Recuerdo muy bien las enormes calabazas que servían de cena esa noche. Las mujeres se encargaban de llevarlas a asar, y a media noche estaban listas para comérselas; dulcísimas, con aquel color naranja extraordinario y el aroma que desprendían, después de pasar por el horno de leña.
Desconozco la razón de esta costumbre culinaria, pero lo más probable es que hubiera un excedente de producción “calabacera”. En una economía de subsistencia, es la única explicación. ¡Ah! También se usaba el maíz seco y preparaban unas enormes fuentes de palomitas… bueno, a decir verdad, nosotros siempre hemos llamado flores a ese rico y humilde manjar, que, por supuesto, se hacían en el fuego a tierra, en una sartén sobre las estrébedes.
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Sartén de flores |
El último San Antón que recuerdo, tal vez en el año 1964... No he olvidado nunca a aquel niño, Esteban, que ya tendría dos años, porque era capaz de marcarse un Twist, con la única música de la que disponíamos: mi voz.
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Esteban, sentado delante del horno de sus padres |
Es una imagen que, por lo que sea, ha quedado en mi retina y en mi corazón: en el portal de la panadería, en medio de todo el personal, ni corto ni perezoso, el chiquillo nos deleitó con su gracia. No sé por qué, pero me temo que la maestra en esas artes fui yo misma. Quizás eso explica la permanencia del recuerdo, a pesar de los años… ¡Santo cielo, ¿dónde habrá ido esa maravillosa y sencilla inocencia?
NOTA: Como no he tenido tiempo de escribir nada este año, comparto esta entrada, aunque con fotos añadidas.
¡Qué recuerdos más bonitos! Gracias por compartirlos; es muy generoso de tu parte. Haces que desempolve los míos, que la verdad últimamente los tengo bastante limpios.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Esa maravillosa y sencilla inocencia nunca se va. La verguenza y el tiempo es posible que se pierdan, pero ¡ay! la inocencia, nunca, siempre nos acompaña. Dejamos de creer en unas cosas, pero nos "enganchamos" a otras. Eso no deja de ser "como seguir bailando" el Twist, pero con otras voces y otros ecos.
ResponderEliminarUf, ahora no se que mas decir. Un abrazo
Esteban.
'Pues vayamos a las lumbres de S. Antón'.Primero, el refrán.Justo al final de la prórroga, es decir la víspera del santo, felicité de forma tardía a una buena amiga y solo pude excusarme con el socorrido "como dicen en mi pueblo, hasta S. Antón Pascuas son"; me vino al pelo.
ResponderEliminar'Enhorabuena, Teresa¡ Estás siendo el aglutinante de este "esturreo" de bedmareños que se resisten a abandonar su tierra; seguimos con nuestra memoria histórica unidos a nuestras tradiciones.Las "lumbres" me traen a la memoria un halo de libertad, de la que las niñas no gozábamos mucho.Se nos permitía recorrer hasta tarde las calles misteriosas, rojas, naranjas,románticas...muchas miradas furtivas.Un abrazo para ti y para Esteban el twistero , al que no le pongo aún rostro.Pero seguiré husmeando en mis recuerdos.Juanita
Amiga por fin me asomo…
ResponderEliminarMe gusta la sencillez de tus palabras mientras narras tus vivencias y la pinta de la calabaza, unmmmmmmmmmmmmmm…, no sé por qué casi siempre se han asociado a cosas menos buenas: cates de estudiantes, la carroza desaparecida de Cenicienta…, con lo bonitas que son!!! Quien pillara la de la foto…
Te imagino enseñando al chiquitín a bailar el twist, ja, ja!!!. Ha sido muy lindo que él escriba un comentario.
Un abrazo, para ti y para tod@s los que se exhiben por esta ventana, la tuya.
Qué historia tan divertida, seguro que lo pasabáis muy bien. Antes la vida de los pueblos era emocionante.
ResponderEliminarA mí también me gustan las calabazas, de hecho las colecciono.
Y siguiendo con las asociaciones negativas, si alguien te da calabazas, no es nada bueno, y aquel concurso en el que si perdías el premio, te daban una: Ruperta, ¿os acordáis del UN, DOS, TRES?
Acabo de volver de un largo viaje por Croacia, donde he pasado mucho frio y solo he visto nieve, con Mari mi Santa y me encuentro con el calor reconfortante de las hogueras de San Anton. Yo era uno de esos niños que intentaba impresionar a la mozas con mis cabriolas sobre la hoguera. Y tanto que me acuerdo. Un detalle añadido es el rito del grupo de niños que íbamos al rio Bedmar a coger cañas para saltar las hogueras. Era un rito porque el conocimiento de la caña apropiada para el salto requeria experiencia. Ni muy gruesa que impidiera la flexión para lanzarnos sobre la hoguera de una forma elastica, ni muy delgada lo que podría trocarse en rotura y aterrizaje forzoso en medio de las ascuas. Una buena caña en esa noche era un bien preciado y quién la tenia la prestaba a los amigos allegados.
ResponderEliminarAhhhh Teresa qué tiempos aquellos, pero no caigamos en la melancolia y el estereotipo de que el tiempo pasado es mejor que el presente. Nunca volveremos a ser tan jóvenes como ahora y no cambio mis sesenta de ahora por otros momentos de mi vida pasada aunque los recuerde con mucho cariño y expliquen mi trayectoria vital.
Un abrazo a todos y un beso sentido para ti.
Cristobal
¡Qué bien Cristóbal! Un viaje que imagino, además de frío, lleno de experiencias nuevas. Me alegro de que lo hayas pasado bien, con tu Santa...ja ja ja ja. Estas incursiones por nuestra memoria sentimental me dan la oportunidad de refrescar emociones, y encima cuento con vosotros: especialmente Juanita y tu, que me añadís nuevos datos. Por ejemplo, lo de la caña no recordaba yo. Pero para eso sirve la literatura, para sustituir la realidad por la imaginación. Por otro lado, tampoco yo cambio mis 60 por aquellos días, pero sí disfruto con poner en limpio ese lado borroso de mi memoria y compartiendo con los demás ese tiempo, que no era ni tan idílico como muchas veces aparece en los relatos, ni tan dramático como mucha gente imagina.
ResponderEliminarEspero seguir contando con tus jugosos y tiernos comentarios.
Un fuerte abrazo
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Como dices, las cañas se iban a buscar al rio (casi todas). pero habia un lugar que estaban más cerca. La Fuengrande ¡¡¡¡¡¡. Alli tenia Maria la Terita un huerto debajo mismo del Albercón y tenia un cañaveral muy grande al lado de la carretera.Muchos chavales ivan a coger las cañas alli, pero he aqui que esta buena mujer les pedia una "perra gorda",(moneda de curso legal por aquel entonces)por cada caña. Esta buena mujer tenia un hijo parapléjico que se llamaba Juan José y como no podia andar lo tenia siempre al sol sentado en una silla, por lo que cuando los chavales les pedia este dinero ellos le decian: Maria, pero que vas hacer con una gorda¡¡¡¡¡.y ella les contestaba: una gorda, otra gorda y otra gorda, una "GORRA PA MI JUAN JOSE".Eso es verídico.
ResponderEliminarJuan Fuentes.
Bienvenido a los comentarios, y gracias por tus aportaciones a estos recuerdos
EliminarUn beso
Querida Teresa:
ResponderEliminarDel texto que publicáste el año pasado, (que no había leído) sobre esta fiesta popular de S. Antón, rescato y pongo en valor dos aspectos relevantes: El primero, la creencia popular que sustentaba como necesaria la invocación del santo para pedirle la protección de los animales de labranza, burros, mulas, principalmente, indispensables para los agricultores de nuestra tierra en aquella época en que las máquinas aún no les habían sustituido, pues sólo disponían de aperos tradicionales como el arado romano.para sus tareas. El otro elemento que pongo en valor es el de la fiesta que convoca ante el fuego a renovar los vínculos entre los vecinos, o entre los amigos; a la puesta en escena de la competición y la rivalidad sana para mostrar quién era el más hábil en el salto de las hogueras. Se trataba de un concurso público sin jurado que concediera el reconocimiento y el galardón al mejor en.
Yo, de niña, no tenía conocimiento de lo que se jugaba en esa fiesta popular, como ahora la podemos pensar recuperando el simbolismo de la tradición. Mi recuerdo es lúdico. Era un placer para mí sentir la libertad de corretear por el pueblo con la pandilla, saltar las hogueras poco antes de que se extinguieran. Me fascinaba la observación de las brasas con sus colores rojos que se habían formado como resultado de los momentos finales de combustión de la leña. Restos de un fuego poco antes de desaparecer, habiendo quedado sólo la incandescencia que emitía luz por el calor. Esa luz me daba seguridad al recorrer las calles por la noche. También era muy cálido sentir el calor que transmitían las brasas por radiación. Estas sensaciones, unidas a las risas de los amigos que compartíamos esta aventura, es lo que me queda en el recuerdo.
Muchas gracias, querida amiga, por compartir tu texto.
Un abrazo.
Pepa Medina
Muchas gracias Pepa. Lo he compartido contigo porque sé que esos recuerdos nos unen y permiten que se mantenga el vínculo que tenemos.
EliminarUn abrazo