jueves, octubre 2

Cuando la historia la escriben los perdedores



La posición geográfica de Alemania ha sido un determinante histórico de primer orden que confiere a todos los acontecimientos y avatares de este pueblo un singular peso específico en la Historia de Europa. Es pues la centralidad una característica intrínseca a la mentalidad germana. Siempre mantuvieron una actitud de actor principal como nación, y no dudaron en reivindicar su papel como frontera defensiva de Europa ante los intentos de penetración de eslavos y otomanos o como eje fundamental en la vertebración de la Europa más reciente.

Alemania, ya sea como crisol de tribus, como asociación de Estados o como Imperio, siempre ha reivindicado su protagonismo como potencia continental. Dicha aspiración se pone de manifiesto  desde la intrusión de las tribus germánicas en los territorios del antiguo Imperio Romano, pasando por El Imperio Carolingio o el transcurrir del Sacro Imperio Romano Germánico. Queda claro que Alemania, no es una nación cualquiera en la escena europea, al contrario, sus posicionamientos y acciones han sido determinantes en el devenir del continente desde antes incluso del Congreso de Viena de 1814, cita histórica en la que el Canciller austríaco Metternich marco los tiempos de la restauración del viejo Status Quo tras la victoria sobre la Francia napoleónica.

La eclosión de Alemania como unidad política cohesionada nace de la mano del Canciller Bismarck, que hábilmente aprovecho las sinergias producidas por la victoria en la guerra franco-prusiana de 1871 y el desarrollo industrial de las economías de la mayoría de los Estados Alemanes. Se precipita así la reunificación en torno a Prusia y Baviera (con la exclusión de Austria). Con más de 540.000 km2  y 41.000.000 de habitantes, emerge en 1871 El Segundo Imperio Alemán (Deutsches Kaiserreich) bajo el mando del Emperador Guillermo I, Imperio considerado  (junto con el Imperio Británico) una potencia mundial de primer orden del último tercio del siglo XIX y principios del XX.

La marca Alemania



Esta Alemania, poderosa y unida, potencia económica preponderante en la política de la UE, territorialmente (casi) recuperada y con más de 80 millones de habitantes, es la que conocemos los europeos de hoy. Admirada por muchos, nos fascina “La marca Alemania” considerada a veces sinónimo de lo que hay que hacer y que ha llegado a nuestros días impregnada de expresiones míticas: acero alemán, precisión alemana, productividad alemana, disciplina alemana, mentalidad alemana, y otros términos que expresan la mezcla de admiración y temor que provoca a veces el carácter y comportamiento germano como colectivo.

Entre el naciente imperio alemán de 1871 y la realidad económica y social de la llamada locomotora europea de la segunda década del siglo XXI, ha transcurrido el siglo XX, testigo de las consecuencias históricas, (terribles consecuencias) derivadas de la forma que utilizó Alemania para expresar la grandeza de una nación. Queda como muestra el extenso período de guerra y destrucción que asoló Europa entre 1914 y 1945 (la pausa 1918-1939, sólo sirvió para el rearme militar y para permitir el desarrollo de una generación de jóvenes europeos que seguidamente fue sacrificada en los campos de batalla). 

La creación de la Sociedad de Naciones, de la ONU y hasta la propia firma del Tratado de Roma que pone en marcha los mecanismos de desarrollo de la actual Unión Europea, tienen parte de su origen en la necesidad de evitar en el futuro posicionamientos excluyentes y belicosos como los que Alemania proyectó sobre el resto de países. Alemania y sus acciones agresivas, fueron determinante en la creación de organismos supranacionales de control y resolución de conflictos que evitasen un suicidio colectivo a la Comunidad Internacional, máxime cuando las dos superpotencias nucleares se enzarzaron en una guerra estratégica e ideológica en la que Alemania también sería protagonista indirecta.

 Otros actores históricos



No se trata de exponer de nuevo la pretendida resistencia teutona a reconocer la asunción de responsabilidades por el inicio de los conflictos bélicos, sin duda otras potencias como Inglaterra y Francia son corresponsables (junto con la miopía político-estratégica de los EEUU) de no haber hecho lo suficiente para evitar el estallido de la guerra, pero sólo Alemania fue capaz de llevar hasta las últimas consecuencias sus ansias colectivas de prevalecer sobre los demás mediante la utilización de la guerra total y la aniquilación colectiva de otros pueblos, incluido el alemán.

Naturalmente que estos acontecimientos bélicos tienen que ver con actitudes de grandes países que por omisión, por inacción, acentuaron la determinación alemana de expandirse y prevalecer. Ese es el caso de la Inglaterra postimperial, bien posicionada en su isla-portaviones, aislada y/o unida selectivamente al continente en función de sus intereses y condicionada por su siempre especial relación con EEUU. Una Francia asentada como potencia colonial y continental, país de primer orden en lo ideológico y cultural, siempre en competencia con Alemania, con la que mantiene desde hace siglos una relación de desconfianza, competencia y temor. 

Por último y no menos importante, la presencia del gigante ruso en el este de Europa. La existencia e influencia de Rusia en el devenir europeo es de vital importancia, (ya sea como imperio zarista, como unión de repúblicas socialistas, o bien como país capitalista) no se puede entender la historia del continente sin el papel que Rusia ha jugado en Europa, sobre todo por su proximidad (otra vez la geografía) con respecto a  Alemania. De hecho, los condicionantes y hechos históricos que se desarrollan en Europa respecto a la Alemania perdedora de la guerra en sus dos fases (1914-18 y 1939-45) tienen mucho que ver con la situación geoestratégica e ideológica del continente europeo respecto a Rusia  desde 1950.

 Cuando la historia la escriben los perdedores



Siempre se ha dicho, y forma parte del imaginario colectivo, que la Historia la escriben los vencedores. Esta afirmación es posible que sea cierta en términos generales, pero el devenir de los acontecimientos del último siglo nos está demostrando que no siempre es así. Nadie duda del liderazgo angloamericano posterior a 1945 o de la preponderancia de las potencias nucleares iniciales (Francia, Reino Unido, URSS y EEUU)  nacidas al calor de la Guerra Fría”. El escenario mundial quedó dominado por los arsenales militares, el dólar y la potencia económica de EEUU.  Existen sin embargo diferentes maneras de condicionar los acontecimientos históricos, incluso desde la perspectiva de los vencidos. Sobre todo si se trata de una nación como la germana.

 Alemania como perdedora de la guerra, queda disminuida, destruida físicamente y posteriormente dividida territorialmente. Vitalmente agotada. No obstante, y a la vista de la situación actual en Europa la pregunta es: ¿Realmente escriben siempre la historia los vencedores? Son muchos los que se cuestionan sí realmente la historia posterior a 1945 se ha escrito por parte de las potencias vencedoras. Sobre todo a la vista de la actitud que Alemania sostiene para con sus socios comunitarios de menor entidad y peso específico. Aquellos países escuadrados en el bando de los que están financieramente en quiebra técnica y han sido forzados por la UE, (léase Alemania) a rescates bancarios y planes de ajuste económicos tan duros, que recuerdan (salvando las distancias) la situación social de la Alemania de postguerra. Aquella Alemania que tuvo que ser rescatada de entre las ruinas de sí misma no hace más de 70 años.  No se trata de ocupar nuevamente Berlín militarmente, no se trata de buscar similitudes imposibles entre la Alemania nacionalsocialista de 1939 y la actual Alemania, democrática, autonómica, rica y participativa. Sólo un necio o un malintencionado intentarían algo así. 
 Sí se trata en cambio, de analizar las actitudes actuales partiendo de los datos históricos, incluso de aquellos que el Establishment  quiere selectivamente olvidar o manipular. Por ejemplo, algo tan obvio cómo que la realidad de la Alemania de hoy ha sido posible gracias a grandes dosis de generosidad y complicidad de la Comunidad Internacional, incluido los países de su entorno más inmediato. Por otra parte, nadie puede negar el espíritu colectivo y emprendedor de este pueblo. El plena expansión económica de los años 90 del pasado siglo, el canciller Helmut Kohl realizó una reforma laboral profunda adelantándose a muchos de los problemas que posteriormente sufrirían otras economías de la Zona Euro. A Kohl se costó perder las siguientes elecciones pero como siempre, los alemanes hicieron lo que tenían que hacer. También es cierto lo mucho que los alemanes trabajaron para ayudar a la recuperación económica de su país tras la guerra. Nadie duda de su cuota de participación en el milagro alemán. Ahora bien, es necesario analizar otras variables respecto a la recuperación alemana que no deben ser ignoradas o silenciadas a las actuales generaciones de europeos.
La (i)lógica del poder

  
No todos los países tiene el mismo valor y consideración en la escena internacional, posiblemente esta situación se produce por  poderosas razones de peso político y económico, puede ser que pertenezca al terreno de “la lógica del poder”, pero no deja de ser un enorme ejercicio de hipocresía, pretender que la legalidad y la seguridad jurídica alcanzan por igual a todos los países encuadrados en las organizaciones internacionales del corte de la OMC (Organización mundial de Comercio) la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo en Europa) o la misma UE (Unión Europea).

Esa misma lógica del poder permite que potencias (nucleares) como Rusia, ingresen y firmen los tratados de la OMC, para posteriormente incumplir de forma arbitraria y prepotente las relaciones contractuales con terceros países, dejando de respetar los acuerdos, tarifas y todo tipo de normativas basadas en el derecho internacional y en las reglamentaciones de la propia OMC. De una parte la impunidad del gigante ruso, de otra la indefensión de aquellos países o empresas de países medianos o pequeños que sufren la falta de efectividad de los organismos internacionales de control.

Esa misma lógica del poder, hace que países como EEUU, intervengan en el espacio aéreo de gobiernos europeos aliados  para utilizar sus aeropuertos como tránsito en su guerra sucia contra el terrorismo. Esa misma lógica del poder permite que grandes multinacionales no sean realmente juzgadas por la justicia por las tragedias humanas de las que son responsables. (1984. Bhopal, India. 3000 muertos por envenenamiento en una sola noche, responsable: la multinacional Unión Carbide. Condenados: ¡¡algunos mandos intermedios indios!!).

La misma lógica del poder hace que países como Grecia, fueron prácticamente acosados y obligados a declarar la bancarrota y dedicar todos los recursos del país a pagar deuda e intereses de la deuda, colocando a sus habitantes en una situación de emergencia nacional, peligrando la sanidad, la educación, las ayudas sociales y las pensiones de los trabajadores. Realmente la deuda contraída por Grecia con la banca internacional es enorme, sobre todo con una de las bancas más potentes de la zona euro como es la banca alemana. Nadie duda de la mala gestión de los sucesivos gobiernos griegos y su parte de responsabilidad en el “agujero negro” en que se ha convertido la economía griega. Pero para hablar de deuda contraída, de recortes y obligaciones incumplidas es necesario ampliar el análisis a todo el espectro europeo y recordar parte de la historia reciente del viejo continente. Quizás el país más implacable y rígido en el tratamiento de la deuda de los países del Sur de Europa, (Grecia, España o Portugal) es precisamente el que tiene un  histórico más amplio de incumplimientos y de muestras de ayuda y solidaridad internacional. ALEMANIA.

La historia de Europa no comienza con la creación de la UE, es necesario volver a recordar las bases sobre las que se han construido determinadas realidades nacionales como la Alemania de postguerra. La situación geoestratégica de 1950 es tan grave que los Estados Unidos y sus aliados pretenden que la nueva Alemania, la Alemania Federal, sea un ejemplo de lo que el mundo capitalista ofrece a los trabajadores, en detrimento de los postulados de los países socialistas que ofrecían su pretendido paraíso de los trabajadores. En el combate ideológico que se entabla entre el Este y el Oeste, Alemania es un escaparate propagandístico de primer orden para el Occidente capitalista.

 Los vencedores no pueden permitir que Alemania aparezca como un país retrasado que no es capaz de superar la postguerra y relanzar su economía de corte capitalista  por delante de la República Democrática Alemana. (RDA). Fruto de esta situación coyuntural, se producen los primeros movimientos tendentes a liberar a Alemania de gran parte de sus obligaciones económicas como perdedora de la guerra, concretamente, aminorar, renegociar o simplemente renunciar al cobro de las indemnizaciones acordadas en los tratados de paz. Alemania amenaza con abandonar la vigilancia y defensa de la frontera con el bloque comunista por falta de recursos económicos, ya que está obligada a dedicar gran parte de su PIB al pago de deuda de guerra.

  Además de las repercusiones económicas y sociales del Plan Marshall y bajo los auspicios de EEUU, se inaugura en 1952 la Conferencia de Londres, en la que representantes de la banca internacional y de los bancos centrales de 20 países acreedores renegocian la deuda con el gobierno de la República Federal de Alemania (RFA), heredera en cuestión de responsabilidades financieras del régimen nazi. En dicha Conferencia se renegociaron un total de 29.700 millones de marcos, de los cuales 13.600 correspondían a deudas impagadas desde el Tratado de Versalles y 16.100 a créditos concedidos en la postguerra bajo los auspicios del Plan Dawes y posteriormente del Plan Young,  acuerdos que refinanciaron la deuda alemana tras la derrota de 1918 y que tuvieron eficacia desde 1924 y que fueron interrumpidos por el Crack bursátil de 1929 en EEUU.


A modo de conclusión

Las deudas correspondientes a la Primera Guerra Mundial ¡¡no fueron liquidadas totalmente hasta octubre de 2010!!  La quita conseguida en Londres se calcula en 14.600 millones de marcos de 1952. Más del 50% de la deuda condonada se justificó por la ya mencionada necesidad de rearmarse ante la amenaza soviética en pleno inicio de la Guerra Fría. El resto de la renegociación giró en base a la imposibilidad de pagar las cantidades adeudadas mientras Alemania siguiera dividida en dos, ya que la RDA (la Alemania comunista) se inhibía de atender cualquier reclamación al respecto. Hubo que esperar a la caída del Muro de Berlín en 1989  para que la Alemania reunificada abonara los últimos 3.000 millones de € pendientes de pago. Otra ayuda inestimable a la recuperación alemana fue la vinculación del pago de la deuda de guerra al aumento de las exportaciones, dedicando parte de las divisas obtenidas a atender las obligaciones financieras, de modo que a finales de los años 60 del pasado siglo, con el milagro alemán en pleno auge, queda liquidada la parte de las indemnizaciones que no se vieron afectadas por otros mecanismos de ayuda como amplios períodos de carencia y reducciones en los tipos de interés aplicados a los préstamos de postguerra.  En realidad los acreedores internacionales renunciaron de una u otra forma al cobro de gran parte de la deuda contraída entre 1914 y 1945. 

Por contraste, la misma Alemania que se reconoció a sí misma como heredera jurídica y económica de las indemnizaciones, y que firmó la rendición en 1945, no ha satisfecho las obligaciones económicas y morales que tiene pendientes con Grecia, país que ha sufrido una hecatombe económica y financiera entre 2010 y 2013 y que tiene pendiente el cobro de más de 163.000 millones de dólares en concepto de daños de guerra y de otros 332.000 millones estimados como reparaciones por la devastación del territorio heleno durante la Segunda Guerra Mundial (Jaques Deplá). Incluidos un préstamo de 3.500 millones de dólares que Hitler obligo a asumir al gobierno griego con el pretexto de reconstruir las infraestructuras destruidas por la propia Wehrmacht.

 Nueve veces ha solicitado Grecia el pago de las indemnizaciones a Alemania, nueve veces sin obtener resultado alguno y con el silencio cómplice del resto de la Europa desarrollada. La misma Europa que exige sacrificios sin límite a la población helena y que no cede en sus exigencias respecto a los plazos de devolución de la deuda. ¡¡Que ironía por parte de los acreedores exigir a Grecia el escrupuloso cumplimiento de los compromisos crediticios en 2010, el mismo año que los alemanes liquidan la deuda de la Primera Guerra Mundial, 92 años después de la firma del Tratado de Versalles y tras todo tipo de dilaciones, aplazamientos y condonaciones!! ¿Dónde estaría la Alemania de 1950 si el resto de países de su entorno político y geográfico hubieran tomado posiciones intransigentes y egoístas similares a las que la UE (léase Alemania) exhibe actualmente ante la Europa deudora?
AUTOR: Guillermo Garoz. Sociólogo. Voluntario de CEAIN

1 comentario:

  1. El que ha escrito esto no tiene ni idea de lo que escribe, de principio a fin. Pura propaganda.
    Mira que llevo tiempo sin intervenir, pero es que casi me ha dado angustia después de leer la deposición. Otra victima de la LOGSE, que con cuatro retazos escribe lo que la gente quiere leer. Solo medias verdades, si llega. Y conozco el paño.
    Saludos a todos

    SOY YO

    ResponderEliminar