miércoles, febrero 24

Aniversario del 23F, algo más que política

Bajo las mantas, con fiebre suficiente como para haber abandonado el trabajo y las clases en la universidad, pasábamos esos días de febrero, acompañados de la bendita radio. A veces, algo de música suave, cuando la frente ardía y la cabeza parecía a punto de estallar. Cuando la temperatura se suavizaba, poníamos oído a las noticias que en esos días preocupaban a muchos ciudadanos.
Éramos muy jóvenes, apenas treinta años y todavía manteníamos la pasión y el interés por la política, que, al menos yo, había descubierto tras la muerte del dictador. Manolo, sin embargo, leía con pasión la revista Triunfo, una de las publicaciones más importantes del país y que a muchos de nosotros nos introdujo en la cultura y el debate de ideas. Yo la descubrí después de entrar en la Universidad. En el año 1978 ingresé en las aulas de la Facultad de Historia. Ese día me parecía estar entrando en un templo. ¿Quién lo hubiera pensado un tiempo antes? Había trabajado en una empresa de confección desde que llegué a Barcelona en el año 1966, con sólo 15 años, y dejé la vida laboral un poco después de nacer mi primer hijo.
Ocho años después era una estudiante universitaria. Las aulas de la facultad de historia fueron para mí una escuela no sólo en las materias que estudiaba, sino de conciencia política. Pensándolo bien, era el bar de la facultad el lugar de las discusiones teóricas y políticas. Entre clase y clase, o a la hora de la comida, nos reuníamos a discutir sobre la situación del momento. Plena transición, eso de lo que hoy se habla tanto. Yo disfrutaba como una enana y estudiaba por puro placer, no para aprobar, como los jovencitos que acababan de salir del COU. Fueron años de descubrimientos y de aprender a moverme en otros ambientes, que hasta ese momento eran para mi totalmente ajenos. Tuve que controlar mi ímpetu juvenil, que apareció con algo de retraso, y me enorgullecía públicamente de pertenecer a esa clase trabajadora a la que los profesores tanto se referían, sin conocerla muy cerca, dicho sea de paso. Por primera vez entré en una casa burguesa y percibí con claridad las diferencias estéticas y de costumbres. Pensándolo bien, algo parecido me pasó al llegar del pueblo a la ciudad. Así que volvía a estar en situación de comparar mundos: rural-urbano… clase trabajadora-clase burguesa. Ese proceso de conciencia, al cabo de los años, lo contemplo con nostalgia y cierta ternura, pero también me conecta con un tiempo de muchas inseguridades personales, de estar viviendo un cierto sentimiento de inferioridad que me hacía sufrir. Mientras crecía mi hijo, que ya tenía 8 años, yo había dado un estirón. Como se dice ahora, crecí. Y crecía de una manera acelerada, añadiendo a mi identidad básica nuevos contenidos que me llegaban en contacto con ese mundo tardíamente descubierto. Ese día 23 de febrero, había preparado un examen de Historia Económica Moderna, al que, por supuesto, no pude asistir.

El profesor Segura en la actualidad

El profesor, Antonio Segura me permitió hacerlo oralmente, cuando estuve recuperada. Por cierto, que me sorprendió con una matrícula de honor, de la que siempre he presumido. Toni Segura, que es como lo llamábamos, tenía más o menos mi edad, aunque a mí no me lo parecía por su seriedad y actitud al frente de un aula repleta de estudiantes de distintas edades y formación. Asistía a sus clases después de haber preparado concienzudamente las lecturas que nos recomendaba. ¡Santo cielo! Si tuviera que leerme ahora aquellos textos sesudos en los que varios autores debatían la transición entre el Feudalismo y el Capitalismo; eso sí, con Carlos Marx de fondo. Un historiador llamado Inmanuel Wallerstein acababa de publicar El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI. ¡Ostras, vaya título! Pero yo me lo bebí de un trago, y después lo compartía con Manolo.

Cuántas veces hemos hablado de que él hizo la carrera conmigo. Estaba tan entusiasmada, que necesitaba compartir esos descubrimientos con la persona con la que vivía; pero es de justicia decir que él se llevaba a nuestro hijo al parque, mientras yo me quedaba en casa preparando mis trabajos que, puntualmente, llegaban a manos de los profesores. Cada año, al llegar el 23F no puedo dejar de evocar esta época. Para mí esa fecha está totalmente ligada a mi vida personal en un momento intelectualmente muy rico y a las clases de Historia Económica. Por eso, esta mañana, al escuchar las noticias he vuelto a situarme en el piso del barrio de La Sagrera,  los dos bajo las mantas, acompañándonos en una gripe incapacitante, mi hijo al cuidado de su abuela, y toda la noche con la radio encendida, el corazón palpitante y la esperanza en que el nuevo día se llevara la fiebre y nos devolviera ese tiempo de libertad, tantos años ansiado y que estábamos a punto de perder.    

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